25 mar 2010




¿¡What!?
Ricardo Rocha


Me temo que fueron muchas las veces que esta expresión salió de las bocas o se reflejó en los rostros azorados de los ilustres visitantes del gabinete de guerra: tal vez cuando les respondieron sobre los miles de muertos inocentes, a veces familias enteras víctimas del fuego cruzado; o cuando les tuvieron que informar sobre la cantidad de funcionarios, agentes, soldados y policías metidos en el ajo de las nóminas del narco; o cuando los de aquí les rindieron cuentas sobre los escobazos al panal que el propio gobierno ha calificado de guerra; o a lo mejor, cuando nadie les pudo decir nada ni sobre los jóvenes de Salvárcar, ni acerca de los muertos del consulado, ni de los estudiantes del Tec de los que merolicamente —atrás de la raya que estoy trabajando— el todavía secretario Gómez Mont dijo que cayeron del lado de los soldados; frente a la sospecha de la madre de uno de ellos, Jorge Antonio Mercado, de que su hijo fue torturado y luego maquillado y no muerto por una bala perdida; más aun, de la síntesis del caos de los tres gobiernos en Monterrey en donde los presuntos sicarios son detenidos y entregados y luego desaparecidos o torturados y muertos en terrenos baldíos. En suma, el margayate brutal e irracional de una violencia creciente en la que ha habido de todo, menos el elemento sustancial que muchos hemos demandado: la inteligencia. Para seguir las rutas del dinero; para desenmascarar a los corruptos; para llegar a los capos de a de veras y para desenmascarar financieramente a los grandes cárteles.

El caso es que, de la visita fast track ha salido un esperado, obligado y diplomático comunicado en el que se anuncia una nueva era de cooperación entre México y Estados Unidos, lo que implícitamente significa un “volver a empezar” y por ende la muerte del prestamito llamado Iniciativa Mérida y la defunción de la pseudoestrategia del gobierno calderonista en su guerra contra el narco. A saber, un compromiso sustentado en cuatro ejes fundamentales: la desarticulación de las organizaciones delictivas; el apoyo mutuo para fortalecer las instituciones de seguridad; el desarrollo de una frontera competitiva y el fortalecimiento de la cohesión social.

De la visita emanan también conclusiones contrastantes: por un lado, un nuevo trato de allá pa’ acá, en el que el Big Brother vino a advertirnos que —ahora más que nunca— nos estará observando; el reconocimiento de que allá se origina gran parte de nuestro gigantesco problema de violencia; el acuerdo de un combate bilateral al consumo, al lavado y al tráfico de armas de norte a sur; y por primera vez la inclusión del tema social en esta problemática que incluso —en voz de la mismísima señora Clinton— incide en el desarrollo económico. Vamos a ver qué tanto duran estas señales intermitentes.

Por lo pronto, ambos gobiernos siguen instalados en esta gran tragicomedia de hipocresía que continúa evadiendo el asunto fundamental: la legalización de las drogas, en un compromiso verdaderamente valiente e inteligente, que reconozca de entrada que es en el truco de la clandestinidad donde está el dinero, la sangre y los muertos.






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