20 feb 2007

RICARDO MONREAL:

¡Canta, Chachalaca, canta!

nota original


Cuando casi nos convencen a la mayoría de los mexicanos de que la elección presidencial fue un portento de limpieza y equidad; cuando la elección más reñida y controvertida de nuestra historia parecía “cosa juzgada” en términos judiciales; cuando al libro blanco del Dos de Julio sólo le faltaba un último capítulo que podría titularse “Mea Culpa de AMLO y Autocrítica de la Izquierda”; de entre el cenagoso y fangoso pantano resurge esa ave de mal agüero que creíamos extinta en nuestro manglar de la política.

Con el pecho erguido, extendiendo sus largas alas y agitando su puntiagudo pico, posada sobre un atril y con micrófono en mano, la Chachalaca emitió no un ruidoso, ensordecedor y belicoso graznido, sino una hermosa, sinfónica y cautivadora confesión: “perdí en el desafuero, pero 18 meses después me desquité con el triunfo de mi candidato”. Nunca el canto de una gallinácea había sido tan eufónico, transparente y diáfanamente incriminante.

En noviembre pasado escuchamos una melodía similar. A unas semanas de alzar el vuelo, en entrevista con Yuriria Sierra (Radio Imagen/Excélsior), la ave silvestre ensayó orgullosa las primeras estrofas de su Oda al Desquite: “Realmente me tocó ganar dos veces: me tocó ganar el dos de julio del año 2000 y me tocó ganar el dos de julio del año 2006”. El ruido poselectoral de aquellos días sepultó ese belle canto releccionista.

¿Qué nos quería decir desde entonces en tonos graves, gravísimos, el canto de este ser alado? “Hey, chiquillos y chiquillas, no se equivoquen. El candidato a la presidencia se llamó Fox, no Felipe Calderón. El presidente del PAN se llamó Fox, no Manuel Espino. El coordinador de la campaña se llamó Fox, no Josefina Vázquez”.

Cuando AMLO mandó al “diablo” las instituciones de este país, los neoinstitucionalistas se desgarraron las vestiduras. Aquello sólo fue un dicho. Hoy, en cambio, enfrentamos un hecho consumado (a confesión de parte, relevo de pruebas). Fox utilizó a la Suprema Corte como ariete político en el desafuero y condujo al IFE y al Tribunal Electoral a consumar un desquite y una venganza política. Él no tuvo necesidad de remitirlas al fuego purificador del averno. Simplemente las colocó en el basurero de la historia, lugar donde las aves mitológicas, desde la época de los griegos, suelen depositar muchos de sus desperdicios alimenticios.

El daño está hecho y es inocultable. Después de la crisis de la tortilla, que le costó por lo menos 10 puntos al actual gobierno, la crisis del desquite pega directo al corazón de la actual administración: su legitimidad política y constitucional. Ayer mismo MILENIO daba a conocer la encuesta de María de las Heras sobre el desquite: 45% considera que la intervención ilegal e ilegítima de Fox fue muy importante para el “triunfo” de Calderón, mientras que sólo 23% comparte la visión oficial de que Fox no influyó para nada en los comicios.

En términos electorales, hay de por medio un fallo definitivo, inatacable e inapelable. En términos de responsabilidades públicas, en cambio, las puertas están abiertas. Por ejemplo, falta por dictaminar la cuenta pública de 2006, el año de los excedentes petroleros más altos de nuestra historia. Sería muy lamentable descubrir que también formaron parte del desquite presidencial para hacer ganar a “mi candidato”. ¿El delito? Abuso de poder.

Ayer mismo el gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, aportó otra evidencia valiosísima en el mismo sentido. “En mi cara, en Los Pinos, me pidió que inventara delitos para otras personas” con el fin de encubrir al secretario del Trabajo y proteger a la empresa responsable de la tragedia minera de Pasta de Conchos.

En la época virreinal existía una institución para hacer responder a los altos funcionarios del Rey por casos de abusos de poder. El “juicio de residencia”. Después de entregar el cargo, desde el virrey hacia abajo, los ex funcionarios deberían permanecer arraigados durante un año con el fin de escuchar todos aquellos agravios que, voluntaria o involuntariamente, habían cometido contra los gobernados. Se abría un periodo de pruebas, al final del cual el juez de la causa declaraba inocente o culpable al hombre de poder.

Si el ex presidente desea realmente contribuir a la democracia y al combate del populismo, debería empezar por su propia causa. Que promueva su “juicio de residencia” en lugar de su canto al desquite. Que no confunda la libertad de expresión con la impunidad. Ni el civismo con el cinismo.

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