9 may 2012

 
El antifaz de las encuestas

Luis Linares Zapata

 
 
Armados hasta el cerebelo con los porcentajes de su cotidiana encuesta (tracking, le llaman), los columneros estrellas de Milenio Diario y canal respectivo difunden caprichosas predicciones. El líder indiscutible, el aventajado, el poseedor del récord de simpatías encuestadas por ellos, pudo, al fin, aparecer en la televisión abierta y exponer sus alegatos. Y no sólo eso. Contratacó a los que osaron dirigirle sus cuestionamientos.
 
Pocos, si alguien, esperaban tal milagro de simplona palabrería y atildados modales aconsejados por asesores de imagen corporal. Fue un golpe propagandístico prefabricado con toda anticipación por la nube de protectores que guían las peripecias del señor Peña Nieto en tribunas, fotos y pantallas. La enorme ventaja del mexiquense, presumida con apoyo en el taumaturgo en turno (GEA/ISA), no sólo salió indemne del encuentro con desesperados rivales, sino le permitió mostrar sus acicaladas dotes oratorias, proclaman con donaire de conductores experimentados. Un fenómeno mediático que, sin duda, predican sin disimulo y entusiasmo un tanto fingido, aumentará su ventaja en la reñida competencia por el poder.

Noche a noche predican, auscultan, enjuician e inducen, desde ese canal y diario mencionados, lo que juzgan como irredento destino de las simpatías de los electores mexicanos. No hay alternativa al marcado desde su hertziano megáfono. El señor Peña Nieto, alertan, es y será el indisputable ganador de las venideras elecciones federales. Josefina, para sus pronósticos irremediables, lucha por mantenerse a tiro de un dígito, pero fracasa en el intento. AMLO, con su vetusta y hasta contradictoria retórica amorosa ya está, desde su periscopio cotidiano, condenado al destierro, a la derrota y, más que eso, al olvido.

Hay que decir, empero, que dentro de esa misma organización editorial y mediática hay ciertos colaboradores que salvan, con honestidad, su entereza, inclinaciones personales y reputación.

Con dura información a veces, con la refinada prosa y claridad de pensamiento de algunos otros, con sentido del humor e inteligencia en ciertas ocasiones, marcan prudente distancia de sus editores y compañeros de viaje. Tratan, por los medios disponibles a sus posibilidades, de mantener las necesarias e indispensables dudas y distancias del entorno que los rodea.

Pero los que acaparan múltiples reflectores, conspicuos miembros de la favorecida opinocracia, recalan, con frecuencia inusitada, y con incontenible saña a veces, en señalar los defectos y cortedades de aquel (AMLO) que les empitona sus más íntimas segregaciones gástricas. Ni modo, cosa de las pasiones de callejón y las visiones obnubiladas por ellas. Las distinciones de calidad entre los rivales por el poder, desde sus altos y severos juicios, se borran. Y, con incontestable plumazo, ponen a salvo a su elegido ganador. Los predicados 20 puntos (o más) de ventaja, conservados a piedra y canto desde hace años, han ido empujando al predilecto que será, qué duda cabe y desde sus alegados compromisos con la verdad, el elegido por esas mayorías que sus sondeos descubren. Y, tras esas pulsiones, atascadas de numerología, desfilan sus confianzas de taumaturgos del periodismo moderno.

La realidad de las preferencias electorales, en cambio, se ha ido acomodando con el indetenible fluir de la campaña. Un caudal a veces sordo, en otras ocasiones apenas audible, pero cierto, va emanando desde el seno mismo de la angustiada sociedad. El sentir que ahí se empolla ha ido sorteando los escollos de la medianía que lo rodea y condiciona. Ahora, después de adquirir la fuerza necesaria para retar al poder establecido, amenaza con volverse un torrente solicitante de atención, pero también de ayudas y generoso aprecio. Tampoco lo ha detenido el barullo mediático perfilado desde las cúspides para contenerlo.

La conciencia, esta vez masiva, va, con certeza y decisión, abriéndose un camino coincidente con las aspiraciones de esos muchos que forman mayoría.

Claman por el cambio sin escondrijos ni disfraces. Un cambio que sea verdadero, porque se ha engendrado desde las entrañas mismas del sufrimiento, de la pobreza, de esa precariedad que, no por sus penalidades y extensión, queda huérfana de honestidad y ánimo justiciero. Valores arraigados, conservados, hasta de manera destemplada y rijosa, por sendos grupos de la sociedad. Una fiera lucha, ciertamente de años, sin cuartel en busca de un lugar en la pequeña o gran historia del acontecer nacional se va haciendo presente. Forma ya un movimiento de arrestos transformadores, pero que trascurre, por lo que se ve y oye, ajeno a los escrutadores del oficialismo. Pero ese ronco madurar de intenciones colectivas tras el cambio empieza a ser captado por otros medios y esfuerzos demoscópicos (María de las Heras, Uno Noticias, por ejemplo). No cabe duda que los sentidos, de esos unos cuantos, se embotan con tanto deambular por rutilantes escenarios. La continua presencia en las pantallas de los opinócratas les uniforma voces, embadurna criterios y les congela gestos. Pero, a pesar de lo que difunden en sendas arengas moralinas desde sus pedestales mediáticos, los hechos, sus posturas y hasta sus sentencias, coinciden, a pie juntillas, con los soberbios dictados de aquellos que los miran desde mero arriba.




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