24 may 2012

 
Corte de caja


José Steinsleger

 
Ni los chamanes que ofrecen limpias en el Zócalo ni los analistas de Televisa y el grupo Milenio, ni los santos varones del laicismo que siguen a Walter Mercado “con mucho, mucho… ¡amor!”, imaginaron, siquiera, el insólito giro político que el país vivió en un mes que aún no termina. Veamos:
Domingo 6. Tras el debate de los cuatro aspirantes a la Presidencia, los jóvenes conocieron mejor al único candidato que se mostró reacio a la logomaquia (discusión en la que se atiende a las palabras, y no al fondo del asunto).

Jueves 10. En el Día de las Madres, un viejo Paul McCartney desencadenó en el Zócalo la emoción y felicidad de tres generaciones: “All my loving…” El ex beatle rugió: ¡Viva México, cabrones!

Viernes 11. El candidato Enrique Peña Nieto es repudiado por estudiantes de la Ibero.

Martes 15. Muere Carlos Fuentes, y un modo de entender el siglo XX se fue con él. A mediados de enero, entrevistado por Carmen Aristegui, el escritor había calificado negativamente a los candidatos. Sin embargo, sólo uno le hizo levantar las manos con preocupación: Peña Nieto.

Jueves 17. En misteriosa sincronía, 97 mil veracruzanos bailaron y cantaron con Willie Colón en el Festival de la Salsa de Boca del Río: “Te conozco bacalao / aunque vengas disfrazao… / beren, ben, ben / tucutun, tucutun / ten cuidado, bacalao, que te llevan arrestao…”

Sábado 19. Decenas de miles de jóvenes se manifestaron en la capital contra Peña Nieto y la desinformación programada de Televisa y Tv Azteca. Al día siguiente, más de 50 mil en todo el país levantaron la imagen de Andrés Manuel López Obrador.

A diferencia del épico y luctuoso 1968 (o de las revueltas de Túnez, Egipto, España y Alemania), el clima político de la primavera mexicana empieza a ser más coherente y suscitador: existe un líder de masas, con un proyecto viable de país.

Por consiguiente, crece entre los jóvenes la sensación de que no todos los políticos son iguales. Pues esta idea, sospechan, fue instalada por los que, justamente, heredaron las obsesiones de Artemio Cruz: la del político de origen humilde que participó en la revolución y luego se fue degradando moralmente hasta convertirse en un magnate del capitalismo.

No es novedad la mala prensa que padecen los jóvenes. En 1968 fue igual y así es hoy, cuando muchos de aquellos líderes e intelectuales los estigmatizan sin piedad, en lugar de emplear su cultura para recordarles los versos de Schiller: Dígale usted / cuando sea hombre / respete los sueños de su juventud.

¿Cómo demandar de los jóvenes moderación si en cualquier clase y condición social nada hay más terrible que su desconcierto, soledad y confusión? El sistema, a más de negarlos, los ve como delincuentes potenciales o factor de riesgo.

El chileno Martín Hopenhayn, investigador del drama, es contundente: El discurso de la seguridad ciudadana permea tan fuerte, que en muchos países la gente dice: el mayor problema de la sociedad es la seguridad, y lo vincula a ese grupo de riesgo que es la juventud (Página 12, Buenos Aires, 2/1/12).

En Argentina, Chile y ahora en nuestro país, los jóvenes vuelven a tallar su futuro. ¿Qué no tienen poder? Quién sabe... Con las nuevas tecnologías de comunicación (que a un tiempo les dan independencia y dependencia), nos están advirtiendo acerca de los axiomas catastróficos que les hemos ofrecido.

Es simple entender por qué un joven consciente tiende a dudar del adulto. ¿Cuántos años nos llevó reconocer (y siempre que lo reconozcamos) que no hay respuesta para todo? Y, por otro lado, tenemos el extraño lenguaje de los políticos al uso, que lejos de revelar las injusticias y las desigualdades se revelan como ejercicios de oportunismo y amoralidades pactadas.

Los expertos que en 2000 dijeron que el camino de México era el voto útil, la alternancia, la transición, se encuentran en figurillas para explicarnos la aparición de cientos de jóvenes de 14 y 15 años expertos en el manejo de armas modernas, y en motosierras que usan para destazar seres humanos en vivo.

Porque fueron ellos, los expertos que desacreditaron y bastardearon nuestro legado político y cultural como superado, populista y dogmático, los que durante 30 años exaltaron el nacionalismo español, yanqui y chileno como referentes de civilización, modernidad, progreso.

¿Cómo haremos, entonces, para evitar que México continúe siendo un chapoteadero de sangre, con vísceras humanas expuestas a los ojos de los niños, osario de fosas comunes, morgues rebosantes de cuerpos mutilados y feminicidios a granel en una guerra, donde con excepción de gringos y amanuenses criollos, nadie sabe quién es quién?

La política puede hacer algo. Y cuando digo política, no digo más que la prevista en la Constitución de la República: con un presidente que la valore por sobre los intereses de las corporaciones económicas, y que en su calidad de comandante en jefe ponga punto final a la doctrina de seguridad en curso,
impuesta por Estados Unidos.



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