17 feb 2010


Decadencia y faramallas



Luis Linares Zapata

Durante varios y ruidosos días la renuncia del abogado Gómez Mont a su militancia en el PAN llenó los aires difusivos del espacio público nacional. La palabrería y el ruido fue apabullante. Más todavía lo fueron las suposiciones que, de tan pueril y tonto acto de prestidigitación, desprendió la opinocracia afiliada al poder. ¿Estará enterado el señor Calderón, su jefe, de tan osado movimiento? ¿Renunciará también a su cargo en el gabinete? ¿Podrán continuarse con las peliagudas negociaciones que Gómez Mont debe llevar a cabo? ¿Las alianzas entre el PAN y el PRD son la causa de tan crucial suceso? ¿Qué le pasará a la administración panista ya tan tocada por los fracasos?

Éstas y otras preguntas adicionales pero irrelevantes, incisivas pero pueriles, fueron las dizque feroces interrogantes lanzadas, sin ton y poco son, para entretener audiencias. Mientras, allá en el mero fondo de la nación, una sociedad angustiada, temerosa, abandonada a su mala suerte, da muestras palpables de su enojo por un presente donde los desastres son continuos y la desesperanza ante el futuro es ya común denominador.

El sainete del renunciante se encimó, además, a la fugaz, atarantada y frustrante visita del señor Calderón a Ciudad Juárez. Se trataba de destacar el arrepentimiento que embargaba al Ejecutivo federal por sus torpes palabras catalogando de pandilleros a los jóvenes masacrados. Quería oír, ¡en persona!, a los ciudadanos afectados. Tenía necesidad de comunicarles una nueva, comprensiva, estrategia global para enfrentar el problema de la masiva inseguridad. Pretendía matizar, darle un giro a su decisión, terminal por cierto, de combatir de frente la violencia desatada con la presencia masiva de las fuerzas del orden, el Ejército en primerísimo lugar.

Se había dado cuenta el señor Calderón, después de tres cruentos años de insistir en su guerra particular, que hacían falta otros mecanismos, la puesta en marcha de diferentes programas para atender causales más profundas en su intento por apaciguar a una criminalidad fuera de control.

El PRI, en su versión chihuahuense, se movió con rapidez y dio el inesperado arañazo de urgencia. Movería algunos despachos, con sus actores dentro, al teatro por donde fluirán los flujos de recursos anunciados. No quedarían los priístas fuera del reparto de bienes para la compra de votos en las inminentes elecciones locales. Y así quedarán empatados, al menos por un tiempo perentorio, los ánimos de apañe, tanto de los negocios particulares derivados del dispendio como por los asuntos de imagen partidista que los programas, inducidos desde el centro, llevan atados.

Ya los difusores de la derecha se encargarían de ofrecer versiones que amortigüen las evidentes improvisaciones gubernamentales. Había necesidad de poner los acentos ahí donde, aparentemente, nadie los había visualizado: sobre la sociedad juarense que no reclama ante los hacedores efectivos del mal, los asesinos materiales de jóvenes.

La intentona de los opinadores, disfrazada de crítica profunda, innovadora, iracunda y perspicaz, lleva como central propósito limpiar las atónitas caras de las autoridades, en especial la indefensa y boquiabierta del señor Calderón mismo.

La polvareda propagandística crece por estos días de manoseos y ambiciones prelectorales en proporción inversa al pánico que ocasionan las verdades de un sistema decadente que se desea prolongar, aunque ya carezca de sentido y sus resultados sean contraproducentes. No se trata de atender las causas reales de estas tragedias de violencia o de los terribles, pero evitables efectos de la adversidad climática, ya sea en Agangueo, Neza o Chalco.

Es de urgencia oficialista envolver con sendos mantos de disculpas y verborrea las provocaciones constantes, a cielo abierto que desde el poder establecido se infligen a la sociedad para permitir los negocios acostumbrados a la vera del poder.

Hay que continuar con la aplicación tajante, sin contemplaciones, del modelo vigente, ése que permite la acumulación desmedida de riqueza en la cúpula mientras se empobrece, ignora y margina a las mayorías. Si en la ruta decidida desde hace ya décadas se atraviesa un sindicato de electricistas rijoso, liquídese aunque se tuerza la ley y manden al desamparo a miles de familias.

Si al manejo autocrático de alguna mina, concesionada con larguezas patrimonialistas a plutócratas locales, se resisten sus trabajadores, que los jueces declaren, por orden terminal de la cúspide federal, el finiquito de la empresa y, por tanto, de su contrato colectivo (Cananea). Si en la rebatinga de los inmensos contratos petroleros se tuercen las recientes reformas, que se den a conocer, con bombo y dispendio, hallazgos de abundantes campos de gas y crudo marino. Contrátese para ello, sin remilgos ni cortedades a los publicistas especializados en distractores para adormecer a la ciudadanía. Si para seguir con la entrega de la minería a los extranjeros se den facilidades fiscales inauditas, que así quede plasmada la decisión inapelable de la autoridad sin que los reclamos de pueblos, comunidades indígenas o comuneros tengan resonancia y consecuencias. O para que se continúe con la política impositiva de consolidaciones rampantes, agujeros deliberados, auditorías a modo y salvedades para sendos grupos empresariales que lastran a la hacienda pública, es preciso engatusar a los ciudadanos con señuelos de reformas políticas, pues que se llame a los legisladores maromeros para que pongan sus artes y oficios a funcionar.

En fin, si para allegarle más recursos a la hacienda pública en medio de la crisis es preciso negociar, en lo oscurito, la inmunidad de sátrapas y salvaguardar al joven del copete alisado de una pérfida alianza en su contra, pues que de ello se encargue el abogado Gómez Mont y luego se arme un escándalo a su costa para salvar la funcionalidad de otros. Al fin y al cabo, todo está permitido en política y se asiente, como consuetudinaria verdad real, el haiga sido como haiga sido.




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