1 feb 2012


Preámbulos al pleito mayor
Luis Linares Zapata


Empezó la real esgrima en pos de la Presidencia de la República. De aquí para adelante no habrá tregua. Hay dos partidos, PAN y PRI, que se recargan en sus adalides, ya bien espolvoreados por los medios de comunicación. Todos ellos, por alguna razón incomprensible, pretenden distanciarse de la derecha (a la rudimentaria usanza mexicana) a la que pertenecen por derecho adquirido. Los panistas persisten en su triste afán de mostrar ante el país sus escuálidas posibilidades de independencia personal. A esta altura de la pelea, y a pesar del privilegiado tratamiento radiotelevisivo que reciben, no rebasan los límites de sus redundantes pugnas internas.

El priísmo, por su parte, trata desesperadamente de mostrar unidad donde la precariedad subsiste. Su atildado precandidato pretende matizar su imagen, ahora como estadista con roce internacional, y hace un viaje de larguísima distancia para salir en la foto. Se retrató 30 o 40 veces en tres gélidos días con aquellos que sus asesores definieron como dignos de ser mostrados aquí. Con seguridad fueron todos los que se tuvieron a la mano y aceptaron dejarse saludar. Ir a Davos implica pulir en esos foros de exquisitos ejecutivos sus ya añejos perfiles, ahora bastante desgastados por la serie de crisis en que están metidos muchos de ellos. Una reunión, por cierto, decadente, tanto por su ideología como por sus otrora estrellas del mellado mundo financiero.

El abanderado de las izquierdas, en cambio, porfía en un exhaustivo recorrido por las polvorientas calles y plazas de la seca república del norte. No está para nada claro cuántos votos añadirá a su buchaca con tamaño esfuerzo. La pretensión se le conoce de calle: quiere juntar 20 millones de simpatizantes y que acudan, a la hora debida, a llenar las urnas nacionales. Tiene tras él una organización inédita, real, activa, aunque muchos le regateen calidad, número o mérito. Lo cierto es que ningún partido ha logrado amasar semejante contingente de mexicanos dispuestos a trabajar, esforzadamente, para llevarlo a la Presidencia. El trajín de los años, con sus impropiedades políticas al canto, tiene que considerarse para apreciar con la debida honestidad las condicionantes y oportunidades de prevalecer en la contienda.

La guerra por el poder, sin embargo, se prolonga por recovecos poco distinguibles para un público vasto, pero que pueden, eso sí, terminar por ser, en cruciales momentos, definitorios. Una toma de cámara repetida con mala leche, una frase sacada de contexto, una foto de perfil que parece indistinguible, el cuello de la camisa descuidado, la corbata mal anudada que se extiende para desfigurar el rostro, forman un repertorio harto conocido. Se añaden presentaciones rebuscadas o torpes ante audiencias ralas; ciertas historietas personales de un pasado que deja hijos regados aquí y allá; triviales o inconvenientes amistades de la infancia que poco (a veces no tanto) revelan de intenciones íntimas, carácter o programas, pero que inciden sobre incautas audiencias. Todos esos hechos cuentan y se van acumulando en la trastienda de los oyentes, de los lectores o de votantes desprevenidos o no. Las afectaciones ocurren de una y mil maneras. Ninguno de todos los personajes o grupos de electores puede ser descuidado si se quiere, en efecto, llegar al final y levantarse con el triunfo. En especial cuando la venidera se aparece como una elección intensamente competida.

Los sondeos de opinión, ya de por sí cuestionados, son piezas claves en la formación de ambientes propicios o contrarios a ciertas candidaturas. Es prudente aguzar los sentidos para entender que no son ajenos al ajetreo por el poder y, claro está, a los intereses de los poderosos. En especial los de aquellos que tienen los recursos para contratar (y condicionar) a las agencias especializadas en estos menesteres. Destacan, entre estas prácticas, los encuestadores que publican sus hallazgos. Por sus efectos, tales estudios deben ser evaluados con sumo cuidado en su independencia, intenciones adicionales o por el carácter de los mismos medios que los acogen o patrocinan. Años de malas prácticas, fallas inducidas y abusos grotescos han mellado la credibilidad de los lectores o de los oyentes a las encuestas publicadas, en especial las hechas a la medida por grupos avezados en la manipulación.

Las ventajas que han sido registradas por los encuestadores respecto del precandidato priísta ya provocan dudas por doquier. Primero por la desproporcionada ventaja asignada desde mucho antes de iniciadas las actuales escaramuzas respecto de sus competidores. Es posible que mantenga el sitial de las preferencias, pero la distancia con el segundo lugar se ha acortado con toda seguridad. La grotesca insistencia de la opinocracia para ningunear los efectos negativos de sus crasos errores no pasa desapercibida hasta para los oyentes cautivos. Peña Nieto ha sido tocado en varias e importantes áreas de su imagen. La desconfianza en su capacidad para conducir a este atribulado país es la crucial. Tal desconfianza, que ya se eleva al rango de certeza, implica un obstáculo mayor para sus posibilidades futuras. Estudios no publicados, pero suficientemente conocidos por sus hallazgos y patrocinadores, dan ya, entre el primero (Peña Nieto) y el segundo (López Obrador) lugar, una diferencia no mayor a los 10 puntos. La panista más adelantada (Josefina Vázquez Mota) ocupa un lejano tercer puesto, a pesar de los denodados esfuerzos por situarla delante de López Obrador. Este escenario es congruente con los que ya se conocen de las preferencias en el Distrito Federal y áreas conurbadas, donde Miguel Ángel Mancera obtiene una cómoda ventaja sobre Paredes y la señora Miranda de Wallace. Hasta finales del año pasado Beatriz se veía como ganadora, arrastrada por el aliento de Peña, se decía a voz en cuello. Éste le ganaba incluso a López Obrador en la gran ciudad. La caída de ambos priístas ha sido estrepitosa. Así lo refleja la encuesta (con vasta muestra) con la que se decidió la precandidatura de las izquierdas. Falta ya muy poco para dar por concluida la etapa de precampaña. Lo siguiente seguirá, no exenta de sorpresas, una ruta parecida. Al final, se espera que el cúmulo enorme de los actuales indecisos, que deforman las instantáneas tomadas, se reduzca y vayan apareciendo los votantes efectivos.





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