La Jornada: 25 años
Luis Hernández Navarro
La Jornada cumple 25 años. Contra la corriente, en medio de una gran competencia, se ha consolidado como un periódico de referencia. Y no sólo dentro de México. Diariamente, gracias a Internet, es leído por miles de personas en todo el mundo que no nada más buscan la información de lo que sucede en el país, sino lo que escriben sus corresponsales y varios de sus articulistas.
En un entorno informativo en el que el poder combinado de anunciantes y gobierno(s) tiene gran capacidad de presión sobre los contenidos informativos de la prensa, La Jornada sobrevive como un medio crítico. Uno de sus méritos es su capacidad para descarrilar las campañas mediáticas que desde el poder buscan divulgar relatos homogéneos de los grandes problemas nacionales.
Tiene una viva y estrecha relación con sus lectores, quienes ven en este medio un mapa para orientarse informativamente y normar su criterio sobre lo que sucede en México y en el mundo, que no encuentran en otras publicaciones. Cuando no hallan en La Jornada lo que quieren leer, se inconforman y lo hacen saber. El número de blogs que se alimentan cotidianamente de sus páginas es enorme. Es frecuente encontrar pegados en las paredes y los periódicos murales recortes del diario.
En una época en que la mayoría de los medios de comunicación son dirigidos por empresarios, La Jornada es un periódico hecho y conducido por periodistas. Aunque es una empresa, el criterio que norma su funcionamiento no es la ganancia, sino la noticia.
En momentos en que la prensa escrita atraviesa por grandes dificultades financieras, resultado de la disminución del número de lectores, la caída de la publicidad, la competencia de Internet, la contratación de grandes préstamos y la bursatilización de sus operaciones, La Jornada funciona con números negros.
Mientras la mayoría de los grandes diarios despliegan la información cultural como si fuera un apéndice de sus secciones de Espectáculos, y le dedican mucho menos espacio que el destinado a la farándula, La Jornada otorga al mundo de la cultura una enorme importancia. Por principio de cuentas, informa sobre los principales eventos, personajes y novedades. Pero, más aún, procura recuperar para el debate las voces de intelectuales y artistas sobre cuestiones cruciales de la política nacional.
El ensayista Gabriel Zaid, crítico de este diario, pregunta en “Los empresarios y la cultura” (Letras Libres, noviembre 2007): “¿De dónde viene que La Jornada pese tanto, cuando se toman decisiones importantes para el país?” Y responde, después de expresar su desacuerdo con su política editorial: “del rasgo que la distingue: le da más importancia a la cultura que los otros periódicos. Así reúne al público culto y tiene el foro que define lo políticamente correcto”.
Esa capacidad de influencia a la hora de definir la agenda informativa incomoda sobremanera a los sectores de la intelectualidad y de la política enfrentados a la visión del mundo que el diario defiende.
Mientras la mayoría de la prensa escrita esconde su agenda y se presenta ante sus lectores como “imparcial”, La Jornada se compromete explícitamente con diversas causas. Por ello no sólo trata y destaca temas que otros medios prefieren ignorar, sino que incluso se diferencia de los demás por la manera en que aborda noticias de interés general.
Desde su nacimiento, el periódico señaló que busca dar voz a los que no la tienen, y hacer visibles a los invisibles. Lo ha hecho elaborando una aproximación y una mirada diferente de los muchos Méxicos. Con reporteros y fotógrafos que no sólo ven arriba. Documentando la conflictividad social y la injusticia. Hablando con la sociedad y no sólo con el poder. Dando un peso y despliegue a la imagen. Trabajando una iconografía peculiar con sus encuadres, composiciones y contrastes. Por ello ha podido estar no sólo donde otros diarios no llegan, sino tomar una foto diferente del mismo acto.
Sin ir más lejos, vale la pena mencionar dos acontecimientos recientes que ejemplifican el sello informativo y gráfico de la casa. Ante el aluvión de impuestos promovido por la Secretaría de Hacienda para tapar el hoyo en las finanzas públicas, el periódico no dudó en poner a ocho columnas el 9 de septiembre: “¡Qué barbaros!” El texto fue acompañado de la imagen de Agustín Carstens compungido. La cabeza, toda una editorial, resultó un acierto: dio forma a una profunda indignación presente entre los lectores. Nadie más lo hizo. Y, cuando un día después, un abatido Felipe Calderón señaló que los pobres ahorrarían si usaran menos agua y luz, La Jornada utilizó para cabecear la primera plana la frase presidencial y una secuencia de tres fotos en la que éste aparece alicaído. Ningún otro medio pareció enterarse (o querer informar) sobre un hecho tan llamativo.
El periódico da importancia mayúscula a la información internacional. Tiene corresponsales permanentes en Estados Unidos, Rusia, España, Cuba, Argentina, entre varias naciones más. Con harta frecuencia, noticias de otros rincones del mundo alcanzan sus primeras planas. En las páginas de La Jornada el Sur existe y el lector puede encontrar información poco común sobre el Norte .
Los moneros gozan de un espacio inusual en el diario. En lugar de estar confinados a la sección de opinión, despliegan su humor corrosivo en las primeras páginas del periódico. Sus cartones son parte fundamental de la imagen de La Jornada. Usualmente sintetizan con gran eficacia, en unos cuantos trazos, las más complejas situaciones políticas. Sus viñetas están dibujadas con una mala leche tan proverbial como pedagógica. Sin rubor alguno muestran al príncipe desnudo.
La aventura de La Jornada cumple 25 años. Para la mayoría de quienes participan en el proyecto (trabajadores, reporteros, auxiliares, personal administrativo, fotógrafos, columnistas, moneros, contralores, articulistas, fotógrafos y directivos) su labor no es un trabajo más, sino la vida misma.
En un entorno informativo en el que el poder combinado de anunciantes y gobierno(s) tiene gran capacidad de presión sobre los contenidos informativos de la prensa, La Jornada sobrevive como un medio crítico. Uno de sus méritos es su capacidad para descarrilar las campañas mediáticas que desde el poder buscan divulgar relatos homogéneos de los grandes problemas nacionales.
Tiene una viva y estrecha relación con sus lectores, quienes ven en este medio un mapa para orientarse informativamente y normar su criterio sobre lo que sucede en México y en el mundo, que no encuentran en otras publicaciones. Cuando no hallan en La Jornada lo que quieren leer, se inconforman y lo hacen saber. El número de blogs que se alimentan cotidianamente de sus páginas es enorme. Es frecuente encontrar pegados en las paredes y los periódicos murales recortes del diario.
En una época en que la mayoría de los medios de comunicación son dirigidos por empresarios, La Jornada es un periódico hecho y conducido por periodistas. Aunque es una empresa, el criterio que norma su funcionamiento no es la ganancia, sino la noticia.
En momentos en que la prensa escrita atraviesa por grandes dificultades financieras, resultado de la disminución del número de lectores, la caída de la publicidad, la competencia de Internet, la contratación de grandes préstamos y la bursatilización de sus operaciones, La Jornada funciona con números negros.
Mientras la mayoría de los grandes diarios despliegan la información cultural como si fuera un apéndice de sus secciones de Espectáculos, y le dedican mucho menos espacio que el destinado a la farándula, La Jornada otorga al mundo de la cultura una enorme importancia. Por principio de cuentas, informa sobre los principales eventos, personajes y novedades. Pero, más aún, procura recuperar para el debate las voces de intelectuales y artistas sobre cuestiones cruciales de la política nacional.
El ensayista Gabriel Zaid, crítico de este diario, pregunta en “Los empresarios y la cultura” (Letras Libres, noviembre 2007): “¿De dónde viene que La Jornada pese tanto, cuando se toman decisiones importantes para el país?” Y responde, después de expresar su desacuerdo con su política editorial: “del rasgo que la distingue: le da más importancia a la cultura que los otros periódicos. Así reúne al público culto y tiene el foro que define lo políticamente correcto”.
Esa capacidad de influencia a la hora de definir la agenda informativa incomoda sobremanera a los sectores de la intelectualidad y de la política enfrentados a la visión del mundo que el diario defiende.
Mientras la mayoría de la prensa escrita esconde su agenda y se presenta ante sus lectores como “imparcial”, La Jornada se compromete explícitamente con diversas causas. Por ello no sólo trata y destaca temas que otros medios prefieren ignorar, sino que incluso se diferencia de los demás por la manera en que aborda noticias de interés general.
Desde su nacimiento, el periódico señaló que busca dar voz a los que no la tienen, y hacer visibles a los invisibles. Lo ha hecho elaborando una aproximación y una mirada diferente de los muchos Méxicos. Con reporteros y fotógrafos que no sólo ven arriba. Documentando la conflictividad social y la injusticia. Hablando con la sociedad y no sólo con el poder. Dando un peso y despliegue a la imagen. Trabajando una iconografía peculiar con sus encuadres, composiciones y contrastes. Por ello ha podido estar no sólo donde otros diarios no llegan, sino tomar una foto diferente del mismo acto.
Sin ir más lejos, vale la pena mencionar dos acontecimientos recientes que ejemplifican el sello informativo y gráfico de la casa. Ante el aluvión de impuestos promovido por la Secretaría de Hacienda para tapar el hoyo en las finanzas públicas, el periódico no dudó en poner a ocho columnas el 9 de septiembre: “¡Qué barbaros!” El texto fue acompañado de la imagen de Agustín Carstens compungido. La cabeza, toda una editorial, resultó un acierto: dio forma a una profunda indignación presente entre los lectores. Nadie más lo hizo. Y, cuando un día después, un abatido Felipe Calderón señaló que los pobres ahorrarían si usaran menos agua y luz, La Jornada utilizó para cabecear la primera plana la frase presidencial y una secuencia de tres fotos en la que éste aparece alicaído. Ningún otro medio pareció enterarse (o querer informar) sobre un hecho tan llamativo.
El periódico da importancia mayúscula a la información internacional. Tiene corresponsales permanentes en Estados Unidos, Rusia, España, Cuba, Argentina, entre varias naciones más. Con harta frecuencia, noticias de otros rincones del mundo alcanzan sus primeras planas. En las páginas de La Jornada el Sur existe y el lector puede encontrar información poco común sobre el Norte .
Los moneros gozan de un espacio inusual en el diario. En lugar de estar confinados a la sección de opinión, despliegan su humor corrosivo en las primeras páginas del periódico. Sus cartones son parte fundamental de la imagen de La Jornada. Usualmente sintetizan con gran eficacia, en unos cuantos trazos, las más complejas situaciones políticas. Sus viñetas están dibujadas con una mala leche tan proverbial como pedagógica. Sin rubor alguno muestran al príncipe desnudo.
La aventura de La Jornada cumple 25 años. Para la mayoría de quienes participan en el proyecto (trabajadores, reporteros, auxiliares, personal administrativo, fotógrafos, columnistas, moneros, contralores, articulistas, fotógrafos y directivos) su labor no es un trabajo más, sino la vida misma.
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