Trajines evasivos
Genes conservadores
Greg, Gamboa, comicios
Es explicable que a los ocupantes actuales del gobierno federal les resulte difícil festejar los procesos de lucha que desembocaron en la Independencia nacional y la Revolución de 1910. No sólo resultan ingratos para el calderonismo los pasajes de esas historias en sí, como vías de recuerdo y análisis, sino en especial los aires reivindicatorios actualizados que soplan en razón del momento crítico que vive el país, entregado cada vez más a los intereses extranjeros, en particular los estadunidenses y españoles, y a una especie de neoporfirismo cancelador de ciertos avances sociales e instaurador de una amenaza creciente de dictadura armada.
Sustancialmente contrario ese calderonismo a los conceptos de lucha popular, revolución, independencia y soberanía nacionales, ha hecho afanosamente todo cuanto le ha sido posible para disminuir y opacar los correspondientes festejos oficiales, por la vía del recorte de presupuesto, el bajo perfil de la comisión organizadora de los actos conmemorativos y el enfoque frívolo, pasteurizado, de los broncos acontecimientos que han definido la fisonomía nacional. Pero no sólo esas maniobras de burocratismo clásico: también ha desplegado el lic. Calderón a lo largo de este año significativo las mayores de sus artes de desconcierto y angustia sociales, sumiendo a la nación en una montaña rusa de violencia, ejecuciones, actos contra la población civil, militarización sin reserva, escándalos políticos y muestras cínicas de ineficacia, corrupción e impunidad que han mantenido a los mexicanos más atentos a las trágicas novedades del día que a la evocación y la exaltación de las fechas que incluso habían sido convertidas en una especie de fetiche numérico que conllevaba la idea simplista de que por motivaciones de calendario se darían reproducciones en automático de gritos y planes de sublevación contra los poderes opresores.
Ayer, en sincera continuidad de la estrategia de evasión histórica que ha mantenido hasta ahora, el antes mencionado jefe administrativo del conservadurismo mexicano realizó una maniobra de transporte (Mudanzas Felipe) a la que pretendió dar un barniz de altos vuelos ceremoniales y a la que acompañó con un discurso de presunta salud republicana cuya evidente condición falaz confirma que entre más colores fantasiosos usa Calderón en su paleta oratoria para pintar un México exitoso, rebosante de justicia y prosperidad, peor es la realidad que él ha reducido políticamente al negro, el gris y el rojo. Mover los restos óseos de 12 personajes de la Independencia para enigmáticos servicios de mantenimiento que permitirán su posterior exhibición pública es un acto de congruencia del ocupante de Los Pinos: aparentar que se hace algo, trastocar para disimular, dar tratamiento ligero a lo que debería ser profundo, exhibir con sentido de espectáculo. El recurso escenográfico oportunista y descafeinado provoca de manera natural rechiflas de quienes ven al aparato oficial simular homenajes y solidaridad con lo que evidentemente le resulta distante, molesto y contrario.
Los Pinos ni siquiera se atreve a emitir un suspiro diplomático de incomodidad por el envío de mil 200 miembros de la Guardia Nacional de Estados Unidos a la frontera con México, y camina dócilmente por el sendero de anexionismo que Washington ha trazado en aras de una integración subcontinental. Los gritos de dependencia del licenciado Calderón también son emitidos en España, de donde han llegado inversiones ventajosas, lesivas para el interés mexicano, en una especie de reconquista iniciada por el difunto secretario Mouriño, pero también el modelo de polarización social para marginar a la izquierda y golpear a sus personajes importantes, una suerte de neofranquismo adaptado a la colonia mexicana.
En el remolino de adversidades que el calderonismo cultiva con aplicación, lo electoral va tomando rutas de tragicomedia. A los pobres Chuchos colaboracionistas y al salobre estratega Camacho les va quedando muy grande la casaca militar de opositores cuasi revolucionarios que pretenden instalarse para defender su creación de Quintana Roo, el ahora famoso Greg a quien no solamente acusa el calderonismo con su estilo conocido de invenciones judiciales para propósitos electorales, sino también ecologistas y luchadores de causas sociales que no encuentran motivos para defender al presunto mártir de la democracia ni para secundar la estrategia de sustitución práctica en la campaña, que no en la candidatura, que ha asumido la esposa del peculiar pastor ahora encarcelado.
El panismo, mientras tanto, sometido a las instrucciones gubernamentales que retransmite el dirigente César Nava, camina sin mucha esperanza a escenarios electorales que al menos en sus términos actuales parecen favorecer al PRI, que en Querétaro convirtió en gran espectáculo la toma de posesión de Emilio Gamboa Patrón de un cargo relativamente menor, la dirigencia del sector popular de ese partido, membrete cada vez menos influyente en las decisiones reales que ahora toman enérgicamente los gobernadores y no la estructura tradicional del tricolor. Pero la reaparición pública de Gamboa se convirtió en confirmación de los apetitos desbordados de un priísmo que se siente inequívocamente llamado a ganar la mayoría de las elecciones de gobernador de este año, aunque la proclama oficial fue que triunfarán en los 12 casos, y a volver a instalarse en Los Pinos. Falta ver si el priísmo y la nación en general arriban a esos escenarios electorales o son modificados por la estrategia calderonista de creciente violentación de lo público, de siembra de temor social en el cumplimiento de tareas cívicas (el censo, por lo pronto) y de repliegue sin defensa ante amenazas genuinas o manipuladas de acciones de narcotraficantes que en los hechos acaban instaurando estados de sitio regionales. Ante todo ello, ¿podría Felipe, de verdad, lanzar vivas sinceras, promover festejos y encomiar los aires de independencia y revolución? ¡Hasta mañana!
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