10 sep 2008

Arnoldo Kraus

Los números del gobierno


El presidente Felipe Calderón y su equipo deben estar muy preocupados por los números. A pesar de toda la pintura que depositan, no logran colorear el panorama. Son muchas las razones que impiden que sus palabras sean verdad. Expongo tres situaciones.

En todo el mundo el petróleo ha subido de precio con el consiguiente incremento en el de la gasolina. Los países que trabajan su petróleo son ricos. Nosotros, en cambio, vendemos petróleo de acuerdo a los precios del mercado mundial y compramos la gasolina que proviene de él. Mal negocio: no cerramos el círculo porque nuestros gobiernos han sido incapaces de generar una industria petrolera sana. Compramos lo nuestro.

México, al igual que muchos países pobres, exporta –expulsa– lo mejor: hombres y mujeres. Los que emigran, estoy seguro, suelen ser buenos trabajadores. Las manos mexicanas son muy preciadas en el extranjero. Felipe Calderón lo sabe, al igual que lo entendió su antecesor Vicente Fox, quien no mejoró en nada lo que no hizo Ernesto Zedillo, y así, sin parar, hasta donde la memoria alcance. Los trabajadores migratorios que laboran en Estados Unidos han sostenido, desde hace décadas, buena parte de la economía mexicana. Su presencia es vital para el gobierno: las remesas que envían mitigan un poco el desasosiego de la comunidad. Desafortunadamente para nuestro gobierno, los problemas económicos que asuelan a nuestros vecinos, y el incremento de la vigilancia estadunidense a lo largo del río Bravo, han mermado las remesas de dólares que llegan a México. La falta de trabajo y el impago afectan a nuestros trabajadores migratorios, a sus familias y a los números del gobierno de Felipe Calderón. Mal negocio: exportar hombres y mujeres ya no es redituable.

Nuestro país, al igual que todos los países pobres del mundo, ha sido y es víctima de la corrupción y de la impunidad. Todos, o casi todos los que han trabajado en el gobierno mexicano, son testigos: entre ellos no hay pobreza porque se han encargado de distribuirla en 60 millones de connacionales. Ese fenómeno, distribuir pobreza, es uno de los logros de la política mexicana. Con la corrupción y la impunidad han surgido dos situaciones muy semejantes que nos mal retratan en el extranjero: el narcotráfico como parte de nuestra realidad y los secuestros como cara de una enfermedad devastadora.

Hay quienes afirman que somos el país del mundo donde se dan más secuestros. Debe ser cierto. Los gobiernos lo han permitido y lo han encubierto. Se gana muy bien y a casi nadie se detiene. Negocio redondo para quienes se enriquecen: no pagan impuestos; sólo contribuyen con quienes los protegen: políticos y policía.

El secuestro ha sido pésimo negocio para México. Han disminuido las inversiones, los turistas han cambiado de ruta, se contratan miles de guardaespaldas que cuidan vidas, pero que no realizan trabajos productivos, se han instalado compañías extranjeras que venden seguros contra secuestros a lo que debe agregarse que el dinero que cobran lo regresan al país de donde provienen, y, por último, los empresarios mexicanos invierten menos porque desconfían del rumbo del país y de su seguridad.

En la actualidad, uno de los trabajos más redituables en México es el de los secuestros, labor que además de execrable –porque se permite, por los asesinatos, por los daños– no tiene la posibilidad de mejorar las cifras de Calderón. Ni se sabe el número de víctimas anuales ni se conoce cuánto dinero se genera cada año.

No sumo los ejemplos anteriores porque los sumandos son desiguales. Así lo enseñan en las escuelas primarias: “No se pueden sumar peras y manzanas”. Es cierto: petróleo, trabajadores migratorios y corrupción, aunque comparten malas historias, son problemas distintos. Lo que sí se puede sumar, con ábacos diferentes a los que utiliza el equipo de Calderón, es el daño que generan sus sumandos. Los números de pobres y de miserables se incrementan continuamente.

A diferencia de los traspiés gubernamentales los pobres comparten realidades que permiten agruparlos. No serán rescatados por los números y mucho menos por las palabras del Presidente. La realidad de los números agobia. Ni la pobreza se ha detenido ni quienes laboran y pagan impuestos aprueban la gestión gubernamental. De nada le ha servido al poder político desvirtuar la realidad.



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