24 mar 2008

Carlos Fazio
La Jornada

Sobre cómplices y cipayos


Uno. El asesinato selectivo de Raúl Reyes, principal negociador de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), fue una acción planificada al detalle por los gobiernos de George W. Bush y Álvaro Uribe, en el contexto de una vasta operación de guerra sicológica inscrita en el Plan Colombia y desarrollada en dos tiempos y varios escenarios.

No fue una “persecución en caliente” ni una acción militar de legítima defensa. Las ejecuciones de Reyes y sus compañeros, incluidos cuatro estudiantes mexicanos, no se produjeron en combate. Cuando la aviación del eje Washington-Bogotá bombardeó el campamento, Reyes y sus acompañentes dormían. Se trató de un golpe quirúrgico, de un asesinato selectivo como los que suelen realizar la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos y el Mossad israelí al margen del derecho internacional. Varios malheridos recibieron tiros de gracia. Fue, pues, una masacre, un acto genocida.

Más allá del necrofílico show mediático con fines diversionistas montado por Uribe y el Pentágono, Colombia violó el espacio aéreo y el territorio de Ecuador de manera deliberada. A través del cipayo Uribe, la administración de Bush ha decidido dar visibilidad a su doctrina de guerra preventiva en el hemisferio. Washington ha convertido a Colombia en su portaviones terrestre en el corazón de América del Sur, en su nuevo enclave político-militar en la subregión. Junto con Israel y Egipto, Colombia es el país que recibe más ayuda militar estadunidense.

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