12 oct 2010


Acuse de recibo


Pedro Miguel


El pasado miércoles 6 de octubre, señor Felipe Calderón Hinojosa, recibí en mi domicilio una carta de usted y, adjunta, una bandera de México de manufactura ínfima que contrasta con el fólder de papel satinado en el que está inserta. En uno de sus lados, el envoltorio ostenta un suajado o perforación circular para enmarcar el escudo nacional impreso en la cara siguiente, pero el troquel fue calibrado con un error de más de 15 milímetros, por lo que la insignia queda fuera de centro. En la cuarta cara del fólder se reproducen las cuatro estrofas de la versión oficial actual del Himno Nacional; un punto digno de encomio es que, hasta ahora, se ha resistido a la tentación de insertar en ella los pasajes iturbidistas originales. En el reverso de la carta hay tres franjas horizontales, de color mostaza, las de arriba y abajo, y de color verde botella, la del centro. En la superior se sobreponen los rostros de algunos independentistas, pero con rasgos tan infantiles que parecen obra de un un dibujante de manga; en la central, una frase de Allende que no viene al caso: habla de la falta de relación entre la dimensión de la obra de las personas y el tamaño de los las localidades donde nacen; en la inferior, un pequeño acto administrativo para formalizar el dispendio: Porte pagado / Registro PC09-3990 / Autorizado por Sepomex”. La impresión de las plastas de color exhibe una falla de registro, de modo que en el borde derecho del reverso queda una raya blanca. En el anverso, los márgenes verticales resultan ridículamente estrechos en comparación con los horizontales: error de bachillerato en un diseño. En resumen, al envío, que llegó atrasado, se le nota que fue hecho “al aventón” –expresión mexicanísima– y con sumo desaliño. A ver si un día nos enteramos de cuánto de nuestro dinero fue a parar a manos de unos contratistas chambones sin que se nos diera oportunidad de opinar al respecto.

El contenido, señor Calderón, es impresentable desde el primer párrafo. Tomo por ejemplo esa consigna de “celebrar 200 años de ser orgullosamente mexicanos”, como si alguno de los habitantes del México actual tuviera la edad suficiente para ello, o como si los insurgentes que en 1810 se alzaron en armas contra el poder colonial no hubiesen tenido cosas más importantes que hacer, en aquel momento, que crear por decreto un gentilicio o una nacionalidad. El primero existía en tiempos previos a la Conquista; la segunda, en tanto que formalismo administrativo, surgió en fecha muy posterior a la gesta iniciada en Dolores; una tercera acepción, que es la de identidad, se ha ido forjando en un lapso incierto en cuyos límites no se han puesto de acuerdo los historiadores y los sociólogos: ¿es incorrecto llamar mexicanos a los novohispanos? ¿Ha de estrenarse el calificativo con los súbditos del Imperio proclamado el 28 de septiembre de 1821? Por cierto, en esa fecha se hizo referencia a una “Nación Mexicana que, por 300 años, no ha tenido voluntad propia” y que “sale hoy de la opresión en que ha vivido”. Se podrá entender que, por pruritos ideológicos, Guillermo Prieto y Vicente Riva Palacio no sean autores muy leídos en las altas esferas del régimen, pero no hay pretexto para no consultar, al menos, a Lucas Alamán.

En el segundo párrafo usted comete dislates y omisiones imperdonables: dice que la Bandera Nacional “sintetiza nuestro pasado indígena, nuestra historia y nuestra lucha por la libertad”, como si el primero no fuera parte de la segunda, y como si ésta, la historia, no incluyera, además de movimientos de liberación, gestas fundamentales por la justicia y por la conquista de derechos (empezando por el derecho a comer), para poner fin a los abusos de los poderosos y para tener una vida digna, así como resistencias para impedir que el país resultara destruido por designios foráneos con complicidades oligárquicas locales; tales gestas conformaron, junto con las de liberación, al México que aún nos queda –a pesar de la labor de destrucción sistemática protagonizada por usted y sus antecesores hasta 1988– y están también representadas (no “sintetizadas”) en la enseña nacional.

Por razones de espacio he de pasar por alto su análisis primitivo y beligerante, acaso basado en Wikipedia, del escudo nacional (si uno pone las cosas en su contexto declarativo, le faltó a usted contarnos que la serpiente devorada por el águila representa a López Obrador) y varias afirmaciones shalalá contenidas en su misiva. Pero las buenas maneras recomiendan dar respuesta a (o, cuando menos, acusar recibo de) las cartas. La que usted se atrevió a enviarme, señor Calderón, y dicho sea de mexicano a mexicano, es una vergüenza.

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