Cuestión de prioridades
Nadie puede sospechar, ni por asomo, que soy afecto al régimen de Felipe Calderón. Me rehúso a llamarle Presidente de la República, así con mayúsculas, a ese señor que hoy está sentado en la silla, pese a los años pasados desde que arribó al poder, a los miles de millones de pesos que gasta en propaganda —que son muchos— y a la correntada de apoyos, unos por cansancio, otros por olvido, unos más por convicción, porque también hay de esos, que concita.
En esa decisión personal inalterable —habré de morirme en la raya— y no exenta de costos, porque, a estas alturas del partido, oponerse cuesta y mucho, poco o nada, pese a lo que piensan algunos, tiene que ver el hecho de que en el 2006 y aún ahora haya apoyado y apoyé a Andrés Manuel López Obrador.
Estoy, por ejemplo y me anticipo a los pocos lectores que me siguen y que se toman la molestia de polemizar conmigo, hasta la madre del escándalo protagonizado por Rafael Acosta Juanito y lo que ese triste, tristísimo personaje de Iztapalapa y el pragmatismo de su inventor, Frankenstein devorado por su creación, significan.
Nada me dicen, a estas alturas del partido, las formulas retóricas por más exaltadas que sean, esas que “calientan” a la “masa” en el mitin y a las que tan aficionado es López Obrador: nada me mueve la agitación y el calor de la plaza pública.
Si a él los titulares, que busca con denuedo, lo seducen; a mí, debo confesarlo, me dejan frío. Sus desplantes teatrales, su llamado radial a no desanimarme, me dicen, como a muchos, cada vez menos.
Flaco favor hace a Andrés Manuel López Obrador quien insiste en ponerle frente al espejo. Ese asesor, ese amigo, ese ideólogo que, ciego y sordo ante lo que el país piensa y siente, emocionado con su discurso o ilusionado con la posición que pretende conseguir, le aconseja seguir en el mismo camino.
Harto realmente estoy de los muchos errores de un caudillo que tenía que ganar pero no pudo y más harto todavía de que la gente, pasados los años, se acomode y olvide. No son lo mío, pese a los tres años que han pasado, ni la desmemoria ni la aceptación tardía.
Agravios hay y muchos cometidos contra la democracia. Yo, sé que a pocos habrá de importarle, llevo cuenta puntual de ellos. Por eso me tardé en votar; me tomé en serio la tarea.
Los documentos sobran. La evidencia pesa. Olvidarlos sería tanto como cerrar los ojos. Si en el pasado reciente, hablo del 2006, nuestros votos no contaron de nada habrán de contar entonces en el futuro.
Mantener viva la memoria, sobre todo tratándose de la democracia, es tanto como mantenerse vivos. No es fanatismo ni terquedad; apenas aliento vital, congruencia mínima.
Yo, lo siento, soy de esos tercos, que en, estos asuntos, tienen memoria de elefante.
Hoy, como ayer, me acuerdo de cómo el gobierno de Vicente Fox, culpable del delito de traición a la patria —entregó el país al crimen organizado— y lesa democracia, metió las manos en las elecciones presidenciales del 2006 y violó así la ley.
Hoy, como ayer, tengo presente cómo los órganos responsables de la equidad de la contienda electoral bajaron la cerviz. Aplastados, sumisos, esclavos del poder fáctico; el IFE y el Tribunal Federal Electoral, abdicaron de su poder. Ante la presión de la pantalla, el dinero, el púlpito y el aparato político-burocrático se burlaron así de lo que yo y otros muchos millones decidimos.
Hoy, como ayer, me siento víctima de un fraude y aunque no quiero que este se repita —y habré de morirme en la raya para evitarlo— no estoy dispuesto a entregarle el país a un puñado de criminales.
Yo, como muchos otros, estoy por el país. Al lado de México me formo. Atrás quedan las diferencias ideológicas si de la viabilidad de la Nación se trata.
No es la hora de contadores que cuidan, a toda costa, que el déficit público se mantenga a raya y que, como remedio de su ineptitud, suben los impuestos. Tampoco —y más vale que Calderón no se engañe— es la hora de los publicistas y charlatanes.
Los criminales están a punto de arrebatarnos el país. La droga inunda nuestras calles. La violencia del crimen organizado deja sin sentido el discurso ideológico. Nuestros jóvenes caen a raudales en sus redes.
Sin rendirse, sin claudicar, es la hora de actuar.
Toca a los ciudadanos, a los que no necesariamente nos vestimos de blanco, alzar la voz.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com/
Nadie puede sospechar, ni por asomo, que soy afecto al régimen de Felipe Calderón. Me rehúso a llamarle Presidente de la República, así con mayúsculas, a ese señor que hoy está sentado en la silla, pese a los años pasados desde que arribó al poder, a los miles de millones de pesos que gasta en propaganda —que son muchos— y a la correntada de apoyos, unos por cansancio, otros por olvido, unos más por convicción, porque también hay de esos, que concita.
En esa decisión personal inalterable —habré de morirme en la raya— y no exenta de costos, porque, a estas alturas del partido, oponerse cuesta y mucho, poco o nada, pese a lo que piensan algunos, tiene que ver el hecho de que en el 2006 y aún ahora haya apoyado y apoyé a Andrés Manuel López Obrador.
Estoy, por ejemplo y me anticipo a los pocos lectores que me siguen y que se toman la molestia de polemizar conmigo, hasta la madre del escándalo protagonizado por Rafael Acosta Juanito y lo que ese triste, tristísimo personaje de Iztapalapa y el pragmatismo de su inventor, Frankenstein devorado por su creación, significan.
Nada me dicen, a estas alturas del partido, las formulas retóricas por más exaltadas que sean, esas que “calientan” a la “masa” en el mitin y a las que tan aficionado es López Obrador: nada me mueve la agitación y el calor de la plaza pública.
Si a él los titulares, que busca con denuedo, lo seducen; a mí, debo confesarlo, me dejan frío. Sus desplantes teatrales, su llamado radial a no desanimarme, me dicen, como a muchos, cada vez menos.
Flaco favor hace a Andrés Manuel López Obrador quien insiste en ponerle frente al espejo. Ese asesor, ese amigo, ese ideólogo que, ciego y sordo ante lo que el país piensa y siente, emocionado con su discurso o ilusionado con la posición que pretende conseguir, le aconseja seguir en el mismo camino.
Harto realmente estoy de los muchos errores de un caudillo que tenía que ganar pero no pudo y más harto todavía de que la gente, pasados los años, se acomode y olvide. No son lo mío, pese a los tres años que han pasado, ni la desmemoria ni la aceptación tardía.
Agravios hay y muchos cometidos contra la democracia. Yo, sé que a pocos habrá de importarle, llevo cuenta puntual de ellos. Por eso me tardé en votar; me tomé en serio la tarea.
Los documentos sobran. La evidencia pesa. Olvidarlos sería tanto como cerrar los ojos. Si en el pasado reciente, hablo del 2006, nuestros votos no contaron de nada habrán de contar entonces en el futuro.
Mantener viva la memoria, sobre todo tratándose de la democracia, es tanto como mantenerse vivos. No es fanatismo ni terquedad; apenas aliento vital, congruencia mínima.
Yo, lo siento, soy de esos tercos, que en, estos asuntos, tienen memoria de elefante.
Hoy, como ayer, me acuerdo de cómo el gobierno de Vicente Fox, culpable del delito de traición a la patria —entregó el país al crimen organizado— y lesa democracia, metió las manos en las elecciones presidenciales del 2006 y violó así la ley.
Hoy, como ayer, tengo presente cómo los órganos responsables de la equidad de la contienda electoral bajaron la cerviz. Aplastados, sumisos, esclavos del poder fáctico; el IFE y el Tribunal Federal Electoral, abdicaron de su poder. Ante la presión de la pantalla, el dinero, el púlpito y el aparato político-burocrático se burlaron así de lo que yo y otros muchos millones decidimos.
Hoy, como ayer, me siento víctima de un fraude y aunque no quiero que este se repita —y habré de morirme en la raya para evitarlo— no estoy dispuesto a entregarle el país a un puñado de criminales.
Yo, como muchos otros, estoy por el país. Al lado de México me formo. Atrás quedan las diferencias ideológicas si de la viabilidad de la Nación se trata.
No es la hora de contadores que cuidan, a toda costa, que el déficit público se mantenga a raya y que, como remedio de su ineptitud, suben los impuestos. Tampoco —y más vale que Calderón no se engañe— es la hora de los publicistas y charlatanes.
Los criminales están a punto de arrebatarnos el país. La droga inunda nuestras calles. La violencia del crimen organizado deja sin sentido el discurso ideológico. Nuestros jóvenes caen a raudales en sus redes.
Sin rendirse, sin claudicar, es la hora de actuar.
Toca a los ciudadanos, a los que no necesariamente nos vestimos de blanco, alzar la voz.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com/
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