Miguel �ngel Granados Chapa
Varias razones, que nada tienen que ver con el ahorro de 10 millones de pesos que costaba el desfile deportivo, ni con la necesidad de una reflexión colectiva sobre la Revolución Mexicana, determinaron la cancelación de esa marcha organizada en la Ciudad de México
El año pasado, el presidente Fox presenció durante 80 minutos el desfile deportivo con que conmemoró el 95 aniversario del comienzo de la Revolución Mexicana, una fecha con la que el panismo en el poder no tenÃa conflicto porque remitÃa a la primera fase de aquel movimiento histórico, el encabezado por Francisco I. Madero. Previamente, en un desayuno habÃa entregado el premio nacional del deporte, ceremonia adosada a esa celebración décadas atrás. Fox no halló dificultad alguna en conciliar esos dos modos, el desfile y la premiación, de festejar el 20 de noviembre.
Pero su secretario de Gobernación Carlos Abascal lo contrafestejó a su modo. Voló al mediodÃa de ese domingo a Guadalajara. Fue a misa, lo que nada tendrÃa de particular en tratándose de un católico practicante, que además hace ostentación de su credo. Le dio singularidad, sin embargo, el hecho de que acudiera a una ceremonia litúrgica de primera importancia en la ritualidad católica, la beatificación (etapa inmediatamente anterior a la canonización, es decir a la declaración de que una persona es santa) de 13 mártires cristeros. De suyo la participación de un miembro eminente del gobierno de una república laica en una celebración de ese género hubiera sido imprudente, y hasta constituye una infracción a la ley, que prohÃbe a los funcionarios participar en ese género de ceremonias. Pero en el caso especÃfico, la presencia de Abascal era la ratificación no sólo de un credo religioso sino de una fe polÃtica, pues algunos de los beatificados participaron en la guerra cristera, el alzamiento armado de una porción del pueblo católico contra el poder que gobernó hasta el 2000. La beatificación de mártires cristeros en un enorme estadio deportivo en la segunda ciudad más importante del paÃs, con el principal miembro del gabinete presidencial como testigo, se convirtió asà en parte de la desacralización de la Revolución Mexicana, entendida como propaganda priista, emprendida tardÃa y tÃmida, pero inequÃvocamente por el presidente Fox.
Aunque el fundador del PAN, Manuel Gómez MorÃn, rindió eminentes servicios al callismo, matriz del partido que inventó la Revolución como "tercer movimiento de una sinfonÃa histórica" precedida por la Independencia y la Reforma, Acción Nacional surgió de un espÃritu radicalmente contrario a esa interpretación de la historia, particularmente la que legitimó la conversión de un movimiento armado en instituciones y la rodeó de un discurso que pronto degeneró en groseras demagogia y propaganda. Hubiera sido sano despojar la ritualidad cÃvica asociada a las efemérides de la lucha contra la dictadura y en pos de una nueva constitución de sus excesos y defectos, de no ser porque se sustituyó unos sÃmbolos por otros. El carácter contrarrevolucionario del panismo en el poder no significa sólo que deteste el abuso de la iconografÃa y la cronologÃa priista, sino que radica en su devoción por el pasado tiránico de la dictadura porfirista y la pretensión restauradora de Victoriano Huerta, cuya efigie esplende como uno más en la galerÃa de los secretarios de Gobernación. Al homenajearlo asà se olvida que no fue nombrado en circunstancias normales sino como un mero trámite hacia la usurpación de la Presidencia de la República por la fuerza de las armas.
Suprimir el desfile del 20 de noviembre tiene que ver con el pasado y con su uso polÃtico. Pero sustituirlo por una ceremonia en que Fox será el orador, tiene que ver con el presente y con el futuro. El Presidente se abrió a sà mismo el espacio para emitir su mensaje postrero, lo que la cursilerÃa llamaba antaño su "testamento polÃtico". Diez dÃas después de esa fecha concluirá su mandato y es notoria su intención de hacer su propio elogio, en espera de que sea compartido por la posterioridad. Adicto a las cámaras y los micrófonos, Fox los tendrá como nunca a su disposición en esa fecha.
De ese modo se busca asimismo marginar la repercusión pública del acto en que Andrés Manuel López Obrador será investido Presidente legÃtimo de México, designación con que lo ungió la Convención Nacional Democrática el 16 de septiembre pasado. Y asimismo se elimina la posibilidad de un contraste entre la conducta de la multitud que asista ese dÃa a la Plaza de la Constitución, de repulsa a Fox y de apoyo al jefe de Gobierno al que consiguió desaforar, pues no escapa a la más lenta de las entendederas que el Zócalo estará copado como lo estuvo en ya media docena de momentos estelares (sin contar con los 45 dÃas del plantón) por una multitud adicta al que fuera candidato de la coalición Por el Bien de Todos.
A pesar del revés que sufrió la corriente que encabeza en la elección tabasqueña del 15 de octubre, López Obrador encarna un singular caso de supervivencia tras una derrota polÃtica. Es de suponer que una porción importante de quienes el 2 de julio votaron por él no lo harÃan hoy y hasta darán por certeras las profecÃas que proliferaron sobre su "verdadero" talante, el de infractor contumaz que rehusarÃa admitir un resultado diferente al de su anunciado triunfo. Pero al mismo tiempo López Obrador ha consolidado en torno suyo un movimiento difÃcil de comprender por su complejidad ya que dispone para su acción polÃtica de instrumentos de variada Ãndole, que incluyen el cumplimiento de los deberes legales y polÃticos de sus compañeros dotados de representación y de mando, que no incurren en traición al tratar con el poder formal.
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