5 may 2012

 
Desfiladero
Cuartelazo mediático 2012
 
 
Jaime Avilés

 
Si Andrés Manuel López Obrador supera a Josefina Vázquez Mota en intención de voto habrá volatilidad en los mercados, pronosticó el pasado miércoles Standard & Poor’s, la principal casa calificadora del mundo. Ese mismo día Luis Videgaray, coordinador de campaña de Enrique Peña Nieto, dijo a los medios: AMLO ya rebasó a Josefina. Ambas notas fueron publicadas por La Jornada en su edición impresa de anteayer.

Aunque formen parte del evidente simulacro de elección de-mo-crá-ti-ca que han puesto en escena las fuerzas de la derecha, las palabras del priísta deben entenderse como cambio de señal. Videgaray declara, entre líneas, que para los dueños de todo llegó el momento de tirar por la borda a la señora Vázquez y cerrar filas en torno de Peña Nieto, debido al crecimiento exponencial de López Obrador.

Hasta hace días el esquema obvio (por reiterativo) diseñado por los poderes fácticos y la Presidencia de la República para imponer al ex gobernador del estado de México en Los Pinos intentaba reproducir la fórmula aplicada en 1994, que neutralizó la segunda candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas: usar al PAN como artificio para mantener al PRD en un lejano tercer sitio, que le negara la posibilidad de impugnar los resultados oficiales y, sobre todo, hablar de fraude.

En el cuarto de guerra del PRI, como el llamado de Videgaray lo confirma, esa opción ya no es viable. Vázquez Mota carece del poder de fuego retórico de Diego Fernández de Cevallos, sus tropiezos verbales públicos (en dos ocasiones, con escasa diferencia de días, prometió fortalecer el lavado de dinero), sus notorios fracasos logísticos (el estadio Azul que se vació mientras ella hablaba, por citar un ejemplo) y el virtual secuestro de su equipo de campaña por la gente de Felipe Calderón la han despojado de los eventuales atractivos que para un sector del electorado femenino tuvo, en algún momento, por el mero hecho de ser mujer.

Recuperar (ante los ojos del mínimo auditorio que seguirá el debate de mañana) un cierto donaire que le permita seguir –de acuerdo con las encuestadoras oficialistas– en un supuesto segundo lugar, sin que ello suscite suspicacias o carcajadas, es el último cartucho que le queda. Si no alcanza tal objetivo verá cada vez más lejos las suelas de los zapatos de AMLO y sentirá cada vez más cerca el cansino ronroneo de la camioneta de Quadri.

Éste sigue desempeñando, por su parte, el indigno pero cómodo papel de muñeco de ventrílocuo. Por la boca de Quadri habla Peña Nieto: sus propuestas son un catálogo de las ofertas a los dueños de México y del mundo que el priísta no se atreve a poner en sus labios. Hasta ahora ha exigido impuestos para alimentos y medicinas; aumentar (¿cuánto más?) los precios de la gasolina y el diésel mediante la eliminación de subsidios gubernamentales; agilizar la quiebra de Mexicana de Aviación (cuya ausencia temporal beneficia a Interjet y Volaris); construir un nuevo aeropuerto internacional en Atenco; mantener la presencia del Ejército en las calles; extender la militarización del país a las aduanas; suprimir el Infonavit; aprobar la reforma laboral que demandan Calderón y las empresas europeas que trabajan en Nueva España para abaratar los despidos, y, antes y después de todo, privatizar Pemex.

Víctima de una grave disociación de la realidad, Quadri apoya a las televisoras que se negaron a transmitir el debate porque, dijo, la gente está harta de los políticos y sería un acto autoritario obligarla a verlos. Nadie, por todo lo anterior, nadie se sorprenderá el día de mañana, a la hora del debate, cuando esta especie de Titino –el famoso muñeco de don Carlos– dedique los dos minutos de cada una de sus intervenciones a atacar al candidato tabasqueño, mientras Peña Nieto, hablando con el estómago, se limitará a sonreír.

Al margen de la justa indignación que el propietario de Tv Azteca –papá de Ninfa Salinas, candidata del Partido Verde a un escaño en el Senado– provocó al negarse a transmitir el debate por sus canales de alcance nacional, la maniobra debe ser vista con mesurado optimismo. Imaginemos que un consorcio de empresarios anuncia el debut de un fabuloso cantante de ópera y ofrece millones de boletos para asistir a sus conciertos durante los próximos seis años.

Sin embargo, cada vez que ese prodigio abre la boca ante auditorios dóciles y bien escogidos, desentona. Y llega el momento en que por primera vez deberá cantar un aria completa frente al más exigente de los públicos. De repente, entre sus patrocinadores, cunde la alarma. El supuesto heredero de Caruso y Pavarotti carece de cuerdas vocales: sólo es bueno, y no siempre, para hacer playback. ¿Qué pasará si el país se entera de que su campaña promocional, en la que fueron invertidos miles de millones de pesos, no es otra cosa que una estafa?

Agorzomados por la angustia y el pánico, los empresarios deciden colgar afuera de la sala de conciertos el letrero de nos reservamos el derecho de admisión. Y prohíben la entrada a 98 por ciento de los espectadores. No sólo para que, entretenidos en un partido de futbol sin el menor chiste, no descubran la trampa del solista mudo, sino también, sobre todo, para que no se enteren de que otro de los participantes canta bastante mejor las rancheras, a pesar de que se come las eses.

En medio de la crisis económica mundial más terrible de todos los tiempos y ante el agotamiento de un modelo económico y político que llegó a su límite y no da más de sí, la oligarquía mexicana sabe que su candidato no cuenta con el arrastre popular suficiente para hacerse del Poder Ejecutivo; en cambio, no le cabe duda de que no bien le ciña la banda tricolor les garantizará el saqueo de las riquezas nacionales por seis años más, así que ha decidido apostar, frenética y desesperadamente, al cuartelazo mediático para imponer al sucesor de Calderón, tal como en 2006 nos impuso al de Fox, con las pavorosas consecuencias que todos padecemos en carne propia.

Ante el debate de mañana, a Ricardo Benjamín Salinas Pliego (quien se arroba como @ricardobsalinas) le tocó efectuar la primera evaluación hidráulica de las ipomoeas batatas (léase, medir al agua a los camotes), para estimar la capacidad de respuesta de los seguidores de AMLO ante el cuartelazo mediático que se avecina. Y los pejesimpatizantes en las redes sociales lo abrumaron con sus reclamos, a grado tal que el magnate se sintió obligado a calificarlos de grupito de tuiteros autoritarios, desafortunada triquiñuela retórica que malamente empleó para minimizar la influencia creciente de medio millón de voces críticas al PRIAN en Twitter, sobre un público pasivo de alrededor de 8 millones de personas que se limitan a leer lo que sucede en ese ámbito de la sociedad mexicana, donde ninguna policía y ninguna ley pueden meter a nadie en cintura.

Quienes tras el fraude electoral de 2006 trabajaron a diario para evitar un nuevo despojo en 2012, las noticias de esta semana –el llamado de Videgaray a cerrar filas en torno de Peña Nieto, el foco rojo encendido por Standard & Poor’s y el respaldo que 98 por ciento de las televisoras regionales dieron a Tv Azteca, a la que también apoyaron los consejeros del IFE, el otrora dicharachero secretario de Gobernación y los intelectuales que se dedican a convencernos de lo aburridas que están las campañas– significan que, por desagradables y deprimentes que parezcan, las cosas van bien: los partidarios de la democracia continúan tejiendo una red de 400 mil defensores del voto en las casillas, y ésta es una de las muchas cosas que no pasan en la televisión y sin embargo le quitan el sueño a los candidatos de la televisión.

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