18 nov 2009




Milenio: Entre un bufón y un periodista “vendido”




Federico Arreola.

18 de Noviembre, 2009 - 12:16 165 comentarios


Escribí en www.sdpnoticias.com que Raymundo Riva Palacio fue la persona que hizo posible la llegada de Carlos Marín a Milenio Semanal, antes del nacimiento de Milenio Diario.

Alguien, vía Twitter, le preguntó a Raymundo que si eso era cierto. Riva Palacio respondió con la verdad.

Pero mientras Raymundo Riva Palacio daba en Twitter su versión de la llegada de Marín a Milenio, yo estaba en España. Así que no la leí en ese momento. Me vi entonces obligado a llamar a Riva Palacio para que me dijera qué fue exactamente lo que dijo. Lo cito:

“Cuando Marín estaba en la ruina, en la calle, porque lo habían echado de Proceso, yo le dije a Federico Arreola que lo contratara, que Marín era el mejor reportero de México. Así lo pensaba yo en ese momento”.

“Ni Ciro Gómez Leyva ni Ignacio Rodríguez Reyna (los editores de Milenio Semanal) estaban muy a gusto con la llegada de Marín porque pensaban que estaba muy viejo para el periodismo moderno, que no entendía los nuevos tiempos”.

“Al empezar a armarse el periódico, a diseñarse, a planearse, participábamos en muchas reuniones todo el equipo: Ciro, Nacho, Federico, Marín, yo. Federico a veces iba a las reuniones, a veces no, porque su función era otra. Aunque no se involucraba mucho en lo editorial, Federico fue pieza clave para que saliera Milenio”.

“Marín iba a las reuniones, pero no participaba gran cosa, porque no entendía nada. Ni de ingeniería editorial ni de empaquetado ni comprendía el valor del color ni entendía el humor de algunos colaboradores como Jairo Calixto y Fernando Rivera Calderón, y le molestaba que se le dijera que los textos larguísimos eran cosa del pasado”.

“Salí de Milenio y conservo mis amistades. Ciro sigue siendo mi amigo, con Federico estoy en buenos términos. Pero con Marín, no. En aquellas reuniones, Marín contribuía sólo con sus bufonadas. Ahora está claro que Marín encontró su verdadera vocación: comediante”.

Hasta ahí Raymundo.

A Ciro Gómez Leyva decidí contratarlo un día que me visitó en Monterrey. Él, que era reportero de Reforma, me había llamado para pedirme una entrevista. Estaba redactando un reportaje sobre Luis Donaldo Colosio y quería que yo le confirmara un dato.

Lo vi en mi oficina de El Diario de Monterrey (Milenio no había nacido aún), charlamos un largo rato, le dije que iba a lanzar una revista en la Ciudad de México y que lo invitaba a trabajar en la misma. No aceptó, pero dejó la puerta abierta. Más o menos un año después, al finalizar 1996, cuando ya era un hecho que nacería Milenio Semanal, lo busqué y aceptó mi propuesta.

Antes de hablar con Ciro, lo hice con Riva Palacio, quien había salido de Reforma. Lo invité a ser director de la revista, y aceptó. Estuvo de acuerdo en que Ciro fuese el subdirector.

Cuando en Los Pinos se supo que yo iba a contratar a Riva Palacio, se enojaron bastante. Raymundo había escrito algo sobre la señora Zedillo, y el entonces presidente de la República estaba muy molesto con él. Liébano Sáenz, secretario particular de Ernesto Zedillo y actual colaborador de Milenio Diario y encuestador de Milenio Televisión, nos hizo saber a Francisco González (dueño de Milenio) y a mí (responsable del proyecto) que la casa presidencial no veía con buenos ojos a Raymundo.

El entonces director de Comunicación de la presidencia, Carlos Almada, habló en Monterrey con Pancho y conmigo para decirnos lo mismo: que el presidente no quería que contratáramos a Raymundo.

A pesar de eso, yo insistía en que Ray-mundo nos hacía falta. Y Pancho González estaba de acuerdo conmigo. Lo que complicó la situación fue que un gran empresario, a quien Liébano le había pedido ese favor, habló con Pancho para sugerirle que no se metiera en problemas.

No pude defender más la posición de Raymundo. Así, le invité a tomar un café en el hotel Presidente, en Polanco. Le dije: “Me avergüenza lo que te voy a decir, pero no puedo contratarte. Zedillo no quiere. La revista ni siquiera existe y no tengo fuerza para oponerme. Si insisto en que seas el director, simplemente no nacerá Milenio. Si me lo pides, abandono el proyecto”.

Raymundo me pidió lo contrario: que siguiera con la idea de Milenio, me deseó suerte y me ofreció ayuda. Lo que me preocupaba era que Ciro, que era un periodista digno y respetado en 1996, no aceptara mi oferta por el veto presidencial a Riva Palacio.

Ciro se mantuvo en el proyecto Milenio porque Raymundo le dio garantías de que yo actuaba de buena fe.

Debo admitir que, en lo editorial, Ciro fue el creador de Milenio Semanal. Al mismo tiempo, Ciro le dio forma también a otro importante proyecto periodístico: CNI Canal 40.

El Canal 40 y Milenio Semanal se apoyaban el uno al otro. El famoso reportaje que Ciro hizo para el Canal 40 sobre el padre Maciel fue difundido por Milenio, y CNI ayudaba a la revista de mil maneras.

Por ejemplo, antes del nacimiento del primer número de Milenio Semanal, el Canal 40 me invitó a un debate con un editor de Proceso, Froylán López Narváez. Lo condujo una guapa e inteligente politóloga que, quizá, debutó en ese programa: Denise Maerker.

El primero que dejó el proyecto fue Ignacio Rodríguez Reyna, brazo derecho de Ciro. Nacho siempre dijo que su salida se debía a las “grillas de Marín”.

Después se fue Raymundo Riva Palacio, por una fuerte dificultad conmigo. Es curioso, pero a pesar de que fui yo el que se peleó con Raymundo —y muy duro— nunca perdí la comunicación con él.

El que no quiso ni despedirse de Riva Palacio fue Carlos Marín. Cuando dejó el periódico, Raymundo me dijo: “Ciro sigue siendo mi amigo, no tengo problema ni contigo ni con Pancho, pero Marín es de lo peor: ya lo descubrirás”.

Milenio caminó más o menos correctamente hasta el desafuero de López Obrador. Creo que las notas que publicamos contribuyeron a que se hiciera justicia; sobre todo una, que consiguió Marín.

Fue una gran nota de Carlos Marín, aunque, debo expresarlo con claridad, él decía que no debía publicarse. Ciro y yo, después de discutirlo durante horas, lo convencimos de que lo hiciera: una charla entre el presidente de la Corte Suprema y Fox, en la que se ponían de acuerdo para destruir a AMLO.

El desafuero terminó de enemistarme con Fox, y dejé Milenio. Negocié con Pancho González y renuncié a la dirección de los diarios. Si yo seguía, Pancho y sus empresas iban a tener fuertes problemas con el gobierno. Con toda claridad nos lo dio a entender Santiago Creel a Pancho y a mí en un estudio del Canal 12 de Monterrey.

Cuando dejé la dirección, López Obrador me invitó a ser uno de los coordinadores de su campaña presidencial. Acepté. Como AMLO era el puntero en todas las encuestas, y como el interés tiene pies, Pancho me pidió que siguiera como columnista. Pactamos un salario y unas prestaciones, y se inició una nueva relación laboral.

Con el fraude de 2006, Milenio completó el giro que venía dando, no tanto hacia la derecha, sino hacia el poder.

Así, poco tiempo después de que el fraude electoral se consumara con el nombramiento de Felipe Calderón como presidente electo, el 15 ó el 16 de octubre de 2006, me dieron de regalo de cumpleaños (nací el 15 de octubre) la noticia de mi despido.

Ciro me la dio a las 12 de la noche. Me despertó, me dijo que estaba muy triste pero que, ni hablar, me habían corrido.

Un par de días después, Ciro escribió sobre mi despido en Milenio: dijo que me “corrieron” porque ni siquiera yo, el fundador, podía criticar a Milenio.

Criticaba al periódico, sí, porque se volvió un periódico criticable. Pero el espíritu con el que había sido construido Milenio era el de una gran libertad, incluso para cuestionar a la propia empresa o a sus directivos.

Me fui a los tribunales laborales. El proceso ha sido largo y perdí la primera instancia en la Junta de Conciliación del Distrito Federal.

Como evidentemente el laudo en mi contra era ilegal, lo impugné en un tribunal colegiado, que me dio un amparo para efectos. Y no se trata de “efectos” cualesquiera: el proceso empezará de nuevo y será largo otra vez.

Después de que dejé la dirección, mucha gente valiosa se fue del diario. Como los moneros Helguera y Hernández (el primero sólo colaboraba en la revista, y el segundo en la revista y el diario).

En el plantón de Reforma, siendo yo columnista de Milenio, entendí cuánto despreciaba la izquierda a Ciro y a Marín.

Pasé muchas horas de muchos días conversando con toda clase de personas en aquellos campamentos.

La pregunta que más se me hacía era: “Ya sabíamos que Marín era un miserable, pero Ciro… ¿quién cambió a Ciro? ¿Dónde está el verdadero Ciro?”

El admirado periodista del Canal 40 —el original, el de Javier Moreno Valle—, el valiente conductor de CNI Noticias, el que se había enfrentado tantas veces al poder político y al poder económico, de pronto era un vulgar palero del PAN y de Calderón.

Marín, como dice Riva Palacio, terminó de encontrar en la televisión su verdadera vocación: bufón. ¿Y Ciro? Creo que a Ciro lo derrotó la derrota del Canal 40.

La crisis de ese extraordinario proyecto televisivo le costó mucho a Ciro, hasta dinero. Después de eso, creo, decidió que no le iba a volver a pasar, que no iba a volver a estar del lado de la causa justa destinada a perder frente a los poderosos.

En ese sentido, Ciro se vendió. Supongo que le va bien en lo económico, y no hablo —lo aclaro para no vulgarizar la discusión—
de dinero mal habido. Hablo simplemente de
que ha decidido cuidar sus salarios, lo que no es ilegal, pero a veces es indigno.

Por eso, en Milenio ocurre lo que ocurre. Por eso, Milenio se ha especializado en calumniar a López Obrador. Por eso, Milenio se metió indebida e inmoralmente en la vida privada de uno de los hijos de AMLO que no es, desde luego que no, figura pública. Por eso, el trato miserable que Milenio le ha dado al SME. Por eso, hace poco, en www.sdpnoticias.com redacté lo siguiente (fue un texto que batió récord de visitas, miles de ellas desde Twitter):

“Carta a Ciro Gómez Leyva y Carlos Marín: ya no se hagan pendejos. Ustedes saben que son un par de periodistas chafas. Cuando los contraté para trabajar en Milenio lo hice porque se suponía que eran dos reporteros habituados a enfrentarse al poder. Lo fueron en algún momento, pero ya no lo son. Ahora son un par de lambiscones que no merecen
respeto .




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