28 jul 2008

Astillero
Julio Hernández López
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El valor de consultar

■ Mandato para resistir

■ El Aznar de San Cristóbal


Metidos unos en las fiestas reales de exhumación de su alteza ladronsísima (¡Guanajuatizar a México, ofreció el grotesco presidente nacional del PAN en las ceremonias de extrema hipocresía que concedió el felipismo para aceptar su derrota política y, en pago adelantado de mapacherías marca 0.56 por ciento para el 2009, extender cobijo de impunidad absoluta al gran defraudador ya sin botas!), y otros en el reparto anticipado del botín de 2012, parecen no darse cuenta los panistas y los priístas (y, desde luego, cierto perredismo sustituto) de que el valor de la consulta ciudadana de ayer no es técnico, estadístico ni científico, sino eminentemente político y social: es la comprobación numérica de que una franja importante de los mexicanos está claramente en contra del proceso cerrado con que se pretende decidir uno de los principales asuntos públicos del país; es, además, un primer mandato formal (faltan ejercicios similares en otras entidades), políticamente vinculatorio, para que esas opiniones adversas a los planes privatizadores se conviertan en hechos concretos, en acciones sustentadas de resistencia civil.

Ciertamente predecible, mediática y oficialistamente acosada, rozada incluso por incidentes que podrían parecer asomos de violencia por encargo, bamboleante entre los ánimos y los intereses disparados de un futurismo marcelino que lentamente va tomando distancia de su principal competidor e incluso permite o promueve indecisiones y confusiones, la fuerza de la tal consulta puede ser apreciada por el calibre y la insistencia del fuego que en su contra lanzan quienes se esmeran (y se desgarran mediáticamente) en la revisión y la polémica de circunstancias y detalles procesales, en tecnicismos y logísticas, en búsquedas numéricas y asombros porcentuales; ellos, los mudos y ciegos ante el fraude electoral de 2006, que comenzó con las amañadas encuestas de opinión que nunca les parecieron sospechosas ni erróneas, sino la plataforma supuestamente perfecta para comenzar a construir la percepción falsa del “crecimiento” electoral del candidato panista rezagado, y el así “explicable” fenómeno paranormal del triunfo “apretadísimo”. Ver la paja en una consulta pública y no haber visto la viga en sus arregladas encuestas privadas.

Manuel Camacho hacía ver anoche que la multimencionada consulta habría tenido mayor participación y mejores resultados si el PAN y el gobierno federal no hubieran desplegado todo su poder en contra. Guerra sucia (otra), uso instrumental de la televisión y dinero a raudales para generar un ambiente adverso a la participación cívica. Pues sí. Sabido es y de otra manera no ha sido ni será (al menos durante el intento actual de neofranquismo). Pero el valor de la consulta está, desde luego, en el contraste. Preguntar unos, con todos los errores que se quiera, mientras otros se aferran a la farsa de la “democracia representativa”, como si alguno de esos diputados o senadores hubiese llegado a su cámara con un mandato expreso de sus presuntos representados para que en un tema de transcendencia mayúscula se condujera de determinada manera. La consulta de ayer exhibe la incapacidad política de esos legisladores que ni siquiera fueron capaces de administrarse alguna forma de vacuna contra las acusaciones de elitismo y comportamiento faccioso si se hubieran arriesgado a ensayar ciertas variantes de consulta en sus distritos o entidades. Tan preocupante ha sido el hecho en sí del ejercicio de ayer que precipitó, además, la caída de lo que quedara de máscaras en la Nueva Izquierda Sustituta (Nisús): el presidente en colaboracionistas funciones se acomide con rapidez a atajar y a tratar de desvirtuar todo lo que pudiera afectar el nuevo montaje acordado, el de la clónica iniciativa también sustituta.

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