17 may 2010


México SA

Empleo y cuentas alegres

Peor que diez años atrás

Diego, ¿nuevo Ruiz Massieu?





Carlos Fernández-Vega




Un hombre cuida a su hijo mientras vende botellas de agua en un cruceroFoto Luis Humberto González


Que la única” guerra que no ha ganado es la de las “percepciones”, dice el modesto cuan equilibrado inquilino de Los Pinos. Cierto: ésa, más la del empleo, del crecimiento económico, del desarrollo social, de la legalidad, del estado de derecho, de la concentración del ingreso, de la pobreza, etcétera, etcétera, sin olvidar la del narcotráfico. Por lo demás, su accionar ha sido victorioso, tanto que todavía no se cae.

Para ejemplificar tanta victoria está el asunto del empleo –uno de sus ejes de campaña y de su (autodenominado) gobierno–, donde ha ganado la guerra: a estas alturas México reporta la mayor tasa de desempleo de la última década y el mayor número de informales en su historia. Por ello, vale el análisis que el Centro de Investigación en Economía y Negocios (El empleo en México, el fin de las cuentas alegres) del ITESM, campus estado de México, hizo llegar a este espacio, del que se toman los siguientes pasajes.

La tasa de desocupación de 5.3 por ciento reportada por el Inegi para el primer trimestre de 2010 refleja una realidad del mercado laboral que dista de las cifras dadas a conocer por las autoridades económicas y laborales del país, en el sentido de que la incipiente recuperación ha llegado a las familias de México. Dicho indicador es el más alto de los últimos diez años para un periodo igual y similar al del cuarto trimestre de 2009, por lo que se puede concluir que los problemas laborales persisten en la economía. Sin embargo, no solamente debe repararse en que la tasa de desocupación citada es superior a la contabilizada en el mismo periodo de 2009 (5.1 por ciento); también es menester observar que la mayor parte de los indicadores permiten afirmar que el empleo existente enfrenta condiciones más precarias que antes de la crisis.

Primero, debe citarse que si bien existió un aumento de 718 mil personas ocupadas en la economía (sectores formal e informal), ello no necesariamente les garantiza un mejor ingreso y tener las prestaciones que por ley les corresponden. Del reporte proporcionado por el Inegi se desprende que conforme a lo esperado la población ocupada en la economía informal creció a un ritmo superior que aquella asociada al sector formal que contabiliza el IMSS. Es evidente que el sector productivo formal es insuficiente para dar alivio a las necesidades de empleo que existen en México.

En segunda instancia puede observarse que la crisis acentuó la merma en los ingresos que perciben los trabajadores, ya que si bien no aumentó la gente que tiene percepciones no salariales, en el caso de quienes no reciben ingresos y los que debieron aceptar salarios menores al mínimo o cuando mucho iguales a dos salarios mínimos sí exhibieron un alza significativa: más de 930 mil en únicamente un año. Indudablemente esto esboza que la población nacional en problemas de pobreza ha aumentado, y que si el sector público no actúa con eficiencia con sus programas de atención social el problema se exacerbará, y provocaría un nuevo retroceso en el desarrollo de la nación. En este sentido debe realizarse una reflexión adicional: si el mercado laboral no está solucionando el problema de pobreza, ¿lo podrá hacer el gobierno con una política social que reclama recursos financieros crecientes, simplemente por el hecho de que hay más pobres? ¿Qué implicación tendrá esto en materia de impuestos, sobre todo si la economía no logra crecer a tasas superiores a 5 por ciento?

Un tercer aspecto a resaltar es el hecho de que los trabajadores sin acceso a los sistemas de salud (28 millones) o que no tienen prestaciones distintas a las de salud (11.2 millones) también aumentaron. Sin lugar a dudas esto se desprende del hecho de que el empleo informal ocupa a una proporción mayor de personas, pero también de que los vínculos laborales entre las empresas formales y los trabajadores se debilitan. Cuando se toma en cuenta que casi 14 millones de personas no tienen un contrato por escrito con su empleador (106 mil más que durante el año previo), que casi 3 millones laboran menos de 15 horas a la semana, o que 8.2 millones lo hacen entre 15 y 34 horas, no es de sorprender que entonces este grupo de trabajadores no cuente con las prestaciones que por ley le corresponden. El problema en este punto es que la tendencia negativa es evidente: entre el primer trimestre de 2009 y el correspondiente de 2010, 870 mil trabajadores se sumaron a esta situación.

Como resultado se tienen las cifras asociadas a la subocupación, las cuales reflejan la creciente necesidad que tienen los mexicanos de buscar nuevas fuentes de ingreso al desempeñar dos o más trabajos. Con las 651 mil personas que adicionalmente se encontraron en esta situación durante el primer trimestre de 2010 se alcanzó la cifra de 4 millones, donde el problema es tanto la tendencia creciente como el hecho de que en la variación del último año no existió una diferenciación por nivel de preparación académica, es decir, prácticamente no importó si la gente tenía estudios universitarios o de nivel medio superior; su incremento en la subocupación fue mayor al que tuvo el grupo de trabajadores que no terminaron la primaria.

Destaca el hecho de que el valor agregado de la economía no pueda elevarse, al dejar fuera del mercado laboral a la parte de la población que cuenta con la mayor preparación académica. ¿Cómo se saldrá de un círculo vicioso donde el mercado laboral no genera los incentivos para que la gente vea a la educación como un factor de movilidad social que le procure la posibilidad de alcanzar un mayor bienestar? Bajo el contexto descrito, parece claro que el llamado de algunos empresarios a generar empleos de calidad es totalmente oportuno, ya que sólo mediante un incremento en las remuneraciones y prestaciones se podrá alcanzar el desarrollo del mercado interno, lo cual es fundamental para hacer funcionar el motor de la economía que durante los últimos 30 años se ha venido deteriorando y sin el cual es imposible alcanzar un desarrollo sustentable.

Las rebanadas del pastel

El secuestro del jefe Diego, la ardilla salinista, sin duda fortalece la tesis calderonista de que el deterioro del país es cosa de “percepción”. Al susodicho personaje, que destaca entre lo más negro de lo negro de la política nacional, le llegó el turno de pagar facturas, y su “desaparición” sólo confirma que el crimen organizado asciende en la escalera del poder, mientras el gobierno que mete golazos de discurso va en riguroso sentido contrario. ¿El ex senador se convertirá en el Ruiz Massieu del calderonato?

cfvmexico_sa@hotmail.com • mexicosa@infinitum.com.mx




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