PRD, refundación en serio
Octavio Rodríguez Araujo
El tema no es la expulsión de afiliados y militantes del PRD que participaron con otros partidos para tratar de ganar un cargo de representación. Lo que importa es tratar de entender por qué varios perredistas aceptaron ser candidatos del PAN, del PVEM, del PRI, del Panal, del PSD, partidos que no tienen nada que ver con las izquierdas, incluso entendidas en su sentido más amplio y flexible.
Una posible respuesta es el oportunismo de quienes cambiaron de chaqueta con tanta facilidad con tal de ser candidatos. Si esta posible respuesta no es exagerada, ¿qué hacían en el PRD? A nadie extrañó que Rodríguez Prats o Diódoro Carrasco pasaran del PRI al PAN, puesto que era como cambiar de apartamento en el mismo edificio. ¿Pero del PRD a otro de los partidos de la derecha mencionados? Como que es más difícil de entender.
Otra posible respuesta es que en el PRD hay pocos militantes y afiliados convencidos. Entraron en él por quién sabe qué razones, pero ninguna fue por convicción propia y afín a los principios y programa del partido. O quizá porque en realidad los principios y el programa del PRD nunca fueron tomados en serio ni fueron considerados como una distinción de este partido en relación con los demás.
Pienso que el problema comenzó en el origen. El Frente Democrático Nacional (FDN) comenzó en torno a un grupito de personalidades salidas del PRI. La ideología de estas personas se podía definir sólo por una posición: su rechazo a la adopción del neoliberalismo por el gobierno de Miguel de la Madrid y por los priístas hegemónicos, los mismos que hicieron hasta lo imposible por imponer a Carlos Salinas de Gortari como candidato y luego como presidente del país. Pero al margen de tal posición anti, no había compromiso con las izquierdas existentes: Cuauhtémoc Cárdenas inscribió su candidatura con el ambiguo y desprestigiado Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, el mismo que le sirvió a Porfirio Muñoz Ledo para lanzarse como candidato a la Presidencia en 1999-2000. Luego que aquellos priístas habían abandonado su partido formaron el FDN con otros dos partidos igualmente desprestigiados: el PPS y el PST-PFCRN (de donde salió la mayoría del grupo Nueva Izquierda de ahora). Si no hubiera sido porque se sumaron al FDN ex comunistas, ex trotskistas y ex maoístas, difícilmente habría sido considerado un frente de izquierda en aquellos años. Digamos, para simplificar, que su antineoliberalismo lo colocó en la izquierda del espectro político de partidos. Cuando los frentistas quisieron convertirse en partido, con el registro del moribundo Partido Mexicano Socialista, ya no contaban con lo que quedaba del PPS y del entonces Partido Cardenista (ex PST-PFCRN). Sus documentos fundamentales, conviene recordarlo, no habían sido elaborados salvo en partes que incluso eran contradictorias entre sí. Esto es, el nuevo Partido de la Revolución Democrática no tenía principios ni programa, sólo un liderazgo, entonces muy popular (Cuauhtémoc Cárdenas) y un lema tibio y que hasta la fecha le queda grande (internamente): “Democracia ya, patria para todos”, sobre todo en lo que se refiere a la primera parte de la oración.
Como quiera que sea el PRD surgió como un partido meramente electoral, es decir, para tratar de ganar elecciones y tuvo sonados éxitos, aunque los principales no le fueron reconocidos: la elección presidencial de 1988 y la de 2006. En el nuevo partido no hubo militantes por suscripción de principios, que es lo que debe distinguir a un partido, sobre todo de izquierda (parte de la sociedad en función de ciertas afinidades), sino un espacio mediante el cual se podía acceder a puestos y cargos políticos de representación. Antiguamente, como conviene recordar, los diversos grupos políticos en México militaban en el PRI y con éste llegaban a obtener posiciones de poder. Los partidos de oposición, supuesta o real, recogían las migajas que a veces les regalaba el PRI (como los diputados de partido del PPS y del PARM en los 60). Esa escuela, si así se pudiera llamar, fue seguida por los perredistas: grupos políticos que lucharon entre sí por posiciones de poder, tanto dentro del partido como fuera, pero gracias a él. La diferencia fue que en el PRI había disciplina, y una vez que surgía el nuevo presidente del país todos se alineaban con él, aunque por debajo del agua siguieran luchando por la hegemonía. En el PRD no ocurrió tal cosa, pues no ganaron o no les dejaron ganar la Presidencia y, en vez de sacarle provecho a sus liderazgos nacionales y reconocidos, algunos de los grupos (llamados tribus) cometieron una especie de parricidio.
En varias ocasiones el PRD quiso definirse como un partido de izquierda, pero aun con tal distinción, sólo aceptada por comparación con otros partidos, nunca lo ha sido rigurosamente hablando. Centro-izquierda, en el mejor de los casos; algo así como un partido socialdemócrata más o menos moderno. Pero aun así no supo o no quiso actuar cerca del pueblo en sus aisladas luchas, ni educar políticamente a sus afiliados (¿educarlos con base en qué principios y programa?). En otros términos, el PRD no se ha consolidado como partido y sigue siendo una suerte de frente electoral de corrientes que van de la izquierda amnésica al oportunismo más ramplón. Lo único que sigue distinguiéndolo, en conjunto y no por grupos que lo componen, es su antineoliberalismo, que no es secundario, pero sí insuficiente.
Hablan ahora, después del Consejo Nacional de Morelia, de refundar el partido. ¿Con la misma gente y sin una verdadera autocrítica de quienes lo llevaron al triste lugar que ocupa ahora? No habrá cambios fundamentales mientras los que dirigen al partido y a sus grupos internos no cambien de verdad su manera de pensar, de actuar y de concebir su organización. El problema no es “depurar” al PRD de quienes cambiaron de chaqueta, sino convertir esa militancia volátil en una verdadera y comprometida con unos principios y programa que están por definirse como propios de un partido.
Refundación, en mi diccionario, significa: “Acción y efecto de transformar radicalmente los principios ideológicos de una sociedad o de una institución para adaptarlos a los nuevos tiempos, o a otros fines”. Esto es lo que se tiene que hacer, y la tarea no será fácil (las cursivas son mías).
Una posible respuesta es el oportunismo de quienes cambiaron de chaqueta con tanta facilidad con tal de ser candidatos. Si esta posible respuesta no es exagerada, ¿qué hacían en el PRD? A nadie extrañó que Rodríguez Prats o Diódoro Carrasco pasaran del PRI al PAN, puesto que era como cambiar de apartamento en el mismo edificio. ¿Pero del PRD a otro de los partidos de la derecha mencionados? Como que es más difícil de entender.
Otra posible respuesta es que en el PRD hay pocos militantes y afiliados convencidos. Entraron en él por quién sabe qué razones, pero ninguna fue por convicción propia y afín a los principios y programa del partido. O quizá porque en realidad los principios y el programa del PRD nunca fueron tomados en serio ni fueron considerados como una distinción de este partido en relación con los demás.
Pienso que el problema comenzó en el origen. El Frente Democrático Nacional (FDN) comenzó en torno a un grupito de personalidades salidas del PRI. La ideología de estas personas se podía definir sólo por una posición: su rechazo a la adopción del neoliberalismo por el gobierno de Miguel de la Madrid y por los priístas hegemónicos, los mismos que hicieron hasta lo imposible por imponer a Carlos Salinas de Gortari como candidato y luego como presidente del país. Pero al margen de tal posición anti, no había compromiso con las izquierdas existentes: Cuauhtémoc Cárdenas inscribió su candidatura con el ambiguo y desprestigiado Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, el mismo que le sirvió a Porfirio Muñoz Ledo para lanzarse como candidato a la Presidencia en 1999-2000. Luego que aquellos priístas habían abandonado su partido formaron el FDN con otros dos partidos igualmente desprestigiados: el PPS y el PST-PFCRN (de donde salió la mayoría del grupo Nueva Izquierda de ahora). Si no hubiera sido porque se sumaron al FDN ex comunistas, ex trotskistas y ex maoístas, difícilmente habría sido considerado un frente de izquierda en aquellos años. Digamos, para simplificar, que su antineoliberalismo lo colocó en la izquierda del espectro político de partidos. Cuando los frentistas quisieron convertirse en partido, con el registro del moribundo Partido Mexicano Socialista, ya no contaban con lo que quedaba del PPS y del entonces Partido Cardenista (ex PST-PFCRN). Sus documentos fundamentales, conviene recordarlo, no habían sido elaborados salvo en partes que incluso eran contradictorias entre sí. Esto es, el nuevo Partido de la Revolución Democrática no tenía principios ni programa, sólo un liderazgo, entonces muy popular (Cuauhtémoc Cárdenas) y un lema tibio y que hasta la fecha le queda grande (internamente): “Democracia ya, patria para todos”, sobre todo en lo que se refiere a la primera parte de la oración.
Como quiera que sea el PRD surgió como un partido meramente electoral, es decir, para tratar de ganar elecciones y tuvo sonados éxitos, aunque los principales no le fueron reconocidos: la elección presidencial de 1988 y la de 2006. En el nuevo partido no hubo militantes por suscripción de principios, que es lo que debe distinguir a un partido, sobre todo de izquierda (parte de la sociedad en función de ciertas afinidades), sino un espacio mediante el cual se podía acceder a puestos y cargos políticos de representación. Antiguamente, como conviene recordar, los diversos grupos políticos en México militaban en el PRI y con éste llegaban a obtener posiciones de poder. Los partidos de oposición, supuesta o real, recogían las migajas que a veces les regalaba el PRI (como los diputados de partido del PPS y del PARM en los 60). Esa escuela, si así se pudiera llamar, fue seguida por los perredistas: grupos políticos que lucharon entre sí por posiciones de poder, tanto dentro del partido como fuera, pero gracias a él. La diferencia fue que en el PRI había disciplina, y una vez que surgía el nuevo presidente del país todos se alineaban con él, aunque por debajo del agua siguieran luchando por la hegemonía. En el PRD no ocurrió tal cosa, pues no ganaron o no les dejaron ganar la Presidencia y, en vez de sacarle provecho a sus liderazgos nacionales y reconocidos, algunos de los grupos (llamados tribus) cometieron una especie de parricidio.
En varias ocasiones el PRD quiso definirse como un partido de izquierda, pero aun con tal distinción, sólo aceptada por comparación con otros partidos, nunca lo ha sido rigurosamente hablando. Centro-izquierda, en el mejor de los casos; algo así como un partido socialdemócrata más o menos moderno. Pero aun así no supo o no quiso actuar cerca del pueblo en sus aisladas luchas, ni educar políticamente a sus afiliados (¿educarlos con base en qué principios y programa?). En otros términos, el PRD no se ha consolidado como partido y sigue siendo una suerte de frente electoral de corrientes que van de la izquierda amnésica al oportunismo más ramplón. Lo único que sigue distinguiéndolo, en conjunto y no por grupos que lo componen, es su antineoliberalismo, que no es secundario, pero sí insuficiente.
Hablan ahora, después del Consejo Nacional de Morelia, de refundar el partido. ¿Con la misma gente y sin una verdadera autocrítica de quienes lo llevaron al triste lugar que ocupa ahora? No habrá cambios fundamentales mientras los que dirigen al partido y a sus grupos internos no cambien de verdad su manera de pensar, de actuar y de concebir su organización. El problema no es “depurar” al PRD de quienes cambiaron de chaqueta, sino convertir esa militancia volátil en una verdadera y comprometida con unos principios y programa que están por definirse como propios de un partido.
Refundación, en mi diccionario, significa: “Acción y efecto de transformar radicalmente los principios ideológicos de una sociedad o de una institución para adaptarlos a los nuevos tiempos, o a otros fines”. Esto es lo que se tiene que hacer, y la tarea no será fácil (las cursivas son mías).
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