20 abr 2012



Frente al poder del dinero

Epigmenio Ibarra

Acentos


Tengo 60 años. Viví gran parte de ellos soportando, como millones de mexicanos, el peso de un régimen autoritario. A pesar de que mi candidato perdió en las elecciones presidenciales de 2000, celebré al creerme liberado de ese peso.

Muy pronto me supe traicionado. La alternancia no fue más que una ilusión óptica. Vicente Fox, ayudado por quienes promovieron el voto útil, solo llegó a Los Pinos para cogobernar con aquellos que durante décadas habían sometido y saqueado a México.

Las libertades de las que hoy gozamos, y que deben ser defendidas y sobre todo ampliadas, están en peligro. El regreso del PRI al poder; la restauración del antiguo régimen parece, si nos atenemos a lo que las encuestas dicen, una realidad inminente.

Trágico sería que, cuando en todo el continente se respiran aires de libertad y de progreso, nosotros volviéramos al pasado y refrendáramos, con nuestros votos, un modelo político económico que ha mantenido a nuestro país hundido en la miseria.

Porque miserable es un país que lleva más de 20 años sin crecer y miserable es un país con tantas decenas de millones de habitantes sobreviviendo apenas en medio de la más espantosa pobreza.

La democracia, como la razón y parafraseando a Goya, también engendra monstruos. Más si los medios, en especial la tv, contribuyen tan activamente en la tarea. Solo eso explica que tantos crean que lo mejor para México es retornar al pasado.

Ante la ineficiencia criminal del gobierno de Felipe Calderón. Luego de las traiciones sucesivas de Vicente Fox hay mucha gente que con sinceridad brutal confiesa: “prefiero a los corruptos que a los pendejos”.

Creen, muchos de esos ciudadanos que hoy se pronuncian por Peña Nieto y el PRI, que éste sí tiene capacidad para manejar el caos que los panistas dejan.

Están convencidos, por otro lado, de que, conociendo a los capos del crimen organizado, que bajo su sombra crecieron, pueden los priistas traer la paz a México.

Se equivocan en ambos casos. El caos en que vivimos solo puede superarse emprendiendo la tarea de transformación profunda de México. El país no aguanta más el mismo modelo económico; la misma manera de gobernar.

Tampoco a la paz se llega por la vía de la corrupción y la impunidad. Al contrario. Gracias al imperio de estos dos males estructurales, componentes esenciales del régimen autoritario, es que el crimen organizado creció y llegó a hacerse de una parte importante del país.

No puede Peña Nieto ofrecer, en materia económica y en asuntos de seguridad, más que lo mismo que hasta ahora hemos sufrido. Podrán los priistas mostrar nueva cara, pero siguen teniendo las mismas mañas.

El progreso y la paz con justicia no llegarán de la mano de aquellos que tantos años han hecho del gobierno solo un negocio más y han traspasado los límites entre política y delito.

Paradójico resulta que esos que tantas veces burlaron la voluntad ciudadana, los operadores de tantos fraudes electorales, regresen hoy al poder legitimados además por el voto “libre” de millones de mexicanos.

Lo cierto, sin embargo, es que se están burlando, de nuevo y gracias al poder del dinero, de esa libertad en la que el ciudadano de una democracia que se respete ha de emitir su voto.

Está en marcha una operación gigantesca de manipulación del electorado: inundar el país de propaganda, como lo han hecho, solo es posible rebasando, con creces, los límites legales de gasto de campaña.

Contra el poder del dinero, la indiferencia de la autoridad electoral y la capacidad de manipulación de los priistas parece, a un poco más de dos meses de la elección, que hay poco por hacer.

La escandalosa omnipresencia mediática de un candidato, Enrique Peña Nieto, cuyo poder de convencimiento descansa fundamentalmente en su apariencia, lleva a muchos mexicanos a creer que su victoria es ya un hecho y las elecciones serán un mero trámite.

Lo cierto es que esa omnipresencia constituye una muestra de lo que habrá de ser nuestro futuro y el de la ya de por sí maltrecha democracia en la que vivimos.

El presidencialismo, la figura del tlatoani todopoderoso, se adivina ya en la propaganda electoral priista. Será de nuevo, si lo permitimos, la “voluntad” del “señor presidente” la única que pese en este país, sobre todo después de haber vivido 12 años de gobiernos de pantalla.

El problema para los concesionarios de la tv privada es que aún no se dan cuenta de que el esquema de servidumbre al que el PRI los tuvo sujetos volverá de nuevo.

Atrás quedarán los tiempos dorados en los que el Ejecutivo abdicaba de su poder frente a la tv. El PRI no conoce otra manera de gobernar que sometiendo.

Ya padecimos seis años de un gobierno, marcado de origen por la ilegitimidad, incapaz de construir consensos y que no dudó en embarcar al país en una sangrienta cruzada por así convenir a sus intereses facciosos.

¿Permitiremos ahora que el viejo régimen, con una manita de maquillaje, se instale de nuevo? ¿Seducirá a millones de mexicanos el bombardeo propagandístico? ¿Podrá más el poder del dinero que el ansia de libertad, bienestar y justicia de un pueblo entero?

Faltan muy pocos días para saberlo; muy pocos días para, con imaginación, argumentos, creatividad y audacia, impedirlo.


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