Marcelo y alianzas, fortalecidos
Aguirre, afectos copetones
Un año de Villas de Salvárcar
Con el triunfo electoral de Ángel Aguirre Rivero, los ganadores inmediatos serían, en lo local, el bando priísta escindido y confrontado con el figueroísmo que impuso e impulsó a Manuel Añorve, y, en lo nacional, Marcelo Ebrard (que así estaría rebasando a López Obrador por la derecha); Manuel Camacho (que estaría en condiciones de seguir adelante con el proceso de las alianzas entre PRD y PAN, con la vista puesta en 2012 y su pupilo Marcelo); Jesús Ortega (que podría transitar con menos presión rumbo a su salida de la presidencia del sol azteca); los Chuchos en general (Guadalupe Acosta Naranjo sería el esbozo de factura en Nayarit, en busca de la primera gubernatura chucha); las alianzas antitéticas perreánicas (que así estarían en condiciones de buscar declinaciones en Baja California Sur y con alforjas llenas empujarían a repetir el numerito exitoso en el estado de México, con o sin Alejandro Encinas, quien es semichucho y semipeje), y el principal promotor y ejecutor de esas alianzas, Felipe Calderón (que estaría acotando a López Obrador, cerrando cumplidamente tratos con Ebrard y, al demostrar la vulnerabilidad del PRI, desmitificando el presunto paso arrasador de Peña Nieto).
Las tempranas y sostenidas apariencias de triunfo electoral de Ángel Aguirre Rivero fueron apuntaladas por los resultados preliminares, las encuestas conocidas (en especial la de Consulta Mitofsky), los encabezados informativos en Internet, el ambiente político en Guerrero y hasta el aspecto escenográfico con que los candidatos aparecieron tras el cierre de casillas (Añorve, sin un solo peso pesado; Aguirre, rodeado de sus promotores nacionales). Esa victoria provendría de una insólita coincidencia electoral de izquierdas (la de los Chuchos, los Marcelos, las Corichis-Amalias y otros grupos menores, más los partidos que aparentemente se mueven bajo instrucciones directas de AMLO en estos menesteres, como son el del Trabajo y Convergencia) y de derechas (el panismo guerrerense, apenas simbólico pero originalmente reacio a sumarse a una alianza de facto, y el calderonismo que ordenó la declinación del ínfimo candidato Marcos Parra, la filtración de expedientes de narcotráfico contra Añorve y la aparición del demeritado César Nava para confirmar el triunfo de Aguirre), lo que produjo el prodigio de llevar por segunda vez a la gubernatura a un priísta que nunca se deslindó de su pasado oscuro, represivo y corrupto –según acusaciones que en su primer mandato le hacían militantes y dirigentes de los principales partidos que ahora lo postularon–, ni presentó ninguna propuesta verdadera de cambio profundo.
El triunfo de un priísta que por peleas internas con el bando guerrerense hegemónico, dirigido por Rubén Figueroa, buscó alternativas de alquiler, alberga, sin embargo, una ironía larvada: claro está que en Guerrero ganó uno de los dos PRI en pugna, y que con Aguirre se reconstituirá una parte de la clase política tricolor, pero peor sería confirmar más delante que, en realidad, también ganó el mismo PRI nacional al que ayer se daba por golpeado de gravedad y, aún más, que podría acabar ganando el mismo Enrique Peña Nieto, con quien el senador priísta con licencia Ángel Aguirre Rivero ha mantenido cálida relación política, a diferencia del derrotado Manuel Añorve, a quien se identifica con el equipo de Manlio Fabio Beltrones.
Cierto es que el resultado de ayer resta fuerza a López Obrador y fortalece a Calderón, Ebrard, Camacho y los Chuchos, pero no es una derrota verdadera para el PRI –que jugó con dos cartas– ni para Peña Nieto, cuya carta más cercana resultó ganadora a nombre de sus opositores. No pierde el PRI ni sus expectativas presidenciales porque, a pesar de todo, no ganaron ni la izquierda en arreglos con Calderón ni la leve derecha sacrificada, sino una estrategia oportunista y sin sustancia que en su seno alberga la misma moneda traicionera con que podrían pagarles a corto plazo: Aguirre es priísta y seguirá actuando como priísta. Ganó el PRI, aunque sí lo parezca.
Astillas
Primer aniversario de la muerte de 14 jóvenes y dos adultos en una casa de la colonia Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez. El gobierno federal sigue mostrando la misma ligereza declarativa y la misma incapacidad operativa de aquel Felipe que de bote pronto pretendió adjudicar la matanza a un ajuste de cuentas entre pandillas. Como ha sucedido con otras tragedias a lo largo de esta administración calderónica, los hechos fueron aprovechados para realizar foros controlados, planear reconstrucciones sociales y dar tribuna exculpatoria al comandante FC. Pero, como en Chihuahua iban a celebrarse elecciones estatales, el PAN de la Caldera hizo toda una campaña con la esperanza de motivar cambios de siglas –como sucedió en Sonora, tras la muerte de los niños de la guardería ABC– y en esa cruzada invirtió miles de millones de pesos en programas y planes que no dieron el triunfo a las planillas de blanco y azul ni resolvieron nada de fondo –se acaban de anunciar “nuevas” estrategias, lo que es una modesta confesión de que nada les salió bien–, pero sí alimentaron los canales tradicionales de la alta corrupción. En la mártir Ciudad Juárez, el recuerdo de la tragedia promovió la organización de una jornada de dos días durante los cuales se exigió la justicia que hasta ahora no ha llegado y el freno a la violencia desatada que se vive allá. En esas jornadas, en las que participó medio centenar de organismos civiles, se realizó una Caminata por la Justicia, se instaló un plantón en la línea divisoria de Estados Unidos y México, se formó con velas, veladoras, carteles y mantas la palabra “justicia” y hubo un ayuno colectivo. Al final, ayer, cientos de globos y palomas fueron soltados al aire, con la triste convicción de que seguirá el bla, bla, bla de los funcionarios y el despilfarro y saqueo de recursos públicos, mientras se espera el arribo de la justicia y la paz... ¡Hasta mañana!
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