23 dic 2008

La ruptura petrolera

“Hasta aquí llegamos”,
dijo López Obrador



Aunque nunca se descartó del todo, el rechazo de Andrés Manuel
López Obrador a la reforma petrolera negociada por los senadores
del Frente Amplio Progresista tomó por sorpresa a muchos.
“No puede ser, es surrealista”, dijo el senador Pablo Gómez.
“Explíquenme, por favor”. Inexplicable puesto que el tabasqueño
y el grupo de expertos que trabajó con él ya la habían avalado
públicamente. Mucho más previsible era que la decisión de
rechazar la reforma llevara a un rompimiento con la dirigencia
nacional del PR D, en manos de la corriente Nueva Izquierda.
Esta es la historia de cómo ocurrió.


Por Alejandro Almazán / Vanessa Job / Humberto Padgett

La noche del miércoles 22 de octubre, Andrés Manuel López Obrador entró como ventarrón a su despacho de la calle San Luis Potosí, en la colonia Roma. Escudriñó a su visitante, el senador Carlos Navarrete, y le soltó sin más lo que en los hechos fue una oficialización de una prolongada ruptura política: –Pues hasta aquí llegamos, ¿no? –afirmó López Obrador.

–Parece que sí, Andrés. En el PRD ya tomamos una decisión y la vamos a respetar. Mañana votamos la reforma petrolera.

–Pues nosotros también tomamos la nuestra. El pueblo habló, quiere la movilización.

–Sí, ya me enteré… Creo que ésta es la última vez que vengo a tu oficina, Andrés. Ya no tiene caso.

–Lo sé, así se dieron las cosas. Y pase lo que pase, ojalá que no nos desconectemos, al menos por teléfono hay que mantenernos en contacto.

–Mucha suerte, Andrés.

–Suerte –dijo López Obrador, con un tono pleno de desinterés.

Se estrecharon las manos. Los dos agarraron algo tan escurridizo y frío como un pez muerto. Navarrete se marchó. Caminando por la colonia Roma, se sentía extraño. ¿Era el principio o el fin de la ruptura con Andrés Manuel? No lo supo bien a bien. Pero lo que fuese, había ocurrido en menos de un minuto y medio. Una ruptura política de ese tamaño en un tiempo récord.

Se trepó a su camioneta de color gris, le contó la conversación a sus acompañantes y antes de llegar a su casa de la colonia Narvarte paró una cuadra antes a comer una torta de jamón con queso y una cerveza oscura de barril.

Más o menos a esa hora, Juan Camilo Mouriño, el secretario de Gobernación, buscaba a Guadalupe Acosta Naranjo, el líder nacional del perredismo, para tener la certeza de que el PRD cumpliría su palabra de votar la reforma, pese a la movilización anunciada por López Obrador. El perredista, aseguran asesores de Mouriño, dijo que así sería. Y entonces la exclusión del PRI en la negociación era casi un hecho.

✱✱✱

El comienzo del fin, si es que las cosas terminaron, se desató en abril pasado.

El día 8 de ese mes, cuando Calderón envió la reforma petrolera que intentaba privatizar Pemex, los perredistas estaban en un barranco, peleando con furia por la dirigencia nacional. Por eso, para panistas y priistas las cosas estaban muy claras: el PRD, otra vez, no era un partido al pudiera tomarse en serio a la hora de negociar. Consolidaron esa idea cuando López Obrador instruyó a las Adelitas para cercar el Senado.

Aquellos fueron días en los que el panista Santiago Creel y el priista Manlio Fabio Beltrones se dejaban ver juntos, pactando los términos en que pasaría la reforma petrolera. No les importaba que incluso hasta el menos nacionalista se espantara con lo que buscaba el gobierno federal. Eran días, también, en que Beltrones presumía en privado que él había convencido al presidente Felipe Calderón para que enviara la iniciativa, con la promesa de que el PRI estaba dispuesto a aprobarla.

Beltrones, sin embargo, no contaba con que la movilización social del lopezobradorismo y las críticas de un amplio grupo de intelectuales, académicos y expertos forzaría al Senado a realizar un foro de casi dos meses para debatir el tema.

Tampoco esperaba que Creel fuese removido de la coordinación de los panistas y que su sucesor, Gustavo Madero, recibiera la indicación de Felipe Calderón de que era necesario detener al PRI.

✱✱✱

Pero como eso ocurrió en junio y aún estamos en abril, los perredistas no sabían hacia dónde moverse.

En aquellos días, durante las reuniones efectuadas en la casona de San Luis Potosí, López Obrador se negaba a que hubiera una iniciativa alterna del Frente Amplio Progresista (FAP) y proponía que se dejara que PAN y PRI la aprobaran por sí solos.

–Hay que exhibirlos ante el pueblo –soltaba Andrés Manuel y era irreductible. Nadie, ninguno de los presentes, lo contrariaba. Entendían, dicen ahora a emeequis, que la privatización era gasolina pura para el movimiento lopezobradorista.

En las oficinas del PRD, mientras tanto, integrantes de la corriente de Nueva Izquierda (encabezada por Jesús Ortega, Carlos Navarrete, Jesús Zambrano y Acosta Naranjo) proponían entrar a la negociación, pues en caso de hacerse a un lado estarían condenados a ser de nuevo un partido marginal. Decían que debían hacer valer que eran la segunda fuerza en el Congreso.

Entonces llegó junio. Por ahí de la segunda semana, López Obrador citó con urgencia a los legisladores del FAP en la casona de San Luis Potosí. En una plática rara, ésta fue derivando de la reforma petrolera a la salida del tabasqueño del PRD.

–Es que el PRD ha perdido los principios –les dijo Andrés Manuel a los asistentes, dos de los cuales confirmaron la plática–. En lugar de contar con mi partido, parece mi enemigo. Ya les dije que no presentemos ninguna iniciativa y ustedes insisten en lo contrario.

Navarrete le pidió dejar las ambigüedades y que dijera con toda franqueza si ya no quería estar en el PRD.

–Sigas o no, hay que presentar nuestra propuesta

–propuso el senador.

López Obrador se quedó callado y, después de empujarse un café, dijo:

–Está bien, vamos a presentar una reforma alterna. Pero eso sí: aquí no van a participar los senadores, sino los ponentes de las mesas. Que ellos la trabajen y vamos viendo. Si ellos creen que se puede hacer una reforma sin privatizar una sola gota, lo aceptaré.

–Te tomo la palabra, Andrés –le respondió Navarrete.

Y así, después del 22 de julio, cuando las mesas concluyeron en el Senado, se invitó a 53 de los ponentes a la casa de Ifigenia Martínez, en la calle de Dulce Oliva, en Coyoacán, para plantearles el asunto. Llegaron 40 y de inmediato hubo dos visiones:

1) Presentar tres dictámenes: uno que echaba abajo la reforma de Calderón, otro para derrumbar la del PRI y un tercero para que se aprobara la que planteara el FAP. Manuel Bartlett, Mario Di Costanzo y Jaime Cárdenas, entre otros, apoyaron esta idea.

2) Presentar una reforma alterna de manera formal. Rolando Cordera, Arnaldo Córdova, la maestra Ifigenia y el ex embajador Jorge Eduardo Navarrete, entre otros, la propusieron.

Al final, ganó la segunda visión, pues se dieron cuenta que presentar tres dictámenes, sin la mayoría en el Congreso, era una mera ocurrencia. Un
cadáver.

Y a trabajar. Les dieron 25 días.

✱✱✱

Acosta Naranjo lo pensó varios días hasta que se convenció: debía buscar una reunión con Germán Martínez, el líder panista; y con Beatriz Paredes, la jefa priista. Pidió permiso al CEN perredista y por un escaso margen de un voto le dieron el sí.

El primer encuentro, en el Club de Industriales del DF, en realidad sólo sirvió para la foto y para que Martínez y Paredes supieran que había la disposición de la dirigencia nacional del PRD para llegar a acuerdos, pero que López Obrador los echaría abajo.

La segunda reunión fue más productiva. Ocurrió un par de semanas después, en la oficina que ocupa Carlos Navarrete en la Torre Caballito.

Ahí llegaron los coordinadores parlamentarios del PAN (Gustavo Madero y Héctor Larios), los del PRD (Javier González y Navarrete) y del PRI sólo acudió Emilio Gamboa; Beltrones estaba de viaje.

La plática fue en un sentido: sacar una reforma entre las tres fuerzas políticas más importantes de México. El PRD, en medio de su crisis interna, no podía pedir más.

Al final, Germán Martínez aceptó, pero Paredes se mantuvo en el no.

–El PRD ni siquiera puede solucionar sus problemas internos, no se puede negociar en serio –concluyó Beatriz.

Fue entonces que la dirigencia nacional perredista lo supo: debía negociar con el PAN. Debía quitarle ese poder al PRI.

Y la corriente Nueva Izquierda se puso a pensar cómo concretarlo.

Las casualidades les fueron ayudando. Para empezar, vino el secuestro y asesinato del joven Fernando Martí. La inseguridad anduvo en boca de todos y el gobierno calderonista no supo qué hacer salvo proponer una reunión con todos los gobernadores, procuradores y anexas.

El panista Germán Martínez llegó a comentarles a algunos integrantes de Nueva Izquierda que a Calderón le interesaba mucho que Marcelo Ebrard asistiera, que se trataba de enviar un mensaje conciliador a la ciudadanía.

–¿Se podrá hacer algo al respecto? –preguntó.
–Déjame ver –le respondieron al otro lado del teléfono.

Ese mismo día, por la noche, Germán supo que la dirigencia nacional del PRD había convencido a Ebrard, a Navarrete y a González Garza de asistir a la reunión.

Ese gesto abrió una nueva reunión entre Germán Martínez y Guadalupe Acosta.

Palabras más, palabras menos, Acosta le dijo a Germán en un restaurante de Polanco:

–Nuestra pelea sólo ha beneficiado al PRI. Todos los votos que el PRD ha perdido se han ido al PRI. A tu partido y el mío, en pocas palabras, se los va a llevar la chingada en 2009 y en 2012 si no le ponemos un alto al PRI.

Germán recibió el planteamiento con cierta simpatía. El PAN ya estaba harto de apoyarse en el PRI. Siempre que negociaban, los priistas mostraban su soberbia, pedían impunidad para los gobernadores Ulises Ruiz y Mario Marín, y se colgaban el triunfo. Por si fuera poco, planteó Germán, negociar con el PRD la reforma petrolera podía aplacar al enemigo íntimo de Calderón: López Obrador.

Trato hecho. Hagámoslo.

✱✱✱

Los 25 días para presentar la reforma alterna se cumplieron a fines de agosto. El grupo asesor llegó a la calle de San Luis Potosí y se reunió con López Obrador.

–Aquí está, Andrés Manuel –le dijo Rolando Cordera, uno de los economistas más respetados en la izquierda.

–Yo di mi palabra y dije que si encontraban la fórmula de una reforma que no privatice nada, la aceptaría con los ojos cerrados. Preséntenla en el Senado.

–Que conste que has dado luz verde. Aquí uno ya no se echa para atrás –dijo alguien por ahí. Todos, hasta Andrés Manuel, echaron a reír.

✱✱✱

Las granadas en Morelia provocaron que se produjera otra circunstancia en la que Calderón pudo platicar con los perredistas sin que le gritaran espurio. La reunión de los seis gobernadores del PRD con Agustín Carstens, secretario de Hacienda, consolidó esa percepción.

Pero la entrega de la medalla Belisario Domínguez al maestro Miguel Ángel Granados Chapa despejó toda duda en el calderonismo de que podría confiar y llegar a algún tipo de acuerdos con el PRD.

Luego de que Rafael Rodríguez Castañeda, director del semanario Proceso, visitara a Navarrete para proponer de manera formal que el reconocimiento se entregara a Granados Chapa, y luego de que el senador perredista tuviera que ceder ante el empuje de su compañera María Rojo y debiera aplacar la resistencia de Carlos Sotelo a entregar la medalla al periodista, Navarrete se los comunicó a Madero y a Beltrones. Los dos respondieron afirmativamente.

Madero le recordó a Navarrete:

–Oye, senador, pero el presidente Calderón tiene que venir al Senado.
–No habrá problema, pero te pido dos cosas: que él no entregue la medalla, porque es atribución del Senado; y que no trate de forzar ninguna foto
con el PRD.
–Ok.

El día 7 de octubre pasado, 15 minutos antes de que se entregara la medalla, Madero llamó a Navarrete para decirle que habría que hacer honores de ordenanza al Presidente, que eso decía el protocolo.

Es decir: entonar el himno.

–Tú tranquilo, vamos a cumplir nuestra palabra.
–¿En serio? ¿Nadie le va a gritar?
–Nadie.

La ceremonia transcurrió como estaba planeado.

Al final, Madero se acercó a Navarrete y le dijo:

–El Presidente me ha instruido para que yo sea el canal entre el gobierno y el PRD.

Ese puente traería otra reunión clave: la de Mouriño con Acosta Naranjo.

✱✱✱

Calderón llamó a sus senadores a una reunión a Los Pinos. Llegaron Rubén Camarillo, Humberto Andrade, Juan Bueno Torio, Fernando Elizondo Barragán, Jorge Andrés Ocejo y César Leal. Calderón, por las pláticas entre Mouriño y Acosta y la crisis financiera, sabía que era necesario flexibilizar la postura ante el PRD.

–Es más importante tener una reforma chiquita que provocar un levantamiento social –les dijo a los legisladores panistas.

Germán y Madero estaban presentes. A éste se le encargó aceptar la petición de López Obrador de que los Pidiregas de Pemex se convirtieran en deuda pública; evitar privatizar la refinación, los ductos, el transporte y el almacenamiento de petrolíferos. Y, además, que se construyera una refinería con dinero público.

Calderón, sin duda, estaba dispuesto a acabar con el PRI y con Andrés Manuel.

✱✱✱

El lunes 20 de octubre, en una nueva reunión en la calle de San Luis Potosí, López Obrador escuchó los avances de la reforma petrolera. Le explicaron qué se había eliminado, qué se había reescrito, qué artículo permanecería inamovible y que en realidad se había conseguido gran parte de lo que el propio tabasqueño había buscado.

Al final, Andrés Manuel López Obrador les dijo a los asistentes:

–¿Y no hay manera de reventar la reforma?

✱✱✱

De las reuniones entre Mouriño y Acosta Naranjo se sabe apenas.

Naranjo las niega, pero gente cercana al secretario de Gobernación las corrobora.

Según las fuentes consultadas, Naranjo y Mouriño se vieron en Gobernación, pero lejos de los reflectores. Ahí, el perredista le planteó a Mouriño que el PAN
estaba secuestrado por la banda de Sonora (Beltrones). Y Mouriño le dijo: “Y ustedes por la banda de Tabasco”.

Entonces las negociaciones se dieron en cuatro pistas:

Navarrete con Madero. Graco Ramírez con los senadores panistas y los asesores del FAP. Pablo Gómez con las comisiones. Y Naranjo con Mouriño.

✱✱✱

Hace días, en una reunión en un restaurante argentino ubicado en la calles de la colonia Juárez, integrantes de Nueva Izquierda discutieron si deberían decirle a Andrés Manuel que se sumara a la reforma y la cacareara como un triunfo del movimiento lopezobradorista.

Hubo quienes dijeron que no: “Nos ha jodido mucho desde siempre, sólo le servimos para sus plantones y luego nos desprecia”.

Otros propusieron que en la próxima reunión le plantearan la propuesta del festejo. Que la idea era juntar a todas las corrientes perredistas y demostrar que el partido no era un chamaco peleonero.

Se lo dijeron.

Andrés fue claro:

–Yo no voy a desmovilizar a la gente. No hay nada que festejar.

✱✱✱

Al interior del PAN tampoco fue fácil vencer las resistencias.

Entre los panistas integrantes de las comisiones unidas de Energía y Estudios Legislativos existía molestia con los cabilderos de las secretarías de Hacienda y de Energía. La razón: se resistían a perder poder al aprobar una reforma que diera autonomía de gestión a Pemex.

Los senadores panistas sentían presión de ambas dependencias y se quejan de que incluso los puntos que no podían acordar con ellos, se los presentaban a los priistas.

De acuerdo con legisladores del PAN que hablaron con emeequis, las principales diferencias radicaban en las modificaciones a la Ley Orgánica de la paraestatal, en la composición que tendría el Consejo de Pemex, en el número de consejeros y en la decisión de que éstos fueran ratificados por el Congreso.

El sábado 12 de octubre, en una reunión realizada en Reforma 99, Georgina Kessel Martínez y Agustín Carstens terminaron con la cara hinchada por los reclamos.

✱✱✱

La cita fue el martes 14 octubre en la casa de José María Pérez Gay –escritor y uno de los hombres más cercanos a López Obrador–. Llegaron 35 personalidades cercanas al Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo. Entre ellos, Carlos Monsiváis, Hugo Gutiérrez Vega y Rolando Cordera. También los senadores Arturo Núñez, Navarrete, Pablo Gómez e inusitadamente Graco Ramírez, quien se dio un apretón de manos con López Obrador luego de meses de confrontación tras la elección interna del PRD.

Hablaron los cuatro senadores. Pablo Gómez hizo una extensa explicación de los logros obtenidos en la negociación legislativa, pero subrayó que debía trabajar en el tema de las filiales.

Cerca de la medianoche, el economista Cordera lanzó la idea:

–Se ha alejado el fantasma de la privatización. Ya no se tocan los aspectos concernientes al 27 constitucional y el único pendiente son los contratos de exploración. La idea de los contratos incentivados puede seguir, pero acotados. Los de riesgo, imposible.

Andrés Manuel terminó la plática:

–Pues vamos a mantener a la gente en guardia.
–Pero, Andrés, ya no habrá privatización…
Ya no respondió. Se fue.

✱✱✱

El domingo 19 de octubre, el llamado “cuarto de al lado” (compuesto por intelectuales como Carlos Tello, Rolando Cordera, Jorge Eduardo Navarrete y algunos miembros del gabinete legítimo) palomearon la última versión de la reforma.

Claudia Sheinbaum, secretaria de Patrimonio Nacional del Gobierno Legítimo, y Mario di Costanzo hicieron lo mismo. Eso suponía un cambio de postura del núcleo duro de Andrés Manuel.

Pero al mismo tiempo mantenían reservas sobre la contratación de empresas para que en exclusiva exploraran la existencia de yacimientos petroleros en grandes extensiones de tierra o de fondo marino. Tampoco veían con agrado la emisión de bonos petroleros a través de la Bolsa de Valores.

Ese día se supo que Nueva Izquierda había decidido que era preciso reivindicar la victoria en la reforma petrolera gracias a su capacidad de negociación. Es decir, querían celebrar y defender el éxito de haber conseguido negociar una reforma no privatizadora. Las cejas de los lopezobradoristas comenzaron a levantarse.

Por eso, el martes 21 de octubre, en la noche, en la casona de San Luis Potosí, la tregua entre las corrientes ya estaba quebrada.

–Si la gente quiere que tome el Senado, lo tomo.
Ve y diles a los senadores del PAN y el PRI –ordenó López Obrador a Navarrete.
–Yo no soy recadero. Soy el líder de la bancada del PRD en la Cámara de Senadores –le respondió Navarrete con tono solemne.
–Pues ahora resulta que yo estoy arrinconado, que ustedes son los negociadores y yo soy el loco
–dijo Andrés Manuel con esa voz tensa y fluida que abandona en el discurso público.

✱✱✱

Octubre 22, por la noche:

Navarrete venía de la sede de la dirigencia nacional del PRD. Se había discutido qué hacer ante la resolución de López Obrador de convocar a una votación con sus seguidores y que éstos decidieran que se iba a tratar de impedir de todos modos la aprobación de la reforma negociada por el PRD.

Le iba a comunicar a López Obrador los resolutivos de la dirigencia al respecto. Llegó a la casa de la calle de San Luis Potosí. Tuvo que esperar 45 minutos. Cuando aquél ingresó a la habitación en que Navarrete estaba sólo tuvo minuto y medio para él.

–Pues hasta aquí llegamos, ¿no?
–Parece que sí, Andrés. En el PRD ya tomamos una decisión y la vamos a respetar. Mañana votamos la reforma petrolera.
–Pues nosotros también tomamos la nuestra. El pueblo habló, quiere la movilización.
–Sí, ya me enteré… Creo que esta es la última vez que vengo a tu oficina, Andrés. Ya no tiene caso.
–Lo sé, así se dieron las cosas. Y pase lo que pase, ojalá que no nos desconectemos, al menos por teléfono hay que saber algo de nosotros.
–Mucha suerte, Andrés.
–Suerte.

En su oficina, López Obrador encendió un Raleigh y se puso a planear con los brigadistas cómo cercar el Senado para impedir la votación de la reforma petrolera.

Fuente: Emeequis.

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