12 feb 2009


Octavio Rodríguez Araujo

Los panistas no entienden


Los gobiernos del Partido Acción Nacional, desde el federal hasta los municipales, insisten en su negativa a ver la realidad y, peor, a entenderla. Si los critica López Obrador, se trata de un catastrofista, una especie de filósofo de la destrucción, un enfant terrible, populista por añadidura. Si el crítico es Carlos Slim, se trata de un empresario oportunista que busca concesiones para aumentar sus riquezas. Si es un dirigente social o un ciudadano común, no existe y punto, ¿para qué tomarse la molestia de leerlo o escucharlo? Es un resentido que no entiende las proezas que está realizando Calderón.

Y mientras los panistas se regodean en su onanismo gubernamental, el país tercamente insiste en resquebrajarse, su economía en ser cada día más amenazante y, tanto empresarios como trabajadores, necios que son, insisten también –como corresponde– en fracasar en su intento por sobrevivir.

Los 451 mil empleos perdidos en los últimos tres meses no son resultado de la impericia gubernamental, sino de los empresarios que en vez de ser audaces y arriesgar su futuro haciendo como que aquí no pasa nada (como el gobierno), se ven obligados a cerrar por días o semanas o a despedir personal para mantenerse como tales, pues, como todo mundo sabe (salvo los gobernantes), no son hermanas de la caridad, sino personas o grupos dedicados a hacer negocios y, de paso, a dar empleos.

El problema, que tampoco quieren ver los gobiernos panistas, es que más de 90 por ciento de la fuerza de trabajo empleada está ubicada en empresas pequeñas e incluso micro que al igual que toda la clase media luchan por sobrevivir en medio de la crisis, gracias, precisamente, a las políticas de los últimos gobiernos que sólo han beneficiado a los grandes capitales, nacionales y extranjeros.

Otro problema, que tampoco han querido ver los gobernantes, es que alrededor de 60 por ciento de la población económicamente activa tiene que dedicarse a actividades propias de la economía informal, ya que no les queda de otra…, salvo delinquir, que es, lamentablemente, otra opción.

Esta miopía es la que afecta a varios presidentes municipales, como el de Cuernavaca (Morelos), al querer quitar de la vía pública a los vendedores ambulantes, a los mendigos (aunque sean viejitos que apenas pueden caminar), a limpiaparabrisas, a malabaristas, etcétera, sean niños, jóvenes o adultos. “Se ven muy feos”, parecen decir, y por lo mismo hay que quitarlos. ¿Qué les ofrecen? Trabajos temporales mal pagados, como una caridad mal hecha, o detención por faltas administrativas.

Aceptemos, sólo para no parecer radicales, que a veces un montón de niños y jovencitos queriendo lavar un parabrisas son una molestia y que hay que insistirles en que no lo hagan, pero también aceptemos que tal “molestia” no es nada comparada con la opción que les están dejando los gobiernos al impedirles dedicarse a la profesión, industria, comercio o trabajo que les acomode siendo lícitos, como señala el artículo 5 constitucional. La palabra clave del texto es “lícitos”, pues esto está a consideración de una determinación judicial, si se atacan o no derechos de terceros o si la autoridad de gobierno resuelve que tales actividades ofenden los derechos de la sociedad (como también lo establece el artículo).

Si somos rigurosos, vender objetos en la calle u obtener dinero por limosnas sin pagar impuestos por el resultado de ambas actividades no es legal. Pero todo mundo sabe que si fuéramos rigurosos el Estado debería garantizar la seguridad de los mexicanos, y también un trabajo digno, como lo señala el artículo 123 del mismo texto constitucional. Pero como ninguna de estas garantías se cumple, los gobiernos, desde hace muchos años, se han hecho de la vista gorda, pues han sabido, salvo los del PAN, que el trabajo informal, las actividades en la economía informal, han sido un paliativo para suavizar la presión que los más pobres ejercerían sobre la economía o para evitar que en lugar de limpiar parabrisas atraquen a los automovilistas o asalten comercios, casas habitación o vendan droga.

Tan ilícito es vender chicles en la calle sin la autorización correspondiente como vender droga, pero es también un asunto de grados. Todos, hasta los panistas con hijos, preferirían, si les queda algo en el cerebro, que los pobres vendan chicles (aunque “se vean feos en las calles”) a que vendan droga (aunque no se vean). Lo ideal sería que no hubiera vendedores ambulantes ni mendigos, ni puestos de venta de mercancías de dudosa procedencia o higiene, pero para que esto ocurriera tendríamos que tener un sistema de seguridad social semejante al de Suiza, donde 4 por ciento de los jóvenes entre 18 y 25 años de edad viven de la ayuda social y no de la caridad pública o limpiando parabrisas.

No somos Suiza ni nada parecido. En México la pobreza es alarmante y no se va a resolver reprimiendo “legalmente” a quienes hacen lo que pueden para no tener que robarle su bolsa del súper a una persona o robarse cables de energía eléctrica incluso con riesgo de ser electrocutados.

Algo que definitivamente no entendieron los panistas, ni lo van a entender (como tampoco quienes votaron por ellos), es que si no se resuelve el problema de la pobreza y del creciente desempleo, no servirán de nada las medidas administrativas contra los pobres que quieren sobrevivir, ni quitándolos de las calles ni reubicándolos en “reservaciones” comerciales a donde nadie va.

Lejos de haber entendido el profundo significado del lema de López Obrador: “Por el bien de todos, primero los pobres”, lo atacaron y quisieron hacer escarnio acusándolo de populista. No entendieron nada y siguen si entender. Así les va a ir en las próximas elecciones.




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