Las razones de López Obrador
MARTí BATRES
Andrés Manuel López Obrador está llamando a votar por candidatos del Partido de la Revolución Democrática, del Partido del Trabajo y de Convergencia. ¿Por qué? Las razones se encuentran, principalmente, en su papel al frente del movimiento que se ha convertido en la verdadera oposición al gobierno federal y a sus políticas, así como en las batallas que se librarán en la segunda mitad de este sexenio.
Existen dos polos en la disputa nacional real. Por un lado están los que persisten en continuar las transformaciones neoliberales iniciadas con Miguel de la Madrid y continuadas por Salinas, Zedillo, Fox y Calderón. Por otro, los vigorosos movimientos populares que se han opuesto desde entonces y hasta ahora a esa ruta y que reclaman una reorientación popular y nacional del rumbo del país. Ambos bloques se expresan a través de diferentes fuerzas políticas, y a veces las atraviesan y las someten a fuertes tensiones o contradicciones.
Así, la oligarquía que gobierna México ha tratado de colocar a sus voceros en las listas de todos los partidos políticos, especialmente en el PRI y el PAN. Lo que necesitan es que, con la camiseta de cualquier partido, sus legisladores defiendan y aprueben las llamadas reformas estructurales: la reforma constitucional para privatizar los energéticos; la reforma laboral para eliminar la estabilidad en el empleo, y la reforma fiscal, pero con el sesgo de cobrarle más impuestos a los contribuyentes cautivos y no a los actuales empresarios evasores. Se avizora, sobre todo, una nueva embestida para buscar la aprobación del IVA en medicinas y alimentos.
Sin embargo, esa batalla no se ha hecho suficientemente visible en la competencia electoral de nuestros días. Lo que hoy priva es una gran confusión porque al ciudadano común no le queda clara la diferencia entre un partido político y otro. El PRI y el PAN protagonizan el pleito más ruidoso de la coyuntura, pero al final de cuentas no hay una contradicción programática entre ellos. Irán a la Cámara de Diputados a votar en el mismo sentido, como lo han hecho desde 1991. Sólo es una pelea de espacios de poder.
El PRD, por su parte, no se ve en la contienda salvo en algunas regiones. No ha logrado establecer la diferencia tajante con el proyecto dominante para colocarse como el polo electoral opuesto al PRI-PAN. Esto tiene mucho que ver con la noción que tienen dirigentes y candidatos respecto del papel que debe desempeñarse en las Cámaras, y la relación a establecer con la fuerza dominante. No se termina por entender que la oposición se opone o acaba por ser un actor más entre muchos otros.
En la legislatura saliente, el PAN, el PRI y legisladores de otras fuerzas políticas hicieron todo lo posible por modificar la Constitución y entregar Petróleos Mexicanos a las grandes compañías extranjeras. No lo lograron por la doble acción que realizaron el movimiento popular –desde fuera del Poder Legislativo– y una parte de los diputados del PRD, PT y Convergencia. La batalla se ganó afuera por la inconformidad social y por el respaldo firme de un conjunto de legisladores, no tan numeroso, pero sí muy consistente, que obligó a la discusión pública del tema.
Un caso similar ocurrió hace dos legislaturas, en el año 2001, cuando el movimiento popular paró en seco el intento de imponer el IVA en medicinas y alimentos con el apoyo de no más de cincuenta legisladores del PRD, seis del PT, uno de Convergencia, e incluso una docena de priistas.
En la legislatura que está por terminar, las fuerzas progresistas y de izquierda tuvieron la más grande bancada de la historia contemporánea. Sin embargo no todos participaron con la misma postura y determinación en la lucha principal: la batalla por el petróleo. Para frenar el proyecto privatizador, en esta ocasión como en otras, lo más importante no fue el número de legisladores, sino la determinación de algunos y su relación con el movimiento popular.
Tomando en cuenta lo anterior, se entiende que la oligarquía busque tener diputados que voten a favor de las llamadas reformas estructurales. Pero también se infiere que lo más importante para el movimiento popular, opuesto a tales reformas, es contar con legisladores con la suficiente claridad y firmeza para representar ese movimiento en el Congreso de la Unión.
De la misma forma que a los adversarios de AMLO, a la oligarquía le interesa contar con legisladores que aprueben las mal llamadas reformas estructurales, así sean del PRI, del PAN o de otros partidos políticos. Para el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador lo más importante es contar con legisladores que se opongan a la imposición del IVA en medicinas y alimentos y al resto de las contrarreformas, independientemente del partido que sean, pues la cohesión de cada bloque estará dada por la coincidencia en el mismo programa económico social.
La lucha real de nuestros días, la que está definiendo si México continúa o no por la ruta neoliberal –la que exacerba la desigualdad social y los riesgos que ello conlleva– no se da entre un partido político y otro. Pasa por la confrontación de proyectos económicos sociales totalmente diferentes, donde unos pugnan por mantener ganancias y privilegios frente a otros que luchan por una mayor equidad y justicia social en el país. Y hoy por hoy, nos guste o no, quien encabeza esa lucha con su movimiento es Andrés Manuel López Obrador.
MARTí BATRES
Andrés Manuel López Obrador está llamando a votar por candidatos del Partido de la Revolución Democrática, del Partido del Trabajo y de Convergencia. ¿Por qué? Las razones se encuentran, principalmente, en su papel al frente del movimiento que se ha convertido en la verdadera oposición al gobierno federal y a sus políticas, así como en las batallas que se librarán en la segunda mitad de este sexenio.
Existen dos polos en la disputa nacional real. Por un lado están los que persisten en continuar las transformaciones neoliberales iniciadas con Miguel de la Madrid y continuadas por Salinas, Zedillo, Fox y Calderón. Por otro, los vigorosos movimientos populares que se han opuesto desde entonces y hasta ahora a esa ruta y que reclaman una reorientación popular y nacional del rumbo del país. Ambos bloques se expresan a través de diferentes fuerzas políticas, y a veces las atraviesan y las someten a fuertes tensiones o contradicciones.
Así, la oligarquía que gobierna México ha tratado de colocar a sus voceros en las listas de todos los partidos políticos, especialmente en el PRI y el PAN. Lo que necesitan es que, con la camiseta de cualquier partido, sus legisladores defiendan y aprueben las llamadas reformas estructurales: la reforma constitucional para privatizar los energéticos; la reforma laboral para eliminar la estabilidad en el empleo, y la reforma fiscal, pero con el sesgo de cobrarle más impuestos a los contribuyentes cautivos y no a los actuales empresarios evasores. Se avizora, sobre todo, una nueva embestida para buscar la aprobación del IVA en medicinas y alimentos.
Sin embargo, esa batalla no se ha hecho suficientemente visible en la competencia electoral de nuestros días. Lo que hoy priva es una gran confusión porque al ciudadano común no le queda clara la diferencia entre un partido político y otro. El PRI y el PAN protagonizan el pleito más ruidoso de la coyuntura, pero al final de cuentas no hay una contradicción programática entre ellos. Irán a la Cámara de Diputados a votar en el mismo sentido, como lo han hecho desde 1991. Sólo es una pelea de espacios de poder.
El PRD, por su parte, no se ve en la contienda salvo en algunas regiones. No ha logrado establecer la diferencia tajante con el proyecto dominante para colocarse como el polo electoral opuesto al PRI-PAN. Esto tiene mucho que ver con la noción que tienen dirigentes y candidatos respecto del papel que debe desempeñarse en las Cámaras, y la relación a establecer con la fuerza dominante. No se termina por entender que la oposición se opone o acaba por ser un actor más entre muchos otros.
En la legislatura saliente, el PAN, el PRI y legisladores de otras fuerzas políticas hicieron todo lo posible por modificar la Constitución y entregar Petróleos Mexicanos a las grandes compañías extranjeras. No lo lograron por la doble acción que realizaron el movimiento popular –desde fuera del Poder Legislativo– y una parte de los diputados del PRD, PT y Convergencia. La batalla se ganó afuera por la inconformidad social y por el respaldo firme de un conjunto de legisladores, no tan numeroso, pero sí muy consistente, que obligó a la discusión pública del tema.
Un caso similar ocurrió hace dos legislaturas, en el año 2001, cuando el movimiento popular paró en seco el intento de imponer el IVA en medicinas y alimentos con el apoyo de no más de cincuenta legisladores del PRD, seis del PT, uno de Convergencia, e incluso una docena de priistas.
En la legislatura que está por terminar, las fuerzas progresistas y de izquierda tuvieron la más grande bancada de la historia contemporánea. Sin embargo no todos participaron con la misma postura y determinación en la lucha principal: la batalla por el petróleo. Para frenar el proyecto privatizador, en esta ocasión como en otras, lo más importante no fue el número de legisladores, sino la determinación de algunos y su relación con el movimiento popular.
Tomando en cuenta lo anterior, se entiende que la oligarquía busque tener diputados que voten a favor de las llamadas reformas estructurales. Pero también se infiere que lo más importante para el movimiento popular, opuesto a tales reformas, es contar con legisladores con la suficiente claridad y firmeza para representar ese movimiento en el Congreso de la Unión.
De la misma forma que a los adversarios de AMLO, a la oligarquía le interesa contar con legisladores que aprueben las mal llamadas reformas estructurales, así sean del PRI, del PAN o de otros partidos políticos. Para el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador lo más importante es contar con legisladores que se opongan a la imposición del IVA en medicinas y alimentos y al resto de las contrarreformas, independientemente del partido que sean, pues la cohesión de cada bloque estará dada por la coincidencia en el mismo programa económico social.
La lucha real de nuestros días, la que está definiendo si México continúa o no por la ruta neoliberal –la que exacerba la desigualdad social y los riesgos que ello conlleva– no se da entre un partido político y otro. Pasa por la confrontación de proyectos económicos sociales totalmente diferentes, donde unos pugnan por mantener ganancias y privilegios frente a otros que luchan por una mayor equidad y justicia social en el país. Y hoy por hoy, nos guste o no, quien encabeza esa lucha con su movimiento es Andrés Manuel López Obrador.
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