17 mar 2010


Después del escándalo



Luis Linares Zapata

El control de daños para mitigar el escándalo mediático ha sido superficial e inefectivo. Los abajo firmantes del acuerdo para transar votos por impuestos han recibido terribles calificaciones por parte de un influyente segmento de la crítica independiente. La opinocracia oficialista tampoco ha podido esquivar el bulto aunque hizo malabar y medio para, al menos, disculpar a alguno que otro de los enjuiciados. Los perfiles públicos de Paredes y Nava, como dirigentes cupulares del PRI y el PAN, quedaron afectados con dolencias de muy difícil recuperación. El sainete en el que gustosos participaron les abolló el neurálgico asunto de la credibilidad, crucial activo para un político que busque el respeto popular. Las culpas, chamaqueadas, mentiras, delitos electorales y trampas en las que incurrieron no se lavarán fácilmente, a pesar de los esfuerzos de las burocracias partidistas por retocar sus comportamientos cerrando filas. Tendrán, de aquí en adelante, que ir renqueando por el escenario público hasta que la incapacidad demostrada a pleno sol los alcance de lleno.

El gobernador Peña Nieto también sale con heridas del desaguisado que él mismo impulsó y signó por interpósita persona. Algunas de esas escoriaciones son de apreciable profundidad, aunque por ahora no se aquilaten con precisión. La barahúnda circundante lo impide, pero quedarán expuestas a la reflexión y se agravarán con el transcurso del tiempo. Muchas de sus debilidades y cortedades quedaron exhibidas sin coartadas que puedan ocultarlas. Destaca, por ejemplo, la ausencia de escrúpulos para recargarse en los bolsillos y el penar de los contribuyentes para amarrar una temprana, aunque todavía elusiva, candidatura de su partido. Pero no quedan atrás sus intenciones de situarse dentro de un bolsón de inusitados privilegios a cambio de limitar los derechos y las libertades ciudadanas a coaligarse. Acostumbrado, como está, a recibir la cuidadosa e interesada cobertura televisiva que lo introduce, bien peinado, en los hogares, por ahora quedó a descampado y no encuentra otra ruta que el silencio o la forzada discreción. Esta vez, por lo visto, no ha podido zafarse del golpeteo, aun cuando sus auxiliares mediáticos, presurosos, le quieran extender el manto de las disculpas forzadas.

Nadie puede llamarse a escándalo por un acuerdo cupular que pretendidamente quiso mantenerse en las tinieblas. Bien se sabe que de esto está llena la buchaca de las elites, más aún si, como las actuales, carecen de tamaños para introducir en ellos algo de grandeza. Lo distinto es que se hizo público y, entonces, empezaron las disculpas, incapacidades, mentiras y las trifulcas adicionales. Los actores, uno a uno, quisieron abandonar el escenario sin lograrlo. No hay sobrevivientes, todos han sucumbido ante la mirada y juicio del electorado que ya sabrá tomar venganza. El meollo de este intríngulis elitista, sin embargo, apunta hacia el descubrimiento de un formidable y peligroso tinglado que azuza, orienta y patrocina las ambiciones de un precandidato (PRI) a la Presidencia para el próximo sexenio. Paredes, Gómez Mont o Nava son comparsas de relleno en este litigio, cuyos destinos se agotarán de manera distinta sin afectar la trayectoria de la República. Peña Nieto, en cambio, debe ser examinado con mayor cuidado, no sólo por su propia importancia, sino por los acompañantes que empujan su aventura. Por ahora se le ve cómodamente acurrucado sobre todo un aparato sistémico que le hace el caldo gordo e insufla su imagen. Atrás, pero sobre todo por delante de él, asoman su duro rostro monumentales intereses bien amasados y que lo tienen sujeto desde que inició su desbordada gestión. Es una maciza conformación de personajes, grupos políticos, religiosos y empresariales donde destacan, con nitidez inevitable, los traficantes de influencia, ciertamente los de mayor (y también de menor) calado. Todos ellos en la búsqueda, casi desesperada, de acrecentar sus privilegios, de ensanchar negocios, de recibir la ansiada protección para su accionar que, una y otra vez, corre al filo de la ley o cae en franca conducta delictiva.

Mantener, a como dé lugar, la trayectoria del actual modelo de gobierno es el propósito de tan gran mezcolanza de notables, conjuntado por propia voluntad y esperanzas a futuro, en torno a la candidatura de Peña Nieto. El joven elegido por la sacrosanta cofradía de poderosos, que tan respetuoso es de las formas, los contratos y las promesas, no los defraudará. Es él quien atraerá la salvadora inversión foránea de incontables garantías y requerimientos, tan ansiada como onerosa. Será él quien concluirá las reformas de segunda, tercera y hasta cuarta generación si fueran requeridas, que permitan la acumulación brutal del capital, el libérrimo flujo de la especulación que tanta riqueza y talento succiona hacia el exterior. Peña Nieto es el atractivo hombre de su predilección desde que le vieron ganar, con descarado derroche de recursos (capitaneados por el tío de triste memoria) la gubernatura más importante del país. Es Peña Nieto el escogido para dar continuidad al mismo régimen de saqueo y privilegios en favor de aquellos que lo apadrinan. Será, sin duda él quien asegure la paz (verdaderos boquetes) fiscal de los que mucho tienen y casi nada pagan de impuestos. Será, sin duda, él quien contenga a los desposeídos que no tienen lugar en esta historia de beneficiados por la gracia del poder. Será él, qué requiebro lo impide, quien, con su piadoso ejemplo de vaticanista convencido, proteja las libertades que solicitan los curas y renueve alianzas con el magisterio de Gordillo, sin que el costo importe.

Mientras tanto, y sin esperar el olvido del sainete, Peña Nieto seguirá deleitando al auditorio de los medios electrónicos con pomposas frases sin sentido, empalagosas, siempre positivas y grandilocuentes, para rellenar su perfil bien acicalado. Ése es el preferido de las masas, según dictan con frecuencia los enterados, el bien hecho producto de los grupos de presión que, en un descuido, puede encaramarse en la Presidencia para regocijo de los ganones de siempre y un triste, angustioso futuro colectivo.

La de Gómez Mont, como funcionario encargado de las relaciones políticas con los partidos, gobiernos estatales y el Congreso, tiene una desviación negativa que le condicionará su accionar por lo que le reste de su encargo.




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