La magia del chuj
Luis Hernández Navarro
Uno tras otro, los últimos presidentes de la República se han tomado la foto con los caciques del municipio de San Juan Chamula. A la menor provocación, acompañados por los gobernadores en turno, los mandatarios se han puesto el chuj de lana, el sombrero tradicional con listones de colores, el pañuelo y el morral al hombro, mientras reciben el bastón de mando y se retratan con los mandamás del ayuntamiento.
No les ha importado que el rico cacicazgo de Chamula sea uno de los más rancios, autoritarios e intolerantes de cuantos existen en el país. No en balde han asesinado y expulsado a miles de indígenas evangélicos y opositores democráticos de sus tierras y territorios, y destruido sus templos y viviendas.
Felipe Calderón no es la excepción a esta regla. Hace dos años lo hizo y el pasado 7 de mayo lo repitió. Sólo que en esta última ocasión fue un poco más lejos que sus antecesores. Acompañado por su amigo, el gobernador perredista Juan Sabines, el michoacano dijo que en ese lugar “palpita México” y pidió al Dios que ilumina y protege a los chamulas que lo guiara. Mientras, se hizo acompañar por un candidato perredista que apenas hace unos días era priísta. En Chiapas –se sabe– el sol azteca se ha convertido en el partido de los paramilitares y los caciques.
El gobierno de la entidad, mientras tanto, se empeña en mantener la imagen de que en su estado impera la tranquilidad y la paz social. En la prensa local, tan beligerante en su momento contra el ex mandatario estatal Pablo Salazar por cancelar la entrega de chayotes, ahora es casi imposible encontrar una crítica al gobernador. En cambio, varios periódicos se ceban en una agresiva campaña mediática contra el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas y los observadores internacionales. Basta asomarse a la página www.realchiapas.blogspot.com para ver cómo la contrainsurgencia juega sus cartas en el terreno de la comunicación.
La administración estatal demanda a las organizaciones sociales que no se movilicen, que no hagan denuncias, que no hagan olas. Para controlar la disidencia rural, reparte dinero, amenaza y encarcela disidentes. Sabines cumplió con el ciclo histórico de sacar de la cárcel a los líderes campesinos a los que Salazar metió a la cárcel y pactar con ellos un entendimiento, pero varios de los beneficiarios le salieron respondones.
Pero, a pesar del apoyo de Los Pinos, la situación es complicada para Juan Sabines. Desde hace muchos años un solo mandatario local (Pablo Salazar) terminó su sexenio completo. El fantasma de la no terminación de su mandato se cierne sobre la cabeza del jefe del Ejecutivo chiapaneco. Su alianza con Roberto Albores, el famoso Croquetas, camina en el filo de la navaja, más aún con las elecciones estatales en puerta. El ex gobernador interino quiere todo, y en cualquier momento puede apostar a la carta de la desestabilización de la entidad. El último incidente en el municipio de Oxchuc así lo muestra. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la entidad no se contenta con ser el príncipe consorte de este matrimonio por conveniencia. Mientras, los operadores de Elba Esther Gordillo trabajan para abrirle paso a su candidatura a la gubernatura del estado en 2012. La maestra, en alianza con Enrique Peña Nieto y en pleno desprendimiento de sus compromisos con el Partido Acción Nacional (PAN), necesita una pista de aterrizaje territorial para su futuro inmediato, y Chiapas puede ser un nada despreciable tanque de oxígeno.
Abajo, el mandatario estatal enfrenta la resistencia de una gran cantidad de comunidades a la construcción de la carretera San Cristóbal-Palenque. Ante la amenaza real de que sus territorios sean despojados y su economía local afectada, comunidades o grupos de comunidades a lo largo del camino se organizan y luchan por evitar el despojo. Varias de ellas se han incorporado a la otra campaña y han sufrido acoso, persecución, asesinatos y todo tipo de violencia a manos de paramilitares y policías.
Junto a los grupos paramilitares tradicionales de corte priísta (algunos de cuyos miembros se han incorporado al PRD), han surgido nuevas organizaciones paramilitares crecidas a la sombra de diversas denominaciones evangélicas y protestantes que atacan a adherentes de la otra campaña. Estas agresiones han sido presentadas ante la opinión pública como “choques” intercomunitarios por motivos religiosos, cuando en realidad son acciones de hostigamiento contra quienes se oponen a la construcción de la nueva carretera, enmarcadas en una guerra de contrainsurgencia que tiene años.
Parece que se ha olvidado ya que Chiapas es un estado militarizado. Con la atención puesta en lo que sucede en entidades como Chihuahua, Nuevo León o Michoacán, ha dejado de ser noticia la enorme presencia del Ejército en el estado, sus cuarteles y destacamentos, la existencia de retenes en las vías de comunicación y los patrullajes en multitud de comunidades. A fuerza de “normalizarse”, la actuación de los militares se ha vuelto “invisible”.
Siendo presidente (1994-2000), Ernesto Zedillo acostumbraba visitar Chiapas para hablar de paz y acrecentar la guerra. El guión no fallaba: visitaba el estado, se ponía su chuj, se tomaba fotos con los caciques y, nada más retirarse, las agresiones contra las comunidades en resistencia se intensificaban. Ahora, el libreto es el mismo. La puesta en escena de Felipe Calderón ataviado a la usanza tradicional, pidiéndole al dios chamula que lo ilumine, nos recuerda que, por más silenciosa que quiera ser mantenida, en Chiapas hay una guerra contra el zapatismo y los pueblos indios. Una guerra que no se atreve a decir su nombre.
No les ha importado que el rico cacicazgo de Chamula sea uno de los más rancios, autoritarios e intolerantes de cuantos existen en el país. No en balde han asesinado y expulsado a miles de indígenas evangélicos y opositores democráticos de sus tierras y territorios, y destruido sus templos y viviendas.
Felipe Calderón no es la excepción a esta regla. Hace dos años lo hizo y el pasado 7 de mayo lo repitió. Sólo que en esta última ocasión fue un poco más lejos que sus antecesores. Acompañado por su amigo, el gobernador perredista Juan Sabines, el michoacano dijo que en ese lugar “palpita México” y pidió al Dios que ilumina y protege a los chamulas que lo guiara. Mientras, se hizo acompañar por un candidato perredista que apenas hace unos días era priísta. En Chiapas –se sabe– el sol azteca se ha convertido en el partido de los paramilitares y los caciques.
El gobierno de la entidad, mientras tanto, se empeña en mantener la imagen de que en su estado impera la tranquilidad y la paz social. En la prensa local, tan beligerante en su momento contra el ex mandatario estatal Pablo Salazar por cancelar la entrega de chayotes, ahora es casi imposible encontrar una crítica al gobernador. En cambio, varios periódicos se ceban en una agresiva campaña mediática contra el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas y los observadores internacionales. Basta asomarse a la página www.realchiapas.blogspot.com para ver cómo la contrainsurgencia juega sus cartas en el terreno de la comunicación.
La administración estatal demanda a las organizaciones sociales que no se movilicen, que no hagan denuncias, que no hagan olas. Para controlar la disidencia rural, reparte dinero, amenaza y encarcela disidentes. Sabines cumplió con el ciclo histórico de sacar de la cárcel a los líderes campesinos a los que Salazar metió a la cárcel y pactar con ellos un entendimiento, pero varios de los beneficiarios le salieron respondones.
Pero, a pesar del apoyo de Los Pinos, la situación es complicada para Juan Sabines. Desde hace muchos años un solo mandatario local (Pablo Salazar) terminó su sexenio completo. El fantasma de la no terminación de su mandato se cierne sobre la cabeza del jefe del Ejecutivo chiapaneco. Su alianza con Roberto Albores, el famoso Croquetas, camina en el filo de la navaja, más aún con las elecciones estatales en puerta. El ex gobernador interino quiere todo, y en cualquier momento puede apostar a la carta de la desestabilización de la entidad. El último incidente en el municipio de Oxchuc así lo muestra. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la entidad no se contenta con ser el príncipe consorte de este matrimonio por conveniencia. Mientras, los operadores de Elba Esther Gordillo trabajan para abrirle paso a su candidatura a la gubernatura del estado en 2012. La maestra, en alianza con Enrique Peña Nieto y en pleno desprendimiento de sus compromisos con el Partido Acción Nacional (PAN), necesita una pista de aterrizaje territorial para su futuro inmediato, y Chiapas puede ser un nada despreciable tanque de oxígeno.
Abajo, el mandatario estatal enfrenta la resistencia de una gran cantidad de comunidades a la construcción de la carretera San Cristóbal-Palenque. Ante la amenaza real de que sus territorios sean despojados y su economía local afectada, comunidades o grupos de comunidades a lo largo del camino se organizan y luchan por evitar el despojo. Varias de ellas se han incorporado a la otra campaña y han sufrido acoso, persecución, asesinatos y todo tipo de violencia a manos de paramilitares y policías.
Junto a los grupos paramilitares tradicionales de corte priísta (algunos de cuyos miembros se han incorporado al PRD), han surgido nuevas organizaciones paramilitares crecidas a la sombra de diversas denominaciones evangélicas y protestantes que atacan a adherentes de la otra campaña. Estas agresiones han sido presentadas ante la opinión pública como “choques” intercomunitarios por motivos religiosos, cuando en realidad son acciones de hostigamiento contra quienes se oponen a la construcción de la nueva carretera, enmarcadas en una guerra de contrainsurgencia que tiene años.
Parece que se ha olvidado ya que Chiapas es un estado militarizado. Con la atención puesta en lo que sucede en entidades como Chihuahua, Nuevo León o Michoacán, ha dejado de ser noticia la enorme presencia del Ejército en el estado, sus cuarteles y destacamentos, la existencia de retenes en las vías de comunicación y los patrullajes en multitud de comunidades. A fuerza de “normalizarse”, la actuación de los militares se ha vuelto “invisible”.
Siendo presidente (1994-2000), Ernesto Zedillo acostumbraba visitar Chiapas para hablar de paz y acrecentar la guerra. El guión no fallaba: visitaba el estado, se ponía su chuj, se tomaba fotos con los caciques y, nada más retirarse, las agresiones contra las comunidades en resistencia se intensificaban. Ahora, el libreto es el mismo. La puesta en escena de Felipe Calderón ataviado a la usanza tradicional, pidiéndole al dios chamula que lo ilumine, nos recuerda que, por más silenciosa que quiera ser mantenida, en Chiapas hay una guerra contra el zapatismo y los pueblos indios. Una guerra que no se atreve a decir su nombre.
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