9 ene 2008

Luis Linares Zapata

Aristegui: despido preventivo


El programa radiofónico de Carmen Aristegui en la antigua XEW se colocó, por voluntad propia, en un sitio de obligado quiebre según la lógica del modelo de gobierno vigente. En ese punto coinciden tres diferentes conjuntos de voluminosos intereses y particulares visiones que forman parte integral del poder en México. Los tres contrarios no sólo a mucho de los contenidos, sino también a las orientaciones que la conductora imprimió en su actuación difusiva.

Por un lado, y como segmento primordial, está la actitud entreguista que abrazan con insólita fe y conveniencias el Presidente del oficialismo y sus grandes patronos. Las marcadas carencias de legitimidad de Calderón, aunadas a su pobre desempeño durante el pasado año, lo tornan por demás sensible a las diferentes opiniones, en especial aquéllas con amplia recepción entre el público. En otro de los vértices se apilan los sentires y los negocios del consorcio Televisa. Por experiencia acumulada se sabe que en esa empresa las antipatías para con todos aquellos que no le son fieles hasta la ignominia son argumentos cruciales para evaluar los futuros de personas y programas. Y, por último, la estrategia imperial de las empresas españolas y su gobierno para con los consumidores y usuarios de sus antiguas colonias en América. Una tripleta de masivos intereses frente a una sola mujer, por más que ésta haya mostrado la capacidad operativa suficiente (rating) para atraer, alrededor de sus enfoques, apertura y diversas voces, al amplio auditorio de ciudadanos que le respondió.

A Carmen, sin embargo, no se le despide únicamente por lo que ha hecho, sino, de manera primordial, por lo que podría representar en el próximo futuro, que ya se configura desde los centros decisorios de dentro y fuera del país. Y esto es lo interesante de un movimiento que bien puede ser llamado de acción preventiva empresarial.

En efecto, sobre la evaluación que se hace de su trayectoria pesan sus propias posturas, enfoques y agenda sobre espinosos temas. Todos ya bien examinados por distintos articulistas y actores de la vida pública. Muchos de los cuales, por no decir que todos ellos, incómodos para las derechas y distanciados de la línea oficial. En ese segmento ideológico y programático, crecientemente conservador y hasta reaccionario, Aristegui hizo muchos enemigos jurados y otros tantos celosos rivales que no podían menos que reaccionar en defensa de sus posiciones y de sus inocultables ambiciones. Al mismo tiempo, y por contraste necesario, se acercó a otro segmento del mercado radiofónico. Uno, muy vasto, que se ha dejado de lado por aquellos afiliados a la oficialidad: el del centro y la izquierda nacionales. Así se da esa confluencia, antes mencionada, que determinó su airosa y digna salida. El costo para con los autores de tan inicua medida preventiva es sustancial. Pero los intereses que se defienden por parte de esas tres fuerzas en movimiento es, también, inmenso: el petróleo y, más ampliamente, el control de los negocios con la energía de México.

La idea, avanzada por Ciro Gómez Leyva en uno de sus condensados artículos, de reducir el asunto a un diferendo entre una conductora y los burócratas que manejan la estación (W), es simplista, por decir lo menos. Si ése fuera el caso, los dos sujetos mencionados por la crítica ya hubieran tenido que dejar esa estación por el daño ocasionado a la imagen y objetivos de sus patrones. A Calderón por inducir su salida a través de su cuñado, aun cuando éste niegue su directa participación. A Televisa por cobrar venganzas indebidas y torpes.

Aristegui no asistió al descomunal acto de fuerza de los concesionarios frente al Senado y sostuvo posturas independientes y diferenciadas en cuanto a la ley de medios, dando cabida a disidentes para informar mejor a la ciudadanía. Y, sobre todo, ha afectado la imagen imperial que tanto las empresas españolas como su gobierno se van labrando y donde Prisa es factor primordial.

La actuación estelar de las empresas españolas en Latinoamérica es un fenómeno de reciente conformación. En Argentina, en Nicaragua, en Venezuela, en Bolivia y Ecuador han dejado una estela de abusos, atropellos y trampas inocultables. Baste recordar la inscripción, como de su propiedad, que Repsol hizo en la bolsa de valores de Nueva York de las reservas de gas bolivianas. Mucho del enfrentamiento entre el rey, Ortega y Chávez obedece a este tipo de fricciones en distintos renglones de negocios.

En realidad, Prisa y sus andanzas difusivas en estas regiones la han convertido no sólo en un agente de sus propios intereses (El País, Santillana), sino en un ariete de respaldo y promoción para la nueva colonización. Actividad que concretan numerosas empresas, en primer término las energéticas, campo donde han concentrado sus ambiciones, aunque no de manera exclusiva. Las telecomunicaciones y la banca son otras de ellas a cual más estratégicas para el futuro desarrollo del país receptor y ante el cual ejercen las debidas presiones, siempre aunadas al oficialismo en turno.

En todas estas actividades empresariales la buena disposición, la simpatía, los intereses cruzados y las complicidades con las autoridades son cruciales. De ahí que mantener relaciones fluidas y aceptadas por las mayorías se convierte en un objetivo trascendente. Varias empresas españolas han incursionado ya en el gas mexicano (Burgos) y otras esperan hacerlo ahora que la administración de Calderón (junto con el priísmo entreguista) abra oportunidades en las diversas áreas de Pemex hasta hoy reservadas para el Estado.

La penetración de los españoles en la Comisión Federal de Electricidad ya es abrumadora (recuérdese la causa eficiente de las inundaciones en Tabasco). Prisa no es ajena a toda la embestida que se dará para forzar la participación del capital privado en Pemex, sobre todo el internacional, donde los españoles, por sus propias e ingentes necesidades, ambicionan una tajada considerable del suculento pastel. Por eso en la XEW, y en el resto de Latinoamérica, han diseñado un ejercicio editorial sometido a sus designios y no permitirán que los conductores tengan independencia alguna. Los que sustituyan a Carmen sabrán a qué atenerse y la audiencia también.

Por eso sale Aristegui de la XEW. A la ya firme audiencia que tenía había que unirle lo que podría adicionarse si, con sus micrófonos abiertos, diera cabida a la inconformidad que sobrevendrá cuando se cambien las reglas constitucionales o se alteren leyes secundarias para la entrega de la joya productiva nacional. Un panorama tan difícil de digerir por el poder, que se opta por esa medida preventiva que, como todos esos experimentos represivos, tendrá sus inevitables consecuencias y, a pesar de todo, un final inesperado.

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