26 oct 2006

VEINTE DE NOVIEMBRE

Miguel �ngel Granados Chapa


Varias razones, que nada tienen que ver con el ahorro de 10 millones de pesos que costaba el desfile deportivo, ni con la necesidad de una reflexión colectiva sobre la Revolución Mexicana, determinaron la cancelación de esa marcha organizada en la Ciudad de México

El año pasado, el presidente Fox presenció durante 80 minutos el desfile deportivo con que conmemoró el 95 aniversario del comienzo de la Revolución Mexicana, una fecha con la que el panismo en el poder no tenía conflicto porque remitía a la primera fase de aquel movimiento histórico, el encabezado por Francisco I. Madero. Previamente, en un desayuno había entregado el premio nacional del deporte, ceremonia adosada a esa celebración décadas atrás. Fox no halló dificultad alguna en conciliar esos dos modos, el desfile y la premiación, de festejar el 20 de noviembre.

Pero su secretario de Gobernación Carlos Abascal lo contrafestejó a su modo. Voló al mediodía de ese domingo a Guadalajara. Fue a misa, lo que nada tendría de particular en tratándose de un católico practicante, que además hace ostentación de su credo. Le dio singularidad, sin embargo, el hecho de que acudiera a una ceremonia litúrgica de primera importancia en la ritualidad católica, la beatificación (etapa inmediatamente anterior a la canonización, es decir a la declaración de que una persona es santa) de 13 mártires cristeros. De suyo la participación de un miembro eminente del gobierno de una república laica en una celebración de ese género hubiera sido imprudente, y hasta constituye una infracción a la ley, que prohíbe a los funcionarios participar en ese género de ceremonias. Pero en el caso específico, la presencia de Abascal era la ratificación no sólo de un credo religioso sino de una fe política, pues algunos de los beatificados participaron en la guerra cristera, el alzamiento armado de una porción del pueblo católico contra el poder que gobernó hasta el 2000. La beatificación de mártires cristeros en un enorme estadio deportivo en la segunda ciudad más importante del país, con el principal miembro del gabinete presidencial como testigo, se convirtió así en parte de la desacralización de la Revolución Mexicana, entendida como propaganda priista, emprendida tardía y tímida, pero inequívocamente por el presidente Fox.

Aunque el fundador del PAN, Manuel Gómez Morín, rindió eminentes servicios al callismo, matriz del partido que inventó la Revolución como "tercer movimiento de una sinfonía histórica" precedida por la Independencia y la Reforma, Acción Nacional surgió de un espíritu radicalmente contrario a esa interpretación de la historia, particularmente la que legitimó la conversión de un movimiento armado en instituciones y la rodeó de un discurso que pronto degeneró en groseras demagogia y propaganda. Hubiera sido sano despojar la ritualidad cívica asociada a las efemérides de la lucha contra la dictadura y en pos de una nueva constitución de sus excesos y defectos, de no ser porque se sustituyó unos símbolos por otros. El carácter contrarrevolucionario del panismo en el poder no significa sólo que deteste el abuso de la iconografía y la cronología priista, sino que radica en su devoción por el pasado tiránico de la dictadura porfirista y la pretensión restauradora de Victoriano Huerta, cuya efigie esplende como uno más en la galería de los secretarios de Gobernación. Al homenajearlo así se olvida que no fue nombrado en circunstancias normales sino como un mero trámite hacia la usurpación de la Presidencia de la República por la fuerza de las armas.

Suprimir el desfile del 20 de noviembre tiene que ver con el pasado y con su uso político. Pero sustituirlo por una ceremonia en que Fox será el orador, tiene que ver con el presente y con el futuro. El Presidente se abrió a sí mismo el espacio para emitir su mensaje postrero, lo que la cursilería llamaba antaño su "testamento político". Diez días después de esa fecha concluirá su mandato y es notoria su intención de hacer su propio elogio, en espera de que sea compartido por la posterioridad. Adicto a las cámaras y los micrófonos, Fox los tendrá como nunca a su disposición en esa fecha.

De ese modo se busca asimismo marginar la repercusión pública del acto en que Andrés Manuel López Obrador será investido Presidente legítimo de México, designación con que lo ungió la Convención Nacional Democrática el 16 de septiembre pasado. Y asimismo se elimina la posibilidad de un contraste entre la conducta de la multitud que asista ese día a la Plaza de la Constitución, de repulsa a Fox y de apoyo al jefe de Gobierno al que consiguió desaforar, pues no escapa a la más lenta de las entendederas que el Zócalo estará copado como lo estuvo en ya media docena de momentos estelares (sin contar con los 45 días del plantón) por una multitud adicta al que fuera candidato de la coalición Por el Bien de Todos.

A pesar del revés que sufrió la corriente que encabeza en la elección tabasqueña del 15 de octubre, López Obrador encarna un singular caso de supervivencia tras una derrota política. Es de suponer que una porción importante de quienes el 2 de julio votaron por él no lo harían hoy y hasta darán por certeras las profecías que proliferaron sobre su "verdadero" talante, el de infractor contumaz que rehusaría admitir un resultado diferente al de su anunciado triunfo. Pero al mismo tiempo López Obrador ha consolidado en torno suyo un movimiento difícil de comprender por su complejidad ya que dispone para su acción política de instrumentos de variada índole, que incluyen el cumplimiento de los deberes legales y políticos de sus compañeros dotados de representación y de mando, que no incurren en traición al tratar con el poder formal.

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