El turno del ofendido
Pedro Miguel
Vaya ese título en evocación a Roque Dalton, el inolvidable Pájaroloco, quien este mes cumplió 75 años de estar vivo y 35 de estar muerto. Vaya, también, como recordatorio de que uno de sus asesinos, Joaquín Villalobos, cobra como asesor en la Procuraduría General de la República, según señalamiento reciente de los familiares del poeta asesinado. Chulo de bonito que se ve el procurador Chávez Chávez con un homicida, confeso e impune, incrustado en su nómina.
Y es que un poemario de Roque, publicado originalmente en México, en 1964, se llama El turno del ofendido, y el título viene al caso por quienes encuentran su momento de desahogo verbal tras el secuestro de Fernández de Cevallos.
Es impresionante: a lo largo de 15 largos días, en las redes sociales, pero también en las pláticas de calle y de fonda, muchísimas personas le han deseado al litigante lo peor de lo peor; han clamado porque sus captores lo conserven para siempre; han evocado con rencor sus movidas pecuniarias y políticas, su insolencia y su cinismo; han hecho, una y otra vez, el recuento de sus infamias (las reales, las incomprobables y las inventadas). En los días que corren no parece haber un personaje más vilipendiado en la escena nacional, salvo, por supuesto, el procurador Bazbaz, quien tuvo la audacia de contarnos que sus investigadores permanecieron nueve días sentados sobre el cadáver de Paulette y no se dieron cuenta.
A primera vista, el fenómeno sorprende, porque circunstancias de infortunio, como las que se abatieron sobre el ex senador panista –si es que el secuestro no es una farsa, que las cosas no están como para creer nada–, suelen suscitar solidaridad, simpatía o, cuando menos, piedad. Secuestrados acaudalados los ha habido muchos y hasta ahora ninguno de ellos había sufrido, como daño colateral al plagio, un linchamiento virtual. Y sí: es políticamente incorrecto, es bajo, mezquino e incivilizado, y constituye una muestra de las simas a las que hemos llegado en materia de desarrollo cívico.
Pero luego no sorprende tanto si se considera que Fernández de Cevallos es corresponsable prominente de la degradación generalizada de la que ahora es víctima. Cómo no recordar su función de bisagra entre el PRI salinista y el PAN empresarial, su respaldo a la incineración de las pruebas del fraude de 1988, su desempeño como promotor de aquel magno asalto bancario a la nación que fue el Fobaproa, su enriquecimiento lícito pero inescrupuloso al amparo de sus influencias, sus exhortos a la represión contra los indígenas zapatistas, su militancia a favor de la ley Televisa, su sórdida mediación entre Ahumada y Salinas para urdir los videoescándalos de 2004, su papel en el desafuero del año siguiente y otras cosas más siniestras, como sus poderes notariales de la clínica en la que fue operado –con resultado fatal– Amado Carrillo, y de la funeraria que se hizo cargo después. Cómo no recordar que es uno de los principales responsables por el desprestigio de la política y de los políticos.
A ver si esto les da una pista de la abominación colectiva: Fernández de Cevallos hizo carrera como representante popular, es decir, como empleado de los ciudadanos; cuando salió del Senado se compró una camioneta de 750 mil pesos. Olvídense del resto de sus propiedades, Punta Diamante incluida. Alguien que gane al mes el equivalente a un salario mínimo –cerca de la mitad de la población tiene un ingreso de esa magnitud– tendría que invertir la totalidad de sus percepciones, durante 40 años, para adquirir un vehículo como el del ex senador, el que fue su empleado. Envidiosa que es la gente, dirán, pero si no logran entender la monstruosidad ética de esta desigualdad y la ofensa que conlleva, entonces no entienden nada de nada. Casi tan triste como la situación incierta y angustiosa del panista es la incapacidad de la comentocracia oficial para percibir, en este enojo, y más allá de la falta de modales y de buen gusto, una señal de la irritación social que cunde. Con todo, el México bronco que se asoma en Twitter es de peluche comparado con el que ya controla, manu militari, diversas regiones del país. Por supuesto, cuando no se dedica a fruncir la nariz por la vulgaridad de quienes se regocijan con el problemón en que se encuentra Fernández de Cevallos, esa comentocracia sigue muy entretenida con la morralla de los procesos electorales y discurre como si el país se encontrara en plena normalidad democrática.
navegaciones@yahoo.com - http://navegaciones.blogspot.com/
Y es que un poemario de Roque, publicado originalmente en México, en 1964, se llama El turno del ofendido, y el título viene al caso por quienes encuentran su momento de desahogo verbal tras el secuestro de Fernández de Cevallos.
Es impresionante: a lo largo de 15 largos días, en las redes sociales, pero también en las pláticas de calle y de fonda, muchísimas personas le han deseado al litigante lo peor de lo peor; han clamado porque sus captores lo conserven para siempre; han evocado con rencor sus movidas pecuniarias y políticas, su insolencia y su cinismo; han hecho, una y otra vez, el recuento de sus infamias (las reales, las incomprobables y las inventadas). En los días que corren no parece haber un personaje más vilipendiado en la escena nacional, salvo, por supuesto, el procurador Bazbaz, quien tuvo la audacia de contarnos que sus investigadores permanecieron nueve días sentados sobre el cadáver de Paulette y no se dieron cuenta.
A primera vista, el fenómeno sorprende, porque circunstancias de infortunio, como las que se abatieron sobre el ex senador panista –si es que el secuestro no es una farsa, que las cosas no están como para creer nada–, suelen suscitar solidaridad, simpatía o, cuando menos, piedad. Secuestrados acaudalados los ha habido muchos y hasta ahora ninguno de ellos había sufrido, como daño colateral al plagio, un linchamiento virtual. Y sí: es políticamente incorrecto, es bajo, mezquino e incivilizado, y constituye una muestra de las simas a las que hemos llegado en materia de desarrollo cívico.
Pero luego no sorprende tanto si se considera que Fernández de Cevallos es corresponsable prominente de la degradación generalizada de la que ahora es víctima. Cómo no recordar su función de bisagra entre el PRI salinista y el PAN empresarial, su respaldo a la incineración de las pruebas del fraude de 1988, su desempeño como promotor de aquel magno asalto bancario a la nación que fue el Fobaproa, su enriquecimiento lícito pero inescrupuloso al amparo de sus influencias, sus exhortos a la represión contra los indígenas zapatistas, su militancia a favor de la ley Televisa, su sórdida mediación entre Ahumada y Salinas para urdir los videoescándalos de 2004, su papel en el desafuero del año siguiente y otras cosas más siniestras, como sus poderes notariales de la clínica en la que fue operado –con resultado fatal– Amado Carrillo, y de la funeraria que se hizo cargo después. Cómo no recordar que es uno de los principales responsables por el desprestigio de la política y de los políticos.
A ver si esto les da una pista de la abominación colectiva: Fernández de Cevallos hizo carrera como representante popular, es decir, como empleado de los ciudadanos; cuando salió del Senado se compró una camioneta de 750 mil pesos. Olvídense del resto de sus propiedades, Punta Diamante incluida. Alguien que gane al mes el equivalente a un salario mínimo –cerca de la mitad de la población tiene un ingreso de esa magnitud– tendría que invertir la totalidad de sus percepciones, durante 40 años, para adquirir un vehículo como el del ex senador, el que fue su empleado. Envidiosa que es la gente, dirán, pero si no logran entender la monstruosidad ética de esta desigualdad y la ofensa que conlleva, entonces no entienden nada de nada. Casi tan triste como la situación incierta y angustiosa del panista es la incapacidad de la comentocracia oficial para percibir, en este enojo, y más allá de la falta de modales y de buen gusto, una señal de la irritación social que cunde. Con todo, el México bronco que se asoma en Twitter es de peluche comparado con el que ya controla, manu militari, diversas regiones del país. Por supuesto, cuando no se dedica a fruncir la nariz por la vulgaridad de quienes se regocijan con el problemón en que se encuentra Fernández de Cevallos, esa comentocracia sigue muy entretenida con la morralla de los procesos electorales y discurre como si el país se encontrara en plena normalidad democrática.
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