E D I T O R I A L
El país, intranquilo
En vísperas de la inauguración de la reunión México, Cumbre de Negocios, que se realiza desde hoy en Monterrey, Nuevo León, el ex gobernador de Veracruz y promotor del encuentro, Miguel Alemán Velasco, señaló que existe preocupación entre los empresarios del país por la presente circunstancia económica y social.
Las declaraciones del ex mandatario estatal, realizadas en nombre de los hombres de negocios del país, vienen precedidas por una serie de expresiones de intranquilidad en los sectores más diversos de la sociedad, como consecuencia de la falta de un rumbo económico claro; la descomposición y los rezagos sociales que prevalecen a lo largo del territorio nacional y la manifiesta incapacidad del gobierno federal para corregir esos problemas.
Al respecto, son de destacar los señalamientos realizados por el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, José Narro, quien hace un par de semanas aseguró que el país vive “un momento delicado” y que corre el riesgo de dirigirse hacia una “crisis social”. El propio Narro advirtió el pasado miércoles que el modelo económico vigente en México “ya dio lo que podía dar” y que es necesario emprender un proceso de reformas integrales que conduzcan a la “refundación de la República”.
En el ámbito legislativo, las bancadas de los partidos de la Revolución Democrática (PRD) y del Trabajo (PT) han advertido sobre las consecuencias negativas que tendrán en la población las alzas impositivas recientemente avaladas en San Lázaro y Xicoténcatl por el binomio partidista en el poder. El líder de la fracción del PT en el Senado de la República, Ricardo Monreal, incluso señaló la semana pasada que el aumento en los impuestos pudiera ser “el detonador de un estallido social en todo el país”.
Desde una posición ideológica muy distinta a la de los legisladores de oposición, la jerarquía eclesiástica ha venido expresando, en semanas y meses recientes, sus inquietudes en torno al riesgo de un incremento en la violencia como resultado de la “desesperación” de la gente ante la pobreza, la marginación, la desigualdad y el desempleo, y la conjunción de estos fenómenos con la falta de educación y el alza de la criminalidad.
Se trata, en suma, de muchas y muy diversas voces de advertencia y preocupación como para suponerlas producto de la desinformación, la animadversión política o la mala fe. En todas ellas se percibe, como características comunes, un desasosiego por la crítica situación que atraviesa el país y un temor ante la perspectiva de que dicha circunstancia pudiera ser preludio de fenómenos de inestabilidad e ingobernabilidad, así como de una tragedia social mayor que la que ya se vive.
Hasta ahora, las autoridades federales parecen conformarse con la lectura e interpretación a modo de las cifras oficiales, como lo demostró el reciente beneplácito expresado por el jefe del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, en torno al crecimiento alcanzado en el tercer trimestre de este año con respecto al segundo, calificado por el gobernante como “el fin de la recesión”. Esa propensión, sin embargo, pudiera resultar muy costosa para el país, y resulta por ello obligado que el gobierno calderonista atienda las crecientes expresiones de intranquilidad de la sociedad, las cuales encierran, más que actitudes alarmistas, diagnósticos acertados consecuentes con la desastrosa realidad nacional.
Las declaraciones del ex mandatario estatal, realizadas en nombre de los hombres de negocios del país, vienen precedidas por una serie de expresiones de intranquilidad en los sectores más diversos de la sociedad, como consecuencia de la falta de un rumbo económico claro; la descomposición y los rezagos sociales que prevalecen a lo largo del territorio nacional y la manifiesta incapacidad del gobierno federal para corregir esos problemas.
Al respecto, son de destacar los señalamientos realizados por el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, José Narro, quien hace un par de semanas aseguró que el país vive “un momento delicado” y que corre el riesgo de dirigirse hacia una “crisis social”. El propio Narro advirtió el pasado miércoles que el modelo económico vigente en México “ya dio lo que podía dar” y que es necesario emprender un proceso de reformas integrales que conduzcan a la “refundación de la República”.
En el ámbito legislativo, las bancadas de los partidos de la Revolución Democrática (PRD) y del Trabajo (PT) han advertido sobre las consecuencias negativas que tendrán en la población las alzas impositivas recientemente avaladas en San Lázaro y Xicoténcatl por el binomio partidista en el poder. El líder de la fracción del PT en el Senado de la República, Ricardo Monreal, incluso señaló la semana pasada que el aumento en los impuestos pudiera ser “el detonador de un estallido social en todo el país”.
Desde una posición ideológica muy distinta a la de los legisladores de oposición, la jerarquía eclesiástica ha venido expresando, en semanas y meses recientes, sus inquietudes en torno al riesgo de un incremento en la violencia como resultado de la “desesperación” de la gente ante la pobreza, la marginación, la desigualdad y el desempleo, y la conjunción de estos fenómenos con la falta de educación y el alza de la criminalidad.
Se trata, en suma, de muchas y muy diversas voces de advertencia y preocupación como para suponerlas producto de la desinformación, la animadversión política o la mala fe. En todas ellas se percibe, como características comunes, un desasosiego por la crítica situación que atraviesa el país y un temor ante la perspectiva de que dicha circunstancia pudiera ser preludio de fenómenos de inestabilidad e ingobernabilidad, así como de una tragedia social mayor que la que ya se vive.
Hasta ahora, las autoridades federales parecen conformarse con la lectura e interpretación a modo de las cifras oficiales, como lo demostró el reciente beneplácito expresado por el jefe del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, en torno al crecimiento alcanzado en el tercer trimestre de este año con respecto al segundo, calificado por el gobernante como “el fin de la recesión”. Esa propensión, sin embargo, pudiera resultar muy costosa para el país, y resulta por ello obligado que el gobierno calderonista atienda las crecientes expresiones de intranquilidad de la sociedad, las cuales encierran, más que actitudes alarmistas, diagnósticos acertados consecuentes con la desastrosa realidad nacional.
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