26 feb 2010




A mí Twitter no me da miedo (primera parte)






Confieso que no entendí la relación entre el título y el contenido de la columna de Ciro Gómez Leyva publicada este jueves en MILENIO. Me parece ingenuo suponer, más bien pontificar, como él lo hace, sobre la muerte del periodismo a manos primero de los boletines oficiales y después del fenómeno creciente de las redes sociales.

Aunque sé que la capacidad de infiltración y manipulación del crimen organizado, otros poderes fácticos o la oposición (metidos todos de pronto en un solo saco merced a una teoría conspirativa que en el artículo de marras sólo se sugiere) es enorme, me cuesta mucho trabajo imaginar que en Twitter y Facebook, como parece sugerirlo Ciro al citar comentarios aparecidos en ambas redes, una de estas fuerzas oscuras ha montado una campaña para “meter miedo” a la población difundiendo falsos hechos de violencia. Ni falta que hace Ciro. La gente tiene miedo y no por cierto inducido o imaginario.

No creo, por último, que a estas alturas del partido los medios tradicionales, que también en eso de caer en información no confirmada resbalan con frecuencia, puedan seguir reclamando el monopolio de la objetividad e imparcialidad informativa.

Eso, que es más bien cuestión de fe, de dogma, le toca a la Iglesia o a quienes confunden micrófono, cámara o columna con púlpito y desde ahí lanzan anatemas.

La prensa independiente en este país es, me temo y salvo muy honrosas excepciones, un fenómeno muy reciente. Sólo hasta que las fisuras en los más altos círculos del poder (de eso habla Sloderlick en su libro En el mismo barco) se hicieron profundas e inmanejables es que, lo que antes era el muy riesgoso campo de acción de unos cuantos valientes, se volvió la tarea cotidiana de casi toda la prensa nacional.

Sólo entonces diarios y revistas sometidos al poder comenzaron a abrir sus páginas a un periodismo crítico e independiente. Por décadas —y el suplemento del sábado pasado en MILENIO sobre Fernando Benítez da cuenta de eso— ese periodismo se hacía más bien, colándose por los resquicios, en los suplementos culturales que, obviamente, no estaban bajo la lupa de los funcionarios encargados de la censura y esto, claro, hasta que el dueño o el director del diario recibía la llamada de rigor y mandaban a todos a casa.

Los diarios estaban dominados por la versión oficial de los hechos. Se rendían ante ella. Otro tanto sucedía en los medios electrónicos. La primera apertura se produjo en la radio. Sólo en el 2000 la televisión privada —en una estrategia de validación— comenzó a mirar, con una parcialidad y una incapacidad genética que aún mantiene, lo que sucedía en el país.

A una población escéptica que ha sido testigo y víctima de esta ominosa sumisión, hoy se le abre con las redes sociales —siempre dentro de los límites que la desigualdad social y el retraso tecnológico que el país le imponen— un nuevo camino para comunicarse entre sí, para obligar al poder tan ayuno de mecanismos de rendición de cuentas y a los medios tan acostumbrados al “dictum” y a la unilateralidad a escucharla.

“Bienvenida sea la revolución —decía Flores Magón—, esa señal de vida, de vigor de un pueblo que está al borde del sepulcro”. Bienvenidas sean, habría que parafrasearlo, las redes sociales en este entorno de competencia salvaje, de concentración de medios en manos de grupos de poder económico y donde la interacción con lectores o espectadores es sólo un instrumento limitado a las encuestas, los espacios del lector o las mediciones de rating y estudios de mercado. Bienvenido sea pues este viento fresco, este vehículo para construir, colectivamente, una nueva realidad.

Cuando surgió el control remoto la televisión, ahí donde hay opciones reales, sometió a programadores y productores a la dictadura de la decisión inmediata del espectador. En sólo 20 segundos se decide cambiar de canal. Siguió siendo sin embargo la de la televisión una pantalla sorda y plana. La comercialización de contenidos en internet, si bien modificó usos y costumbres de consumo y democratizó el acceso a algunos contenidos, no cambió, al menos hasta ahora, la relación con la que se suele llamar “audiencia cautiva”.

Si en la televisión mexicana el conductor prevalece sobre los reporteros, la narración sobre las imágenes. Si no es la “dictadura de los hechos” la única ante la que se someten los grandes canales. Si en la radio son también, otra vez, menos importantes los hechos y los protagonistas de los mismos que quienes controlan el micrófono. Si en la prensa se limita la interlocución con el lector y muchos columnistas se sienten agredidos, amenazados por la respuesta de la gente ante diagnósticos y veredictos que desde su columna lanzan y que pueden ser tan o más virulentos que los reclamos que reciben. En estos tiempos de canalla donde campean la violencia, el autoritarismo y su correlato la intolerancia. ¿Qué esperabas Ciro que sucediera al abrirse un sendero de tantas vías simultáneas, la llave de un torrente, como Twitter? ¿A qué temerle? ¿Por qué descalificarlo o, peor aún, meterlo en cintura?

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