¿Hacia una autopsia nacional?
Marco Rascón
El país no está hospitalizado ni en urgencias: se encuentra en el forense. Nos mienten cuando nos proponen medicinas o curas y sólo quisiéramos saber qué causas han matado a la nación; si fueron los intereses minoritarios, los monopolios, las políticas fiscales, la violencia oculta tras el paramilitarismo gubernamental, la partidocracia; si ha sido envenenamiento por entreguismo, por injusticia, por frustración, ineptitud o demagogia generalizada.
¿Quién mató al país? ¿Cómo lo hizo? ¿Quién levantará el testimonio de las heridas profundas, como la gran pobreza social y la descomposición de las conciencias? ¿Fue el puñal oxidado del viejo régimen o la bala moderna de los que ahora gobiernan? ¿Alguien podrá señalarnos que el bicentenario y el centenario no es un festejo, sino es funeral?
Se cree que el país está vivo porque lo mueven los gusanos. Los olores de la descomposición están por todas partes y hay un llanto seco para cada tema, cada caso, cada versión de violencia, robos al erario, ineptitud legislativa, discursos presidenciales, boletines oficiales y falta de alternativas. Con todas las tribunas, discursos y noticias se podría hacer un gran panteón donde se izara un paño negro en vez de la bandera tricolor, el águila y la serpiente.
“¡La Constitución ha muerto!”, dijeron hace cien años los magonistas, y el país resurgió de entre sus facciones, fraudes y tragedias. Hoy, el país sólo resurge los domingos, porque la clase política, los legisladores y los funcionarios no trabajan ese día. ¿Cómo resurgirá el país, tras esta muerte de la nación?
El caso de Diego Fernández de Cevallos ha abierto una nueva etapa: se han cruzado ya, de manera franca, la violencia sin adjetivos con la violencia política. Lo que asomaba hoy se hace presente más allá de cualquier versión oficial o desenlace.
El atentado llega, certero, en medio de las divisiones de los panistas, la perspectiva de carro completo de los priístas, el naufragio aliancista y sus múltiples precandidatos de fantasía, agudizando todas las percepciones. ¿Es Fernández de Cevallos rehén del crimen organizado? ¿Fue El Chapo o El Mayo Zambada en una nueva etapa politizada y con un alto sentido de la oportunidad antes de las elecciones estatales de julio? ¿Son el resultado de las versiones recientes de Alfonso Navarrete Prida, ahora diputado de Enrique Peña Nieto, sobre la narcoguerrilla? ¿Cuál es el mensaje de fondo y de quién para quiénes?
Más que la percepción ciudadana, la vulnerabilidad gubernamental es asombrosa gracias al desgaste de la credibilidad y al desparpajo de la administración de justicia en todos los niveles. Cualquier escenario tiene hoy amplias repercusiones sobre la gobernabilidad del país y, en el atentado a Diego Fernández de Cevallos, un desenlace corto o uno largo es parte ya de un hecho político, independientemente de los objetivos que se hayan propuesto los secuestradores.
La opinión pública pasará de investigar el caso Paulette, llevado al secreto luego de haberlo ventilado a los cuatro vientos, a ser el investigador colectivo de lo que se esconde sobre la desaparición-secuestro de Diego Fernández de Cevallos, hombre emblemático de la derecha mexicana.
Esto tiene como base los antecedentes de Diego no sólo como político, legislador y litigante, sino como representante de una disidencia frente al gobierno actual de Felipe Calderón, sumido en el pragmatismo. Hay que recordar que en el Partido Acción Nacional, a lo largo de estos 22 años, todas sus facciones han sucumbido al pragmatismo, desde la misma que encabezó Fernández de Cevallos en 1988 junto a Luis H. Álvarez en favor de Carlos Salinas; luego la de 1994, cuando se tiró al piso tras “ganar el debate” y desaparecer de la campaña para dar su lugar a Ernesto Zedillo; siguiendo con la de Vicente Fox que, tras anunciar “la expulsión del PRI de los Pinos”, terminó pactando con él. Felipe Calderón, entonces crítico, disidente y desobediente, cambió también la ortodoxia por los arreglos que no lo han hecho fuerte, sino vulnerable.
Hoy nuevamente el rumor tendrá más fuerza que las versiones oficiales; todo el país sin duda desarrollará su fantasía sobre las implicaciones de esta nueva vuelta de tuerca a la confusa situación nacional y el imaginario colectivo.
Asusta también que, mientras Felipe Calderón calificó su ofensiva de “guerra contra el crimen organizado”, uno de los principales jefes de ese ejército albiazul con verde olivo anduviera solo como “simple ciudadano”, a manera de deslinde, sin responsabilizarse de lo que él mismo representaba como objetivo. Hoy se puede ver claro, lo que no vieron los propios aparatos de inteligencia gubernamental, y se desprende de la subestimación de la que fue calificada de “ridícula minoría” por el mismo Calderón.
Con este caso queda claro que la violencia avanza hacia todas las esferas de la sociedad y alcanza a la clase política. Lo grave es que, de nuevo, no sabremos nada y todo acabará en el mismo molino de mentiras.
Diego Fernández, en esta coyuntura, será todo, menos un desaparecido.
http://www.marcorascon.org/
¿Quién mató al país? ¿Cómo lo hizo? ¿Quién levantará el testimonio de las heridas profundas, como la gran pobreza social y la descomposición de las conciencias? ¿Fue el puñal oxidado del viejo régimen o la bala moderna de los que ahora gobiernan? ¿Alguien podrá señalarnos que el bicentenario y el centenario no es un festejo, sino es funeral?
Se cree que el país está vivo porque lo mueven los gusanos. Los olores de la descomposición están por todas partes y hay un llanto seco para cada tema, cada caso, cada versión de violencia, robos al erario, ineptitud legislativa, discursos presidenciales, boletines oficiales y falta de alternativas. Con todas las tribunas, discursos y noticias se podría hacer un gran panteón donde se izara un paño negro en vez de la bandera tricolor, el águila y la serpiente.
“¡La Constitución ha muerto!”, dijeron hace cien años los magonistas, y el país resurgió de entre sus facciones, fraudes y tragedias. Hoy, el país sólo resurge los domingos, porque la clase política, los legisladores y los funcionarios no trabajan ese día. ¿Cómo resurgirá el país, tras esta muerte de la nación?
El caso de Diego Fernández de Cevallos ha abierto una nueva etapa: se han cruzado ya, de manera franca, la violencia sin adjetivos con la violencia política. Lo que asomaba hoy se hace presente más allá de cualquier versión oficial o desenlace.
El atentado llega, certero, en medio de las divisiones de los panistas, la perspectiva de carro completo de los priístas, el naufragio aliancista y sus múltiples precandidatos de fantasía, agudizando todas las percepciones. ¿Es Fernández de Cevallos rehén del crimen organizado? ¿Fue El Chapo o El Mayo Zambada en una nueva etapa politizada y con un alto sentido de la oportunidad antes de las elecciones estatales de julio? ¿Son el resultado de las versiones recientes de Alfonso Navarrete Prida, ahora diputado de Enrique Peña Nieto, sobre la narcoguerrilla? ¿Cuál es el mensaje de fondo y de quién para quiénes?
Más que la percepción ciudadana, la vulnerabilidad gubernamental es asombrosa gracias al desgaste de la credibilidad y al desparpajo de la administración de justicia en todos los niveles. Cualquier escenario tiene hoy amplias repercusiones sobre la gobernabilidad del país y, en el atentado a Diego Fernández de Cevallos, un desenlace corto o uno largo es parte ya de un hecho político, independientemente de los objetivos que se hayan propuesto los secuestradores.
La opinión pública pasará de investigar el caso Paulette, llevado al secreto luego de haberlo ventilado a los cuatro vientos, a ser el investigador colectivo de lo que se esconde sobre la desaparición-secuestro de Diego Fernández de Cevallos, hombre emblemático de la derecha mexicana.
Esto tiene como base los antecedentes de Diego no sólo como político, legislador y litigante, sino como representante de una disidencia frente al gobierno actual de Felipe Calderón, sumido en el pragmatismo. Hay que recordar que en el Partido Acción Nacional, a lo largo de estos 22 años, todas sus facciones han sucumbido al pragmatismo, desde la misma que encabezó Fernández de Cevallos en 1988 junto a Luis H. Álvarez en favor de Carlos Salinas; luego la de 1994, cuando se tiró al piso tras “ganar el debate” y desaparecer de la campaña para dar su lugar a Ernesto Zedillo; siguiendo con la de Vicente Fox que, tras anunciar “la expulsión del PRI de los Pinos”, terminó pactando con él. Felipe Calderón, entonces crítico, disidente y desobediente, cambió también la ortodoxia por los arreglos que no lo han hecho fuerte, sino vulnerable.
Hoy nuevamente el rumor tendrá más fuerza que las versiones oficiales; todo el país sin duda desarrollará su fantasía sobre las implicaciones de esta nueva vuelta de tuerca a la confusa situación nacional y el imaginario colectivo.
Asusta también que, mientras Felipe Calderón calificó su ofensiva de “guerra contra el crimen organizado”, uno de los principales jefes de ese ejército albiazul con verde olivo anduviera solo como “simple ciudadano”, a manera de deslinde, sin responsabilizarse de lo que él mismo representaba como objetivo. Hoy se puede ver claro, lo que no vieron los propios aparatos de inteligencia gubernamental, y se desprende de la subestimación de la que fue calificada de “ridícula minoría” por el mismo Calderón.
Con este caso queda claro que la violencia avanza hacia todas las esferas de la sociedad y alcanza a la clase política. Lo grave es que, de nuevo, no sabremos nada y todo acabará en el mismo molino de mentiras.
Diego Fernández, en esta coyuntura, será todo, menos un desaparecido.
http://www.marcorascon.org/
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