Ingresos y presupuesto
Luis Linares Zapata
El grado de deterioro de la vida nacional alcanzado durante la presente crisis no tiene desperdicio sin importar el sector de actividad o de convivencia del cual se trate. Las elites que deciden el quehacer público han sido ya evaluadas por su incapacidad para enfrentar, con buenos réditos para la sociedad, cualquiera de los problemas que aquejan al país. Menos aún han logrado proponer la ruta futura de salida.
Varias generaciones de mexicanos han sido sacrificadas durante los últimos treinta y tantos años en aras de una inasible modernización. De esta grotesca intentona sólo quedan retrocesos palpables en el bie-nestar, en la economía o la seguridad. Van dejando, eso sí, una real, profunda herida, que se extiende hasta la creación cultural. Los tibios acomodos democráticos han sido borrados y un panorama de elecciones manipuladas es el triste horizonte que a la República le depara el presente. Las esperanzas de una renovación cupular que todavía pululaban en amplios grupos poblacionales se han perdido. Nada escapa a la marcada decadencia que envuelve a este atribulado asiento de los mexicanos.
El paquete fiscal recién aprobado es sólo una muestra adicional de la ineptitud, no sólo para entender y reconstruirse a partir de la debacle económica que reflejan los terribles números proyectados del PIB (-7.8 por ciento para 2009), sino para, simplemente, aceptar las consecuencias de los recientes actos de gobierno desplegados.
La pareja del PRIAN se golpea con intenso desparpajo para esquivar el costo de sus acuerdos cimeros. Todo se hizo de espaldas a la sociedad y en ese tira y afloja quedó evidenciada una terrible ausencia: el mundo de abajo con sus penurias a cuestas. El paquete quedó sellado desde las alturas y pocos, o casi ninguno de los legisladores de tal trabuco decisorio, se apartó del guión marcado por sus reales conductores. Los jaloneos habidos sólo se desprenden de intereses individualizados que en nada se distancian de los de aquellos que, en verdad, mandan. Los verdaderos privilegios fiscales de los grandes grupos de presión quedaron, al menos por ahora, a salvo.
Una certeza quedó grabada en la conciencia colectiva: el sacrificio impositivo solicitado a los causantes cautivos se contrapuntea, en cínico balance, con las injustas salvedades multimillonarias para unos cuantos. El consabido cuento de siempre que ninguna retórica puede ya ocultar. El terrible mal que aqueja a la estructura básica de la vida organizada y que tanto conspira contra la justicia al tiempo que evapora el desarrollo en una densa nube de promesas rotas. Luego vendrán, ante la galopante inseguridad, apabullantes cánticos mediáticos del oficialismo narrando heroicidades personales de aquellos resguardados tras densos blindajes y muros protectores. Pero el terrible hecho concreto se palpa a diario en cualquiera de los muchos frentes de combate abiertos contra la delincuencia común y la organizada. El desbarajuste consiguiente, descrito a detalle por varios de los críticos bien informados, desemboca en múltiples callejones donde todo se desdibuja. A cambio, ya resalta la cadena burocrática de abusados guardianes que se atasca de beneficios salariales y absorbe los pocos recursos que deberían tener un destino mucho más efectivo.
La asignación presupuestal, bajo intensa boruca y manoseo por estos alargados días, es el obligado complemento de la cruenta tarea de castigar a los contribuyentes. El pleito por los haberes provenientes de los bolsillos colectivos es pavoroso, sin tregua ni consideración a los derechos de los demás. El que tenga más pinole se atragantará sin concierto ni mesura. Ahí van quedando las huellas de aquellos que se sirven a sí mismos con largueza sin importar el espectáculo de apañes en despoblado que, por estos apretados tiempos de medianías, contemplan atónitos los ciudadanos.
Una trifulca escenificada por encumbrados burócratas de la política agarrados del mechón y a la que sólo pueden asomarse de vez en cuando los de a pie. Una toma y daca de voraces legisladores acatando órdenes superiores evidencian, a lo pelón, su alejamiento de las necesidades y las aspiraciones de aquellos que deberían ser los destinatarios de sus atenciones. Lo importante es financiar la sobrevivencia del grupo, asegurar la prevalencia de ambiciones posteriores de los que se creen y sienten capaces de escalar las cumbres del poder público.
El recuento de los daños ocasionados se irá dejando a la vera de la suerte, sin aparentes responsabilidades al canto. Pero, sin duda, a otros corresponderá hacer el balance y lo harán sin recato ni atenuantes. Ya vendrán los furiosos votantes que verán lo sucedido desde el ángulo de las promesas incumplidas, de las imposibilidades de una elite incapaz que clama por sus poquiteras conveniencias y hace nugatorio el cacho de futuro que a cada quien corresponde.
Mientras llegue la hora del ajuste de cuentas, quien se lleve una mejor y más nutrida talega a su personal buchaca será el ganón, una aceptada medida del éxito político, tal como la valoran los de arriba.
Quien logró obtener la mejor parte de los haberes en disputa será el más listo y con mejor capacidad negociadora, dirán los muchos panegiristas del oficialismo. Pocos cuestionarán esa ficticia habilidad para triunfar en medio del vendaval que amenaza con llevarse hasta lo que no hay. Después de este cruento reparto entre los iniciados, poco quedará para los que no supieron hacer valer sus fuerzas, sus intereses, por más válidos o justicieros que pudieran ser.
Ésta es sólo una parte de la tragedia que se de-sarrolla en el interior de instituciones diseñadas para captar y obedecer a la soberanía popular o responder a las extraviadas prioridades nacionales. Son, ésas, recintos malogrados convertidos en una cueva de voraces repartos del botín disponible. Sin embargo, el espectáculo no quedará archivado en el olvido: por fuera y por abajo de este sainete de negociadores hay un conglomerado de impacientes que viene constatando, con mirada confusa a veces y retadora en otras ocasiones, ésos que se dicen, con retórica sin fondo, esforzados trabajos por el bien colectivo y hasta para servir a la nación.
Varias generaciones de mexicanos han sido sacrificadas durante los últimos treinta y tantos años en aras de una inasible modernización. De esta grotesca intentona sólo quedan retrocesos palpables en el bie-nestar, en la economía o la seguridad. Van dejando, eso sí, una real, profunda herida, que se extiende hasta la creación cultural. Los tibios acomodos democráticos han sido borrados y un panorama de elecciones manipuladas es el triste horizonte que a la República le depara el presente. Las esperanzas de una renovación cupular que todavía pululaban en amplios grupos poblacionales se han perdido. Nada escapa a la marcada decadencia que envuelve a este atribulado asiento de los mexicanos.
El paquete fiscal recién aprobado es sólo una muestra adicional de la ineptitud, no sólo para entender y reconstruirse a partir de la debacle económica que reflejan los terribles números proyectados del PIB (-7.8 por ciento para 2009), sino para, simplemente, aceptar las consecuencias de los recientes actos de gobierno desplegados.
La pareja del PRIAN se golpea con intenso desparpajo para esquivar el costo de sus acuerdos cimeros. Todo se hizo de espaldas a la sociedad y en ese tira y afloja quedó evidenciada una terrible ausencia: el mundo de abajo con sus penurias a cuestas. El paquete quedó sellado desde las alturas y pocos, o casi ninguno de los legisladores de tal trabuco decisorio, se apartó del guión marcado por sus reales conductores. Los jaloneos habidos sólo se desprenden de intereses individualizados que en nada se distancian de los de aquellos que, en verdad, mandan. Los verdaderos privilegios fiscales de los grandes grupos de presión quedaron, al menos por ahora, a salvo.
Una certeza quedó grabada en la conciencia colectiva: el sacrificio impositivo solicitado a los causantes cautivos se contrapuntea, en cínico balance, con las injustas salvedades multimillonarias para unos cuantos. El consabido cuento de siempre que ninguna retórica puede ya ocultar. El terrible mal que aqueja a la estructura básica de la vida organizada y que tanto conspira contra la justicia al tiempo que evapora el desarrollo en una densa nube de promesas rotas. Luego vendrán, ante la galopante inseguridad, apabullantes cánticos mediáticos del oficialismo narrando heroicidades personales de aquellos resguardados tras densos blindajes y muros protectores. Pero el terrible hecho concreto se palpa a diario en cualquiera de los muchos frentes de combate abiertos contra la delincuencia común y la organizada. El desbarajuste consiguiente, descrito a detalle por varios de los críticos bien informados, desemboca en múltiples callejones donde todo se desdibuja. A cambio, ya resalta la cadena burocrática de abusados guardianes que se atasca de beneficios salariales y absorbe los pocos recursos que deberían tener un destino mucho más efectivo.
La asignación presupuestal, bajo intensa boruca y manoseo por estos alargados días, es el obligado complemento de la cruenta tarea de castigar a los contribuyentes. El pleito por los haberes provenientes de los bolsillos colectivos es pavoroso, sin tregua ni consideración a los derechos de los demás. El que tenga más pinole se atragantará sin concierto ni mesura. Ahí van quedando las huellas de aquellos que se sirven a sí mismos con largueza sin importar el espectáculo de apañes en despoblado que, por estos apretados tiempos de medianías, contemplan atónitos los ciudadanos.
Una trifulca escenificada por encumbrados burócratas de la política agarrados del mechón y a la que sólo pueden asomarse de vez en cuando los de a pie. Una toma y daca de voraces legisladores acatando órdenes superiores evidencian, a lo pelón, su alejamiento de las necesidades y las aspiraciones de aquellos que deberían ser los destinatarios de sus atenciones. Lo importante es financiar la sobrevivencia del grupo, asegurar la prevalencia de ambiciones posteriores de los que se creen y sienten capaces de escalar las cumbres del poder público.
El recuento de los daños ocasionados se irá dejando a la vera de la suerte, sin aparentes responsabilidades al canto. Pero, sin duda, a otros corresponderá hacer el balance y lo harán sin recato ni atenuantes. Ya vendrán los furiosos votantes que verán lo sucedido desde el ángulo de las promesas incumplidas, de las imposibilidades de una elite incapaz que clama por sus poquiteras conveniencias y hace nugatorio el cacho de futuro que a cada quien corresponde.
Mientras llegue la hora del ajuste de cuentas, quien se lleve una mejor y más nutrida talega a su personal buchaca será el ganón, una aceptada medida del éxito político, tal como la valoran los de arriba.
Quien logró obtener la mejor parte de los haberes en disputa será el más listo y con mejor capacidad negociadora, dirán los muchos panegiristas del oficialismo. Pocos cuestionarán esa ficticia habilidad para triunfar en medio del vendaval que amenaza con llevarse hasta lo que no hay. Después de este cruento reparto entre los iniciados, poco quedará para los que no supieron hacer valer sus fuerzas, sus intereses, por más válidos o justicieros que pudieran ser.
Ésta es sólo una parte de la tragedia que se de-sarrolla en el interior de instituciones diseñadas para captar y obedecer a la soberanía popular o responder a las extraviadas prioridades nacionales. Son, ésas, recintos malogrados convertidos en una cueva de voraces repartos del botín disponible. Sin embargo, el espectáculo no quedará archivado en el olvido: por fuera y por abajo de este sainete de negociadores hay un conglomerado de impacientes que viene constatando, con mirada confusa a veces y retadora en otras ocasiones, ésos que se dicen, con retórica sin fondo, esforzados trabajos por el bien colectivo y hasta para servir a la nación.
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