3 mar 2008

Astillero
Julio Hernández López
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El tierno Iván: ¿sí o no firmó JC para beneficiarse?

■ Afición por “la fiesta” y estampas desoladas

Juan Camilo Mouriño no ha podido levantarse del primer golpe seco que le han dado desde que abandonó las cómodas intimidades de Los Pinos para ser convertido en insolvente secretario alpargatero de Gobernación. Acosado por la sospecha de que falsificó actas para hacerse pasar por mexicano que así tendría plenos derechos electorales, a pesar de haber nacido en Madrid, el presunto precandidato presidencial del Partido Popular (P5) de Galicia para 2012 se topó de frente con la acusación, sustentada en documentos, de que a finales de 2003 actuó como apoderado legal de una de sus empresas (Ivancar, en homenaje al nombre con que familiares y amigos le llaman: Iván) para recibir ganancias de un contrato con Pemex.

Para contestar con adjetivos, estampitas del álbum empresarial familiar y consideraciones personales ante una acusación concreta y fundada, el presunto segundo hombre mexicano de poder apareció ante reporteros demacrado, sin rasurar, huidizo y con aires de no haber dormido o haberlo hecho mal o precariamente, más con aire de júnior recién sacado de algún antro y sus placeres musicales y, cuando menos, bebestibles, que con el aspecto firme y confiable de jefe de la delegación mexicana que conferenciaba peligrosamente en Baja California Sur con sus contrapartes estadunidense y canadiense para acordar delicados puntos de seguridad nacional, migración, inversiones y lucha contra el terrorismo. Con saco amarillo y sin corbata, entre personajes estadunidenses de seriedad facial y empaque indumentario tradicional (trajes oscuros y corbata), Juan Camilo/Ivancar parecía confirmar las múltiples versiones de su afición por la “fiesta”, de las que incluso han aparecido artículos y reportajes en revistas de “sociedad”, en las que se habla de los muy exclusivos lugares adonde le gusta ir a tomar copas y celebrar (lo que sea) con otros jóvenes maduros, exitosos en la política y los negocios.

Lo cierto es que ni siquiera el escándalo inflado de las “agresiones” a coordinadores de diputados y senadores perredistas pudo distraer de la crisis que se generó Felipe Calderón al agregar a su ilegitimidad electoral de origen la insensatez despótica de convertir a su caballo de personalísimo ajedrez político en máximo ministro de damas chinas. No faltan incluso –vista la actual condición políticamente tembeleque del que había sido el favorito de la corte calderónica y el abandono en que pareciera estar, con comentaristas y medios oficialistas criticando al que hasta hace poco era intocable y venerado– quienes hablen de que la llegada a Bucareli del Señor de los Conflictos de Intereses se dio contra su manifiesta voluntad, y que en realidad el tierno (úsase aquí este adjetivo para describir inexperiencia e inmadurez, no sentimientos o afectos) acompañante de Felipe en la travesía del Río Espurio ascendió a los abismos acotado o contrariado su poder súbitamente y por razones no políticas, sino íntimas (todo lo que sucede en el interior de un recinto fortificado como Los Pinos es íntimo). Por ello, arguyen quienes defienden la tesis de los enojos en la cúpula, Francisco Ramírez Acuña fue despedido a toda velocidad y sin consideraciones, víctima no sólo de su ineficacia y mediocridad (en ese caso, sería despedido casi todo el gabinete felipista), sino atrapado en medio de pleitos de otra índole.

Más allá de las especulaciones, Mouriño ha sido desgastado como nunca antes ningún otro secretario de ¡Joder!-nación. Deslegitimado electoralmente su jefe y deslegitimado políticamente él, Juan Camilo parece encaminado a una sustitución necesaria. La polémica sobre su condición de mexicano se mantiene viva, no por sentimientos xenofóbicos sino porque hay amplias razones válidas para suponer que el virrey Repsol adulteró cuanto papel fue necesario para hacerse de una nacionalidad mexicana con propósitos electorales. Y ahora no ha podido responder más que mal, y en sospechosas condiciones de sobriedad política, a los señalamientos precisos de que ha usado sus cargos públicos para beneficiar a las empresas familiares con negocios petroleros a los que tuvo la osadía, ¡rediez!, de poner su cándida firma personal. ¿Quién se apunta para ser el siguiente secretario de Gobernación? Con que a Felipe no se le ocurra poner a su cuñado Hildebrando.

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