E D I T O R I A L
Ex presidentes y descomposición política
Ayer por la mañana la opinión pública conoció gravísimos señalamientos del ex presidente Miguel de la Madrid contra su sucesor en el cargo, Carlos Salinas de Gortari, de quien dijo que robó parte de la partida secreta del Ejecutivo y toleró la corrupción de su hermano Raúl, quien "conseguía contratos del gobierno (y) se comunicaba con narcotraficantes", los cuales le habrían entregado el dinero que tuvo depositado en bancos suizos; por añadidura, De la Madrid afirmó de viva voz –en una entrevista concedida a Carmen Aristegui y grabada unos días antes de su difusión– que la fortuna de la familia Salinas está ligada al narcotráfico, como pudo estarlo el asesinato de otro de los hermanos, Enrique; empero, consideró que al gobierno que encabeza Felipe Calderón "no le conviene" investigar en torno a esas posibilidades porque "se haría un escándalo" de proporciones "muy importantes", habida cuenta que el hombre que asumió la jefatura del Estado en 1988, "un delincuente", "es poderoso" y sigue ejerciendo "la influencia de haber sido presidente y, en su caso, la de tener mucho dinero". Asimismo, De la Madrid se dijo arrepentido de haber heredado la Presidencia –en lo que constituyó una elección de Estado y uno de los procesos comiciales más palmariamente sucios de la historia nacional– a Salinas de Gortari, opinó que la justicia "a veces" estorba para ejercer el poder e, interrogado sobre si la impunidad es necesaria para el funcionamiento de la maquinaria institucional, respondió "sí".
Transcurrieron más de ocho horas antes de que el declarante enviara a los medios un comunicado en el que descalificó sus propias palabras y las atribuyó a "un estado de salud que no me permite procesar adecuadamente los diálogos" y puso como prueba de ello que, en la grabación difundida, "mi tono de voz se escucha débil y confuso". Por su parte, el propio Salinas, precedido y secundado por algunos priístas menores, arremetió contra Carmen Aristegui, a la que acusó de haber hecho "sensacionalismo" con las declaraciones de un hombre que padece, en razón de su mala salud, "limitación de sus capacidades" y "deterioro de sus facultades"; citó un texto que habla de "senilidad prematura" y se dijo "indignado" por "los términos y condiciones en que usted realizó la entrevista".
Las respuestas de De la Madrid son indignantes por el cinismo que traslucen. El declarante no sólo fue jefe, protector y padrino político de Salinas de Gortari sino también su subalterno, pues, tras el impugnado relevo presidencial de 1988, ocupó, a lo largo del salinato, y por nombramiento presidencial, la dirección del Fondo de Cultura Económica (FCE). A la escandalosa ineptitud de "no haber sabido a tiempo" quién era el verdadero Carlos Salinas se suma la punible omisión de no haber puesto a disposición de las instituciones de justicia la información que le permitió describirlo como "cómplice de delitos de sus hermanos". La tardanza de su deplorable retractación –en la que el propio De la Madrid, o cercanos suyos, afirmaron que no es capaz de "procesar adecuadamente diálogos o cuestionamientos"– obliga a sospechar que fue producto de presiones sobre él o sobre integrantes de su familia. El mismo declarante había dado, horas antes, la clave de su desmentido: la impunidad es necesaria para el funcionamiento del régimen. Por lo demás, no es la primera vez que el ex presidente usa el recurso: hace poco menos de cuatro años admitió, a cámara, que su partido, el PRI, "perdió las elecciones del 88", sólo para afirmar, al día siguiente, que no había dicho lo que dijo.
En cuanto a Salinas, es característico de él que pretenda escabullirse de informaciones que no hacen sino confirmar sospechas universales y públicas, y hasta filtraciones surgidas del seno mismo del clan familiar, pretendiendo poner en tela de juicio el profesionalismo y la ética de medios e informadores. La extendida y asentada percepción que la sociedad tiene de él, corroborada por lo que De la Madrid le dijo a Aristegui –y, en menor medida, por el libro de Carlos Ahumada de reciente aparición, en el que presenta al ex presidente como un hombre activamente consagrado a la intriga destructiva y protagonista oculto de la conjura de los videoescándalos de 2004–, hacen que sus embestidas textuales o verbales lleven implícito un sentido ominoso que no debe pasar inadvertido para la opinión pública. Por lo demás, se entiende la exasperación que trasluce su misiva a la conductora de MVS Noticias, toda vez que la divulgación de lo dicho por su antecesor, si bien no acota sus poderes fácticos ni su capacidad de actuar desde las sombras, echa por tierra el arduo y prolongado empeño por reconstruir su imagen pública y anula cualquier perspectiva que pudiera haber tenido de reciclarse en la política formal.
Más allá del espectáculo deprimente de los dos ex mandatarios, las fases de este episodio constituyen un reporte repulsivo, pero fiel, de la descomposición del grupo en el poder y de la cadena de impunidades y encubrimientos que da continuidad y articulación a las últimas cinco administraciones gubernamentales, priístas y panistas, las cuales, por más que hayan pregonado legalidad, moralidad, democracia y transparencia, han sido, en conjunto, un vasto, corrupto y obsceno ejercicio de simulación, complicidad y encubrimiento.
Ayer por la mañana la opinión pública conoció gravísimos señalamientos del ex presidente Miguel de la Madrid contra su sucesor en el cargo, Carlos Salinas de Gortari, de quien dijo que robó parte de la partida secreta del Ejecutivo y toleró la corrupción de su hermano Raúl, quien "conseguía contratos del gobierno (y) se comunicaba con narcotraficantes", los cuales le habrían entregado el dinero que tuvo depositado en bancos suizos; por añadidura, De la Madrid afirmó de viva voz –en una entrevista concedida a Carmen Aristegui y grabada unos días antes de su difusión– que la fortuna de la familia Salinas está ligada al narcotráfico, como pudo estarlo el asesinato de otro de los hermanos, Enrique; empero, consideró que al gobierno que encabeza Felipe Calderón "no le conviene" investigar en torno a esas posibilidades porque "se haría un escándalo" de proporciones "muy importantes", habida cuenta que el hombre que asumió la jefatura del Estado en 1988, "un delincuente", "es poderoso" y sigue ejerciendo "la influencia de haber sido presidente y, en su caso, la de tener mucho dinero". Asimismo, De la Madrid se dijo arrepentido de haber heredado la Presidencia –en lo que constituyó una elección de Estado y uno de los procesos comiciales más palmariamente sucios de la historia nacional– a Salinas de Gortari, opinó que la justicia "a veces" estorba para ejercer el poder e, interrogado sobre si la impunidad es necesaria para el funcionamiento de la maquinaria institucional, respondió "sí".
Transcurrieron más de ocho horas antes de que el declarante enviara a los medios un comunicado en el que descalificó sus propias palabras y las atribuyó a "un estado de salud que no me permite procesar adecuadamente los diálogos" y puso como prueba de ello que, en la grabación difundida, "mi tono de voz se escucha débil y confuso". Por su parte, el propio Salinas, precedido y secundado por algunos priístas menores, arremetió contra Carmen Aristegui, a la que acusó de haber hecho "sensacionalismo" con las declaraciones de un hombre que padece, en razón de su mala salud, "limitación de sus capacidades" y "deterioro de sus facultades"; citó un texto que habla de "senilidad prematura" y se dijo "indignado" por "los términos y condiciones en que usted realizó la entrevista".
Las respuestas de De la Madrid son indignantes por el cinismo que traslucen. El declarante no sólo fue jefe, protector y padrino político de Salinas de Gortari sino también su subalterno, pues, tras el impugnado relevo presidencial de 1988, ocupó, a lo largo del salinato, y por nombramiento presidencial, la dirección del Fondo de Cultura Económica (FCE). A la escandalosa ineptitud de "no haber sabido a tiempo" quién era el verdadero Carlos Salinas se suma la punible omisión de no haber puesto a disposición de las instituciones de justicia la información que le permitió describirlo como "cómplice de delitos de sus hermanos". La tardanza de su deplorable retractación –en la que el propio De la Madrid, o cercanos suyos, afirmaron que no es capaz de "procesar adecuadamente diálogos o cuestionamientos"– obliga a sospechar que fue producto de presiones sobre él o sobre integrantes de su familia. El mismo declarante había dado, horas antes, la clave de su desmentido: la impunidad es necesaria para el funcionamiento del régimen. Por lo demás, no es la primera vez que el ex presidente usa el recurso: hace poco menos de cuatro años admitió, a cámara, que su partido, el PRI, "perdió las elecciones del 88", sólo para afirmar, al día siguiente, que no había dicho lo que dijo.
En cuanto a Salinas, es característico de él que pretenda escabullirse de informaciones que no hacen sino confirmar sospechas universales y públicas, y hasta filtraciones surgidas del seno mismo del clan familiar, pretendiendo poner en tela de juicio el profesionalismo y la ética de medios e informadores. La extendida y asentada percepción que la sociedad tiene de él, corroborada por lo que De la Madrid le dijo a Aristegui –y, en menor medida, por el libro de Carlos Ahumada de reciente aparición, en el que presenta al ex presidente como un hombre activamente consagrado a la intriga destructiva y protagonista oculto de la conjura de los videoescándalos de 2004–, hacen que sus embestidas textuales o verbales lleven implícito un sentido ominoso que no debe pasar inadvertido para la opinión pública. Por lo demás, se entiende la exasperación que trasluce su misiva a la conductora de MVS Noticias, toda vez que la divulgación de lo dicho por su antecesor, si bien no acota sus poderes fácticos ni su capacidad de actuar desde las sombras, echa por tierra el arduo y prolongado empeño por reconstruir su imagen pública y anula cualquier perspectiva que pudiera haber tenido de reciclarse en la política formal.
Más allá del espectáculo deprimente de los dos ex mandatarios, las fases de este episodio constituyen un reporte repulsivo, pero fiel, de la descomposición del grupo en el poder y de la cadena de impunidades y encubrimientos que da continuidad y articulación a las últimas cinco administraciones gubernamentales, priístas y panistas, las cuales, por más que hayan pregonado legalidad, moralidad, democracia y transparencia, han sido, en conjunto, un vasto, corrupto y obsceno ejercicio de simulación, complicidad y encubrimiento.
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