15 feb 2009


El Despertar
José Agustín Ortiz Pinchetti
jaorpin@yahoo.com.mx

¿Cuál es la catástrofe?

Buena semana para la Unión Nacional de Catastrofistas y Similares (UNACE). El discurso del ingeniero Carlos Slim en un foro estratégico provocó una reacción un poco histérica de Calderón, su equipo y su partido. Slim dijo unas cuantas verdades: el actual proyecto de política económica no ha podido hacer crecer al país. Nuestro crecimiento es peor que mediocre. Requerimos una visión del desarrollo de la nación de amplio consenso. La recesión causará la caída del empleo (ya se está derrumbando) quiebras de muchas empresas pequeñas, medianas y grandes (ya empezaron). Hay que rediseñar el sistema financiero, reorientar la economía al mercado interno, proteger el empleo, el salario, el campo y las empresas pequeñas y medianas.

Estas verdades no han sido refutadas con datos duros (como dirían los elegantes), sino con diatribas. Con la exigencia de que mantengamos el “optimismo”. Nada más odioso que la verdad para un régimen asentado en el fraude, la impunidad y la mentira repetida millones de veces por los medios electrónicos para adormecer a la población. El disimulo y la simulación denunciados por Manuel Gómez Morín para justificar la fundación del PAN son la divisa de sus sucesores que administran la descomposición final del régimen priísta que ahora pretende ser heredero de sí mismo, gracias a la debilidad y perversidad del blanquiazul.

Jóvenes politólogos de la Universidad de Cultura China de Taipei, Taiwán, me preguntaron cuál era el peor de los males de México: ¿por qué las cosas estaban cada vez peor, el país había dejado de crecer?; la riqueza y las oportunidades están más concentradas; la violencia crece cada día, y por qué nuestra democracia es un fracaso.

La respuesta para mí es obvia: la corrupción ancestral de México ha prendido con más fuerza que nunca como una enfermedad que revive y agrede. La corrupción, es decir, el uso de las instituciones y los recursos públicos para el enriquecimiento privado y para el engaño colectivo, ha debilitado y desarticulado los mecanismos del Estado en forma gradual, a pesar de que suscita críticas, sermones, retórica, caricaturas y un río de tinta no se detiene. Camina sin prisa ni pausa desquiciando el armazón institucional, quebrantando nuestros juicios; avanzando maligna para aumentar la desigualdad; abriendo el campo al crimen organizado; volviendo inoperantes las decisiones de política económica; alimentando una violencia sangrienta, disolviendo el tejido social. En el fondo intuimos que la corrupción es la causa de nuestros males, pero no lo aceptamos como un síntoma fatal; incluso a veces respondemos con “un optimismo trágicamente irreal”.




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