Lamentablemente , gracias al linchamiento de esos mismos medios sometidos al poder público , de todo aquello que le resulte incomodo al gobierno federal y por ende a sus intereses , constantemente le están metiendo a la gente la idea de que periódicos como este (como La Jornada) , no son dignos de tomarse en cuenta y la gente lo cree ; los acusan , al igual que a cualquier movimiento social de revoltosos , inadaptados y cínicamente aseguran que decir las cosas tal cual son , no resulve nada .
No son pocos los espacios noticiosos donde califican a La Jornada , a Proceso , a Carmen Aristegui o a Ricardo Rocha , a Jaime Avilés , Arnaldo Córdova , Julio Hernández López , Luis Javier Garrido , Epigmenio Ibarra , entre muchos otros , como "plumas al servicio de Andrés Manuel" . La consigna es restarle credibilidad a todo aquello que huela a un cambio verdadero . Pero como bien dice AMLO , ellos , los leedores de noticias no tienen la culpa , ellos obedecen ordenes y tienen que cumplir (obvio , no sin gozar de extraordinarios sueldos , de ahí que lo hagan con tanto gusto) , el agravio viene de más arriba , de los barónes del dinero , de Emilio Ascarraga , de Carlos Salinas Pliego y así en su conjunto de todos los hombres más poderosos de este país , que se resisten al cambio por que entonces sí se les acabarían muchos , muchisimos privilegios de los que ahora gozan , entre ellos y uno de los más importantes , sería que ahora tendrían que pagar impuestos .
Mil felicidades a La Jornada .
E D I T O R I A L
25 años de principios
Hoy hace 25 años salió a la circulación la primera edición de La Jornada, como expresión de un proyecto para dar visibilidad informativa a los amplios sectores de la sociedad mexicana que, en la penúltima década del siglo pasado, desmentían la imagen de país unánime, armonioso y prácticamente exento de conflictos sociales y políticos que presentaba el discurso oficial y que se repetía, sin cambios, en el conjunto de medios sometidos al poder público.
La convocatoria a la construcción del periódico había suscitado, meses antes, adhesiones de esos mismos sectores necesitados de espacio y de tribuna: organizaciones sociales independientes, corrientes políticas con representación deficiente o nula en las instituciones, mujeres, estudiantes, asalariados, grupos campesinos, escritores, artistas, académicos y científicos, entre otros, se sumaron a la propuesta, la enriquecieron, se convirtieron en sus accionistas, en sus promotores, en sus benefactores, en sus autores y, por supuesto, en sus lectores. El ejemplo más entrañable de ese viento propicio con que surgió nuestro periódico fue la donación, por parte de los artistas plásticos encabezados por Rufino Tamayo y Francisco Toledo, de importantes obras; muchas de ellas fueron vendidas para obtener parte de la liquidez que se requería para el lanzamiento y la operación del diario; muchas otras permanecen como parte de la pinacoteca de La Jornada.
A pesar de la buena respuesta que cosechó el anuncio de nuestro proyecto, muchos dudaban que La Jornada pudiera mantenerse en circulación durante un año, y ciertamente no les faltaban elementos para tal escepticismo: el control de los medios por parte del aparato de las presidencias priístas era férreo y aplastante y se había mostrado capaz, en años anteriores, de aniquilar, cooptar o desvirtuar a medios con orientación independiente y crítica. Con todo, el diario no sólo ha sido capaz de conmemorar su primer aniversario sino que ha conseguido festejar el décimo, el vigésimo y, ahora, el vigésimo quinto.
Una de las claves más importantes de esta supervivencia, que sorprende incluso a quienes participan en la elaboración del diario, se encuentra en la fidelidad del equipo editorial a los principios fundacionales del periódico; otra es la credibilidad que La Jornada se ha labrado en amplios sectores de la sociedad; una tercera explicación, cuyo enunciado mismo resulta exasperante, es que este periódico sigue siendo necesario por la persistencia y el empeoramiento de rezagos políticos, económicos y sociales que ya estaban presentes en el México de los años 80 del siglo pasado y que, a un cuarto de siglo de distancia, hacen pensar que las cosas no han cambiado tanto como lo asumen en automático el grupo en el poder y sus productores de discurso.
A pesar de la alternancia de siglas y colores en la Presidencia de la República, la institucionalidad exhibe gravos rasgos de antidemocracia y autoritarismo; la corrupción es hoy más clamorosa, pero no está más acotada; las violaciones a los derechos humanos se han profundizado y multiplicado desde entonces; la brecha social se ha ensanchado en estas décadas y las desigualdades son, hoy, mucho más agudas y lacerantes que en 1984; la soberanía nacional se ha reducido a un tamaño inaceptable; el estado de derecho es una ficción en diversas regiones y circunstancias; la transición a una plena democracia sigue pendiente; lo que queda de propiedad nacional se encuentra bajo amenaza y la vida republicana ha sido allanada en forma ilegítima por poderes fácticos, legales o no, que podrían clausurar en forma irremediable cualquier perspectiva de transformación nacional pacífica, civilizada y apegada a derecho.
Ante la continua producción de víctimas del modelo político-social aún imperante –campesinos sin futuro, asalariados arrojados al desempleo, pequeños y medianos empresarios arruinados, mujeres asesinadas, deudos de Pasta de Conchos, familiares de los niños muertos en la guardería ABC de Hermosillo, ciudadanos ofendidos por las múltiples variantes de la impunidad, por ejemplo–, las autoridades de todos los niveles se comportan omisas, arrogantes e insensibles, y otro tanto suele ocurrir con el conjunto de una masa mediática que parece más interesada en hacerse con tajadas enteras de poder público que en informar; los ofendidos del país son recuperados y utilizados, a lo sumo, como parte de ejercicios de sensacionalismo dictados por la lógica comercial con que operan la mayor parte de los medios impresos y la práctica totalidad de los medios electrónicos privados.
En tales circunstancias, es claro que La Jornada persiste, en primer lugar, porque sigue siendo necesaria: crítica, incómoda y cuestionadora de consensos generados de manera artificial desde el poder político y económico, su existencia sigue siendo un contrapeso casi único a la uniformación de la información, al exceso de poder sin testigos, a la restaurada red de complicidades y encubrimientos que sigue, por desgracia, caracterizando la relación entre las instancias gubernamentales y las grandes corporaciones privadas.
Este primer cuarto de siglo de nuestro periódico es testimonio y logro, por otra parte, de una sociedad que ha acompañado al proyecto informativo y que se ha hecho acompañar por él. Quienes hacemos La Jornada formulamos, en esta fecha, el propósito de mantener nuestra parte de ese compromiso.
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