28 oct 2009



Decadencia y viabilidad



Luis Linares Zapata

Insistir en la valentía del señor Calderón no le rehízo su fuero interno, ya tan vapuleado por múltiples tropiezos y banalidades. Las desavenencias del liderazgo priísta, debido a sobrecargas por triunfos electorales presentes y, sobre todo, en vista de los futuros, lo tienen arrinconado contra la pared. Tampoco le acarreó la simpatía instantánea que las primeras hurras lanzadas por los capitostes de la IP parecían anunciar con motivo de la extinción de LFC. Los mismos mercados a que tan atentos se muestran sus consejeros hacendistas se mostraron cautos en sus pronósticos de mejoría. Sí, en cambio, un hálito de enojo mal contenido comenzó a extenderse por laderas, calles y montes de esta asfixiada República hasta posarse en el centro anímico de la ciudadanía. El descontento colectivo, aún antes de que se trasladen los incrementos impositivos a los bolsillos ciudadanos, borbotea al borde del abismo.

El recule y la bifurcación de los priístas por el paquetazo fiscal han puesto de cabeza al alto mando de Los Pinos. De aquí para adelante el señor Calderón sentirá vahídos y contrariedades continuas. Su minoría legislativa no le garantiza ningún piso sobre el cual ejercer, a capricho y sin apuros mayores, su talante iracundo, pequeño, santiguado y huidizo. Tampoco las maniobras de cooptación y arreglos en lo oscurito con los personajes del Congreso y con los mandones estatales le darán el oxígeno que la parte final de su administración parece requerir con urgencia. Menos aún tendrá el sustento partidista tan útil para cualquier navegación bajo condiciones adversas. El panismo ha dado fehacientes pruebas de no poder ir más allá de los decadentes mecanismos y rituales que le hereda el sistema de convivencia instaurado hace décadas. ¡Ah los tiempos idos del presidencialismo a la mexicana! La densa capa oscurantista que arroja a puñados la serie de crisis simultáneas que aquejan a México impide la circulación adecuada de promesas, ya nada se diga de realidades de cambio, ensanchamiento de horizontes o progreso sostenido.

México no es un Estado fallido, como publicitan algunos plumíferos imperiales, pero, tal como va, tampoco es viable. La conjunción de una serie de crisis sucesivas ha formado un muro infranqueable ante el cual se estrellan los desordenados esfuerzos de muchos. El modelo de producción y gobierno, sazonado en su mero núcleo con el trafique de influencias, ha demostrado su total inoperancia. La economía, en sus vertientes industrial, comercial, turística, financiera o agroalimentaria presenta un panorama desolador. La fábrica nacional es un complejo desconectado y subsidiario, atado por un TLC que la ha forzado a convertirse en maquinaria importadora. Los intercambios con el exterior son tan deficitarios que se han hecho insostenibles aun en el corto plazo de un año. No se tiene posibilidad de atender al mercado interno en casi todas las ramas de actividad, menos salir a competir al mundo con los grandes productores.

La cabalgante crisis social manifestada, con rigor inaudito, por la creciente pobreza niega la esperanza de alivio en el futuro. El peso muerto de millones de consumidores exiliados del mercado formal lastra cualquier intento de emplear economías de escala. El caos educativo es ya secular. Algo similar aqueja debido a la incapacidad de atender la salud de todos y poco queda de margen disponible para transitar a un estado de bienestar que podría atenuar las tribulaciones de las mayorías depauperadas. Los apenas 2 mil doctorados que se gradúan al año dejan al país a merced de los centros de innovación científica o tecnológica externos. La condena a la subordinación es el aciago destino que se otea en la actualidad (Brasil gradúa 12 mil doctorados al año, ya no se cita a los de India o Rusia, economías similares, para no sentirse chinches aplastadas). Las otrora orgullosas instituciones de seguridad social (IMSS e ISSSTE), compuertas estabilizadoras, se ahogan con costos crecientes en sus servicios. Sucesivas “reformas” las estrangularon hasta hacerlas incapaces de atender a sus derechohabientes. La reciente epidemia de A/H1N1 puso al descubierto un sistema de salud sin capacidad para atender a los desesperados que demandan atención inmediata y eficiente. La nula inversión en laboratorios para la producción de vacunas propias es sólo una cara reveladora de tales carencias. Una vez más, la dependencia del exterior es grotesca y obliga al señor Calderón a poner cara de mendicante ante proveedores externos.

Y así se puede extender la revisión crítica de los demás aspectos de la vida organizada de la nación. Sobresale, por desgracia para la sanidad y el avance de la República, un ángulo corrosivo en todo este desbarajuste: la captura de las instituciones nacionales por los grupos de presión que las doblega y las pone a disposición de sus masivos intereses y sólo a los de ellos. La casi totalidad de los individuos (un puñado de ellos) que integran dichas formaciones compactas se han adherido al cuerpo de la vida institucional y chupan la savia de los recursos públicos de los cuales dependen para su reproducción y crecimiento deformado y deformador.

La miscelánea impositiva recientemente aprobada por los diputados se atrevió a dar un golpecito (por unos 28 mmdp) a la famosa consolidación fiscal: el paraíso evasor y de elusión de impuestos que utilizan, al menos, las 400 empresas más grandes y poderosas de México. La protesta no se ha hecho esperar, sus personeros han salido a denostar todo el paquete y los senadores han acudido presurosos a su agrio llamado para disolver el atrevimiento. La elite política no cometerá semejante desacato. Los privilegios deben permanecer en la oscuridad impune de donde hay imperiosa necesidad de sacarlos, si se quiere enmendar la ruta decadente. Ventilar tales privilegios ha sido tarea de justicieros: un real logro del movimiento que encabeza López Obrador. La feroz insistencia en señalar la desbalanceada distribución de la riqueza que tiene postrada a la nación de los mexicanos, poco a poco impone su ánimo liberador.




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