17 sep 2009


Y aquí estamos



Octavio Rodríguez Araujo

Hace 25 años fui invitado por Carlos Payán a unirme en el esfuerzo de fundar otro periódico, pues para muchos unomásuno ya no cumplía con su propósito original. No dudé en hacerlo aunque yo no había tenido dificultad alguna con Manuel Becerra Acosta, director de aquel memorable diario. Y no dudé en incorporarme al nuevo proyecto porque yo entré en el anterior gracias a Carlos.

A los 10 días de fundado unomásuno fui a ofrecer mis servicios como articulista. Jorge Hernández Campos, quien falleció a los 82 años (creo que en 2003), era el coordinador editorial y, por alguna razón, no le gustó la carpeta de artículos publicados que le mostré. En el laberinto cubicular del periódico me encontré con Payán, viejo amigo al margen del periodismo. Me preguntó qué andaba haciendo y le dije. No estuvo de acuerdo con Jorge y me pidió que escribiera un editorial sobre la CTM. En mi vida había hecho un editorial, pues como todo mundo sabe, no es lo mismo que un artículo firmado por el autor y no por el periódico. Hice, a tientas, mi mejor esfuerzo, y me quedé. Payán era el subdirector, por lo tanto con mayor jerarquía que Jorge.

Ahí estuve, como editorialista y articulista, por más de cinco años, hasta que nos salimos para iniciar el otro proyecto que terminaría siendo, después de discutir varios nombres, La Jornada. Buena parte de los fundadores eran mis amigos, muchos de ellos amigos consolidados en el trabajo a veces cotidiano en unomásuno. Con algunos tuve dificultades, pero no doy nombres, pues ya ha pasado mucho tiempo y éste ha borrado los posibles y añejos rencores.

Cuando el proyecto ya estaba a punto, se hizo una gran convocatoria en lo que ahora es el World Trade Center y que antes quiso ser el Hotel de México en lo que fue alguna vez el Parque de la Lama. En la planta baja de ese enorme edificio nos reunimos miles de personas. Los que estaban afuera después de la hora de la cita comentaron que la fila de la gente que quería entrar daba la vuelta a la cuadra. Por no recuerdo qué razones Lilia Rossbach, otros y yo teníamos que hacernos cargo del dinero recolectado por la venta de acciones preferentes, es decir de aquellas abiertas al público en general y no las que habíamos comprado los 160 fundadores (¿éramos 160 o me confundo?). Le pedí a mi amigo Javier Sánchez Campuzano que nos prestara sus oficinas en el edificio para contar el dinero, hacer un listado y guardarlo en su caja fuerte para llevarlo a su destino al día siguiente. Javier no tenía nada que ver con La Jornada, pero un amigo es un amigo.

Sacamos varios números cero, diseñados por Vicente Rojo. Nos gustaron y finalmente salimos al público, después de una noche de brindis y de buenos deseos en el edificio de Balderas. Muchos me firmaron el primer número. Debo tenerlo por ahí. Recuerdo que Blanche Petrich me escribió “El trosko ataca de nuevo” y firmó. Me reí.

Durante varios años fui miembro del consejo de administración, lo que me permitió enterarme de muchas cosas, la mayoría buenas, de la vida interna del periódico. Como en toda sociedad, hubo momentos difíciles, incluso económicamente, pero hasta ahora hemos salido adelante y con éxito. También hubo dificultades personales y algunos que fueron mis amigos dejaron de serlo, y otros que no lo eran se convirtieron, hasta la fecha, en buenos compañeros. Hubo otros que se alejaron, y no es necesario que diga por qué, pero también se sumaron algunos que no estaban. Hubo unos más que incluso regresaron y aquí están. Hubo parejas que se casaron o su equivalente y otras que simplemente se separaron. Lo mismo que ocurre en todo grupo social.

Con Carmen Lira el periódico siguió adelante y va muy bien. A Carmen la conocí cuando era reportera y me hizo el favor de entrevistarme en mi cubículo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, quizá en 1976. Todavía no existía unomásuno y La Jornada ni la soñábamos. Más adelante, en el primer diario mencionado, nos hicimos amigos. Fue, en las trincheras del trabajo de quienes verdaderamente hacen un diario, una magnífica periodista. Fue buena idea que en la asamblea correspondiente de socios fundadores se votara a su favor para suceder a Carlos Payán. Se garantizaba la continuidad del proyecto fundador, del que hablaron en el antiguo Hotel de México Pablo González Casanova y el mismo Payán.

Sigo sintiéndome muy honrado de ser jornalero después de 25 años. Espero que el periódico viva muchos años más para sus numerosísimos lectores (en papel y en Internet) y que no cambie la línea que lo ha caracterizado. El tiempo ha pasado por todos nosotros, pero el periódico nos sobrevivirá, no tengo duda.






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