PAN: El partido de la impunidad
Álvaro delgado
Álvaro delgado
México, D.F., 28 de abril (apro).- Al tomar posesión del cargo que completará casi dos décadas de gobierno del Partido Acción Nacional (PAN) en Jalisco, el 1 de marzo del año pasado, Emilio González Márquez proclamó: “No venimos a robar ni a descansar, ni venimos por glorias humanas ni tampoco para abusar del poder.”
Pronto ese conjunto de compromisos quedó quebrantado, igual que su juramento, como alcalde de Guadalajara, de terminar el trienio, a pesar de sus recurrentes actos de falsa congruencia y su grosera ostentación de religiosidad.
“Soy católico. Por eso no robo, por eso no engaño… No soy ladrón, no soy narco, no soy maricón. De otras cosa podré tener un poquito, pero de eso no”, decía Emilio en julio del 2005, después de usar el presupuesto municipal para editar nada menos que 120 mil ejemplares de un libro apologético de la religión de su preferencia.
González Márquez, quien junto con sus cofrades Guillermo Velasco Arzac y José Antonio Ortega Sánchez, se declaró esbirro del ultraderechista Álvaro Uribe --como Felipe Calderón--, es protagonista de uno más de los escándalos que lo han acompañado en su carrera política, sobre todo después de dar el brinco del Partido Demócrata Mexicano (PDM) al PAN y de ocupar cargos mediante insanas prácticas políticas, incluyendo --como es el caso-- la manipulación de la fe.
Pero Emilio es, también, el prototipo de la clase política panista de la que tanto se ufana el presidente nacional del PAN, Germán Martínez, quien exhibe con sus actos por qué Calderón lo colocó --mediante el ilegal e inmoral uso del aparato del gobierno-- en ese cargo.
Martínez Cázares ha exonerado a Emilio con celeridad, pero no por la transferencia de recursos del presupuesto de Jalisco a la Iglesia católica ni por el desprecio y la ofensa hacia ciudadanos que le exigen decoro, sino por el lenguaje que el funcionario utilizó para ufanarse de que en ese estado hace lo que le viene en gana, porque para eso fue electo y tiene asegurada la absolución del cardenal Juan Sandoval.
A Martínez le parece suficiente que Emilio haya ofrecido disculpas por su léxico, una patraña que oculta el patrimonialismo en el uso del erario --millones y millones no sólo a la Iglesia, sino a Televisa, a Televisión Azteca, al Teletón--, la insolencia hacia sus mandantes, hayan votado o no por él, y el atentado a una condición de paz en una democracia: el laicismo.
Más que las palabras utilizadas y aun si recurrió a ellas por el influjo de drogas o alcohol, esos son los ejes del debate sobre el comportamiento de González Márquez: el uso patrimonialista del erario, la rendición de cuentas, el respeto a los gobernados porque él es --hay que recordárselo-- un servidor público y la vigencia del laicismo, que garantiza el respeto por igual a todas las religiones y a la ausencia de credo.
Y esos son los temas que Germán Martínez, desde su cargo de presidente del PAN, soslaya en la expedición de un nuevo certificado de impunidad, el sello ya del partido de la derecha.
Como secretario de la Función Pública impartió la línea de Calderón Hinojosa para absolver a Vicente Fox de cualquier sospecha de corrupción --“meto las manos al fuego” por él, proclamó--, y hace poco emitió un fallo absolutorio a un miembro del mismo clan de la derecha, Juan Camilo Mouriño, el empresario español convertido a la política para seguir haciendo negocios y que ha sido exhibido, con documentos, en una inequívoca conducta delincuencial, conforme a lo que establece el Código Penal.
Martínez Cázares, quien integró el gabinete de Calderón durante una anodina gestión de nueve meses --apenas superado por priistas como Jaime Serra Puche, Fausto Alzati y Esteban Moctezuma--, hizo una encendida defensa de Mouriño, que concluyó en absolución, en el diario El Universal, que después ratificó a quien lo quisiera escuchar.
“Él es una muestra de la nueva clase política que está construyendo el país, una buena muestra de profesionalismo, de decencia pública y capacidad. ¡Eso representa Juan Camilo!”, exclamó Martínez sobre Mouriño, a quien identificó como “orgullo” del PAN.
Con el reciente escándalo de Emilio --uno más en su larga lista de compra de popularidad con recursos públicos-- y su inmediata exoneración por Martínez, el PAN muestra su auténtica estatura moral y política, que es la que siempre ha tenido la derecha.
Comentarios: delgado@proceso.com.mx
Pronto ese conjunto de compromisos quedó quebrantado, igual que su juramento, como alcalde de Guadalajara, de terminar el trienio, a pesar de sus recurrentes actos de falsa congruencia y su grosera ostentación de religiosidad.
“Soy católico. Por eso no robo, por eso no engaño… No soy ladrón, no soy narco, no soy maricón. De otras cosa podré tener un poquito, pero de eso no”, decía Emilio en julio del 2005, después de usar el presupuesto municipal para editar nada menos que 120 mil ejemplares de un libro apologético de la religión de su preferencia.
González Márquez, quien junto con sus cofrades Guillermo Velasco Arzac y José Antonio Ortega Sánchez, se declaró esbirro del ultraderechista Álvaro Uribe --como Felipe Calderón--, es protagonista de uno más de los escándalos que lo han acompañado en su carrera política, sobre todo después de dar el brinco del Partido Demócrata Mexicano (PDM) al PAN y de ocupar cargos mediante insanas prácticas políticas, incluyendo --como es el caso-- la manipulación de la fe.
Pero Emilio es, también, el prototipo de la clase política panista de la que tanto se ufana el presidente nacional del PAN, Germán Martínez, quien exhibe con sus actos por qué Calderón lo colocó --mediante el ilegal e inmoral uso del aparato del gobierno-- en ese cargo.
Martínez Cázares ha exonerado a Emilio con celeridad, pero no por la transferencia de recursos del presupuesto de Jalisco a la Iglesia católica ni por el desprecio y la ofensa hacia ciudadanos que le exigen decoro, sino por el lenguaje que el funcionario utilizó para ufanarse de que en ese estado hace lo que le viene en gana, porque para eso fue electo y tiene asegurada la absolución del cardenal Juan Sandoval.
A Martínez le parece suficiente que Emilio haya ofrecido disculpas por su léxico, una patraña que oculta el patrimonialismo en el uso del erario --millones y millones no sólo a la Iglesia, sino a Televisa, a Televisión Azteca, al Teletón--, la insolencia hacia sus mandantes, hayan votado o no por él, y el atentado a una condición de paz en una democracia: el laicismo.
Más que las palabras utilizadas y aun si recurrió a ellas por el influjo de drogas o alcohol, esos son los ejes del debate sobre el comportamiento de González Márquez: el uso patrimonialista del erario, la rendición de cuentas, el respeto a los gobernados porque él es --hay que recordárselo-- un servidor público y la vigencia del laicismo, que garantiza el respeto por igual a todas las religiones y a la ausencia de credo.
Y esos son los temas que Germán Martínez, desde su cargo de presidente del PAN, soslaya en la expedición de un nuevo certificado de impunidad, el sello ya del partido de la derecha.
Como secretario de la Función Pública impartió la línea de Calderón Hinojosa para absolver a Vicente Fox de cualquier sospecha de corrupción --“meto las manos al fuego” por él, proclamó--, y hace poco emitió un fallo absolutorio a un miembro del mismo clan de la derecha, Juan Camilo Mouriño, el empresario español convertido a la política para seguir haciendo negocios y que ha sido exhibido, con documentos, en una inequívoca conducta delincuencial, conforme a lo que establece el Código Penal.
Martínez Cázares, quien integró el gabinete de Calderón durante una anodina gestión de nueve meses --apenas superado por priistas como Jaime Serra Puche, Fausto Alzati y Esteban Moctezuma--, hizo una encendida defensa de Mouriño, que concluyó en absolución, en el diario El Universal, que después ratificó a quien lo quisiera escuchar.
“Él es una muestra de la nueva clase política que está construyendo el país, una buena muestra de profesionalismo, de decencia pública y capacidad. ¡Eso representa Juan Camilo!”, exclamó Martínez sobre Mouriño, a quien identificó como “orgullo” del PAN.
Con el reciente escándalo de Emilio --uno más en su larga lista de compra de popularidad con recursos públicos-- y su inmediata exoneración por Martínez, el PAN muestra su auténtica estatura moral y política, que es la que siempre ha tenido la derecha.
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