10 jul 2009

Este artículo de Epigmenio Ibarra es una verdad de a kilo , también una verdadera lastima . Habrá que trabajar muchisimo para revertir sus profesías , nada es imposible , Iztapalapa es la muestra .

La izquierda a la que se refiere , son ni más ni menos los chuchos , todos los gobernadores perredistas que fungen actualmente pertenecen también a esta corriente . De ahí la separación con AMLO , el no quizo participar de eso que medios y partidos llaman "acuerdos" .

Desafortunadamente en esa lucha interna del PRD , todos los comentaristas tachan por igual a todos , mañozamente no son capaces de distinguir entre quien ha seguido firme a sus convicciones y quien ha sucumbido al poder .






La transición fallida; el rosario de traiciones


¿Cómo se sentirían los chilenos si Augusto Pinochet, el dictador, el asesino, el corrupto, no sólo resucita sino que, además, vuelve al poder? ¿Y que pensarían los españoles si Francisco Franco, merced a unas elecciones, a los propios votos de aquellos a los que mantuvo bajo su bota sin tomarles parecer sobre cosa alguna, se instalara de nuevo, con todos sus crímenes a cuestas, en el gobierno? ¿Con qué cara se presentarían ante el mundo los argentinos si el general Videla y sus secuaces, eludiendo la justicia, burlando el castigo, volvieran a dirigir los destinos de ese país? ¿Y los salvadoreños y los nicaragüenses cómo serían capaces de mirarse en el espejo si, en las urnas, víctimas de una súbita amnesia colectiva, hubieran elegido a personajes como Anastasio Somoza o Roberto Dabuisson para que, con las manos manchadas de sangre inocente y los bolsillos repletos de dinero del pueblo, se sentaran en la silla presidencial? ¿Qué debemos de pensar, de sentir entonces los mexicanos luego de que el domingo se alzara el PRI con la victoria en las elecciones intermedias preparándose así para lo que se antoja una irremediable restauración del régimen del partido de Estado que tanto daño hiciera a México? ¿Cómo presentarnos ante el mundo luego de que, tras un breve interludio de apenas nueve años de “vida democrática” vuelven a hacerse cargo de la conducción del país aquellos que por más de 70 años nos impusieron la corrupción como sistema de vida, la impunidad como norma? ¿Cómo mirarnos en el espejo después de haber llevado al umbral de la Presidencia, mediante el voto ciudadano, a aquellos mismos que durante decenios burlaron, torcieron, suplantaron la voluntad popular? ¿Qué nos pasó el domingo? ¿Cómo es que se fue al carajo la transición y volvimos de nuevo al pasado?

Antes que nada habría que decir, parafraseando a Goya y como para ensayar más que una explicación una disculpa por esta nueva y dolorosa vergüenza nacional, que la democracia como la razón, engendra monstruos y tanto así, que muchos votantes terminaron operando este domingo de elecciones –y porque tenían ante sí esa posibilidad; la de resucitar al PRI– bajo el influjo de la perversa lógica de que “es preferible traer un corrupto –como reza el dicho popular– que un pendejo encima”.

Pese a sus muchos delitos de lesa patria, pudo el PRI, tras la pérdida de la Presidencia de la República, lo que, por el bien de la Nación, debiera haber sellado su sepultura, no sólo seguir en pie sino acumular, además, el poder y la influencia suficientes para renovar y reconstruir por completo su entramado de complicidades y tener así, sólo que ahora, triste paradoja, validado por el voto libre y secreto, ese que tantas veces traicionara, una nueva oportunidad. Así se reafirma lo que a estas alturas es ya una verdad de Perogrullo: en nuestro país se produjo la alternancia, es cierto, pero jamás un verdadero proceso de transición a la democracia. No es el dinosaurio el que sigue ahí; es el antiguo régimen que no se resigna a morir.

Vicente Fox, Felipe Calderón y los panistas no tuvieron ni la voluntad ni el coraje, ni la inteligencia ni el patriotismo para conducir, desde el poder, la transformación del país. Ese fue el mandato que recibió Fox en las urnas; a la voluntad expresa de millones de mexicanos que votaron por el cambio, dio cínicamente la espalda. De esa primera traición refrendada con su intromisión ilegal en las elecciones del 2006, como si la democracia, de la que era beneficiario y supuestamente garante, se tratara sólo de imponer a su “tapado” a todo trance, es hijo el gobierno de Felipe Calderón. El que a votos mata a votos muere.

Aun teniendo Fox la evidencia suficiente y el respaldo popular como para –con el Pemexgate por ejemplo– demoler desde sus mismos cimientos, llevando al PRI ante la justicia, al régimen de partido de estado decidió mimetizarse con él, sustituirlo, emularlo en el peor de los casos. Urgidos pues de cimentar su propio poder no encontraron mejor camino los panistas que hacer suyos los mismos usos y costumbres de los priistas con los que se aliaron primero para gobernar y por supuesto, para cerrar el paso a quien se opusiera a sus designios. Poco tiempo, sólo durante la campaña electoral, pudieron actuar como rivales del PRI, pronto pasaron a ser sus cómplices; terminarán ahora siendo sus lacayos. Expertos en la coerción los priistas cobrarán caro a Calderón los servicios prestados.

La izquierda, envilecida por sus constantes y mezquinas pugnas internas, no pudo, por otro lado y desde una oposición digna y consistente, adquirir la fuerza y la solvencia necesarias para levantar el valladar que impidiera la vuelta al poder de aquellos que durante tantos años hicieron de México un botín. Para hacerse gobierno la izquierda recurrió lamentablemente en muchos casos a los mismos trucos del PAN. En lugar de preservar sus principios, de mantener ese impulso ético; el compromiso con las mayorías empobrecidas, incapaz de reinventarse e inaugurar nuevos caminos estableció alianzas nocivas con esos que “sí saben cómo hacerlo” y tanto que terminó ayudándoles a pavimentar su camino de regreso.

Impune al fin, desde el Congreso y en tanto construye desde ahí la plataforma para conquistar de nuevo la Presidencia de la República, el PRI será otra vez gobierno. No necesita ya comparsas; se levanta legitimado y poderoso sin haber rendido jamás, ante nadie, cuenta de sus actos y sin haber pagado las consecuencias de los mismos. Triste historia la nuestra, víctimas de este rosario interminable de traiciones.

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