Las razones del PT
El Partido del Trabajo (PT) decidió no integrar alianzas electorales ni con el PRI ni con el PAN en ninguna de las elecciones para gobernador que tendrá lugar el próximo 4 de julio en 12 entidades federativas. La excepción que confirma la regla es Oaxaca, donde el candidato Gabino Cué tiene una tradición de lucha electoral al lado de las fuerzas de izquierda desde hace nueve años por lo menos, y su origen es el Partido Convergencia, una organización que tiene una tradición de alianzas nacionales y locales con el PT y el PRD.
Es importante resumir las principales razones que motivaron a su dirigencia y órganos de gobierno a tomar esta decisión, después de varias semanas de intensos debates internos.
1. Alianzas para fortalecer a la izquierda, no para desdibujarla. La izquierda partidista mexicana atraviesa por una crisis de representación, caracterizada por una contracción en su votación, una pérdida significativa de gobiernos locales y una disminución en su presencia legislativa. En este contexto, las alianzas se vuelven fundamentales para volver a crecer, siempre y cuando sean coaliciones con organizaciones ideológica y políticamente compatibles, como el PRD y Convergencia, ya que en cualquier otro escenario se potencia el riesgo de ser subsumidas, absorbidas o desdibujadas por los partidos dominantes de derecha. Aliarse con el PRI o el PAN implicaría dejar sin opción partidaria a los ciudadanos simpatizantes con la izquierda electoral y, de paso, acelerar el proceso de instauración de un bipartidismo de facto que es el sistema de concentración de poder que más promueve la derecha conservadora mexicana, en detrimento de un pluralismo político progresista, que es la opción donde más pueden crecer y desarrollarse la izquierda mexicana y las nuevas expresiones políticas.
2. Experiencias decepcionantes. Antes de 2010, en las últimas dos décadas, el PAN y el PRD hicieron alianzas electorales en 10 estados de la República. De esa decena de alianzas se perdieron siete y prosperaron únicamente tres (Nayarit 1999, Chiapas 2000 y Yucatán 2001). Es decir, la integración de una “megalianza” opositora no es por sí misma garantía de éxito electoral en los estados, mucho menos de que los candidatos que logren ganar representen las aspiraciones, demandas y programas de gobierno de la izquierda aliada, como lo demostró la posterior relación accidentada y conflictiva que tuvieron estos gobiernos con sus “compañeros de viaje”. En cada uno de estos casos, la izquierda fue puntualmente usada, marginada y desechada. Su papel “histórico” quedó reducido a mozo de estribo o ujier político.
3. Agotamiento del discurso de la alternancia. Desafortunadamente el discurso de “sacar al PRI a patadas de palacio de gobierno”, que hace 10 años catapultó la primera alternancia presidencial de nuestra historia, hoy ya no mueve ni a los unos ni a los otros. La falta de resultados sustantivos en el plano económico, político y social de la llamada “transición democrática” esterilizó este discurso electoral. Hoy la ciudadanía quiere “megalianzas” para sacar a patadas al desempleo, a la inseguridad y a la corrupción que afecta a sus familias y al país, no a un partido o grupo político en particular, llámese PRI, PAN o PRD. Haber proyectado desde el inicio estas alianzas en sentido negativo y pragmático (en contra de un partido) y no haber promovido el objetivo positivo y aspiracional de las mismas (el beneficio económico y social de la gente) mermó su potencial de competencia y cambio político.
4. Trabajar para la izquierda; no para el PRI ni para el PAN. Argumentar que el PT “le está haciendo el trabajo sucio al PRI” por no sumarse a las actuales alianzas opositoras, tiene el mismo peso y fundamento que el argumento contrario: “la izquierda le está haciendo el trabajo sucio al gobierno, al sumarse al PAN”. Con estas acusaciones mutuas no se saldrá del atolladero. El posicionamiento debe ser otro muy distinto: en medio de la crisis de representación más severa de su historia, la izquierda debe trabajar estratégica y tácticamente para la izquierda, para sí misma; es decir, conservar e impulsar un polo claramente diferenciado y alterno a la derecha dominante representada en el PRI y en el PAN. Que esta opción sume por el momento 3, 5, 7, 9 o más porcentaje del electorado, siempre será mejor que obtener cero por ciento o la pérdida de identidad. Es decir, el dilema del PT y de la izquierda no es de índole cuantitativa, sino cualitativa. Desdibujarse en una alianza con el PAN o subsumirse en una coalición con el PRI, ninguna de las dos son opciones para salir de esta crisis de representación coyuntural de la izquierda y, sobre todo, de crisis estructural del país. En ocasiones, más vale escalar la cuesta solo que mal aliado.
ricardo_monreal_avila@yahoo.com.mx
Es importante resumir las principales razones que motivaron a su dirigencia y órganos de gobierno a tomar esta decisión, después de varias semanas de intensos debates internos.
1. Alianzas para fortalecer a la izquierda, no para desdibujarla. La izquierda partidista mexicana atraviesa por una crisis de representación, caracterizada por una contracción en su votación, una pérdida significativa de gobiernos locales y una disminución en su presencia legislativa. En este contexto, las alianzas se vuelven fundamentales para volver a crecer, siempre y cuando sean coaliciones con organizaciones ideológica y políticamente compatibles, como el PRD y Convergencia, ya que en cualquier otro escenario se potencia el riesgo de ser subsumidas, absorbidas o desdibujadas por los partidos dominantes de derecha. Aliarse con el PRI o el PAN implicaría dejar sin opción partidaria a los ciudadanos simpatizantes con la izquierda electoral y, de paso, acelerar el proceso de instauración de un bipartidismo de facto que es el sistema de concentración de poder que más promueve la derecha conservadora mexicana, en detrimento de un pluralismo político progresista, que es la opción donde más pueden crecer y desarrollarse la izquierda mexicana y las nuevas expresiones políticas.
2. Experiencias decepcionantes. Antes de 2010, en las últimas dos décadas, el PAN y el PRD hicieron alianzas electorales en 10 estados de la República. De esa decena de alianzas se perdieron siete y prosperaron únicamente tres (Nayarit 1999, Chiapas 2000 y Yucatán 2001). Es decir, la integración de una “megalianza” opositora no es por sí misma garantía de éxito electoral en los estados, mucho menos de que los candidatos que logren ganar representen las aspiraciones, demandas y programas de gobierno de la izquierda aliada, como lo demostró la posterior relación accidentada y conflictiva que tuvieron estos gobiernos con sus “compañeros de viaje”. En cada uno de estos casos, la izquierda fue puntualmente usada, marginada y desechada. Su papel “histórico” quedó reducido a mozo de estribo o ujier político.
3. Agotamiento del discurso de la alternancia. Desafortunadamente el discurso de “sacar al PRI a patadas de palacio de gobierno”, que hace 10 años catapultó la primera alternancia presidencial de nuestra historia, hoy ya no mueve ni a los unos ni a los otros. La falta de resultados sustantivos en el plano económico, político y social de la llamada “transición democrática” esterilizó este discurso electoral. Hoy la ciudadanía quiere “megalianzas” para sacar a patadas al desempleo, a la inseguridad y a la corrupción que afecta a sus familias y al país, no a un partido o grupo político en particular, llámese PRI, PAN o PRD. Haber proyectado desde el inicio estas alianzas en sentido negativo y pragmático (en contra de un partido) y no haber promovido el objetivo positivo y aspiracional de las mismas (el beneficio económico y social de la gente) mermó su potencial de competencia y cambio político.
4. Trabajar para la izquierda; no para el PRI ni para el PAN. Argumentar que el PT “le está haciendo el trabajo sucio al PRI” por no sumarse a las actuales alianzas opositoras, tiene el mismo peso y fundamento que el argumento contrario: “la izquierda le está haciendo el trabajo sucio al gobierno, al sumarse al PAN”. Con estas acusaciones mutuas no se saldrá del atolladero. El posicionamiento debe ser otro muy distinto: en medio de la crisis de representación más severa de su historia, la izquierda debe trabajar estratégica y tácticamente para la izquierda, para sí misma; es decir, conservar e impulsar un polo claramente diferenciado y alterno a la derecha dominante representada en el PRI y en el PAN. Que esta opción sume por el momento 3, 5, 7, 9 o más porcentaje del electorado, siempre será mejor que obtener cero por ciento o la pérdida de identidad. Es decir, el dilema del PT y de la izquierda no es de índole cuantitativa, sino cualitativa. Desdibujarse en una alianza con el PAN o subsumirse en una coalición con el PRI, ninguna de las dos son opciones para salir de esta crisis de representación coyuntural de la izquierda y, sobre todo, de crisis estructural del país. En ocasiones, más vale escalar la cuesta solo que mal aliado.
ricardo_monreal_avila@yahoo.com.mx
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