Ricardo Rocha
Detrás de la Noticia
17 de junio de 2010
La Corte y el Tri: apuestas fallidas
Se parecen tanto entre sí, que no pueden engañarnos. Ni falta que les hace. Para engañarnos estamos nosotros mismos. Una y otra vez les apostamos la esperanza y una y otra vez nos desilusionan con sus resultados. En ese sentido parecen entidades idénticas y no sólo porque los miembros de una y otra coinciden en ponerse la negra.
A ver, cuántas veces la Corte ha suscitado expectativas de justicia en la mayoría de nosotros. Ahí está el caso de Lydia Cacho donde el vergonzantemente célebre góber precioso Mario Marín, salió indemne a pesar de los escatológicos testimonios en su contra. Y qué decir del caso Oaxaca, en el que no obstante el cúmulo de evidencias, Ulises Ruiz —el góber ruinoso— quedó como ciudadano ejemplar gracias a los ministros.
Por si quedara alguna duda, el caso ABC nos lo está restregando en la cara: la Corte actual —salvo contadísimas excepciones— es un instrumento más del poder político y económico de este país. Por eso sus ministros reciben sin recato alguno no sólo sueldos gigantescos sino a los funcionarios acusados del crimen más horrendo de que se tenga memoria. Por eso han dicho que a ellos no les toca ni lo ético ni lo moral. Por eso y ante la inocultable realidad, reconocen a regañadientes que sí, que se violaron garantías de los 49 niños muertos y más de 100 marcados para siempre; pero que no hay nombres, ni siquiera responsables, tan sólo involucrados. Y así en un involuntario ejercicio de congruencia demuestran que ellos no son los responsables de la justicia, si acaso están involucrados con ella.
Algo parecido ocurrirá con el equipo mexicano de futbol. Del fracaso nadie será responsable. Ni directivos, ni Aguirre, ni los jugadores; puros involucrados. Tampoco el gobierno ni los medios se harán responsables de la gigantesca expectativa despertada por mensajes repetidos hasta la náusea asociando una imagen ficticia de equipo ganador al honor nacional, la reinvención de la patria, los cien de revolución, los doscientos de independencia y los diez de gobiernos panistas. Y ni qué reprocharles a los señores fabricantes, comerciantes y banqueros. Era lógica, dirán, la utilización de los seleccionados para anunciar y vender todo tipo de productos y servicios. Lo mismo sonrientes detrás de la caja de un banco que haciendo como que se rasuran o atiborrándose de sándwiches aunque seamos país taquero. Nosotros —se justificarán los publicistas— qué culpa tenemos de que los jugadores la rieguen en la cancha y que los que se amarran a la tele sean tan borregos.
Y que conste que escribo todo esto antes del partido contra Francia y antes del fallo final de la Corte. Así que nada me daría más gusto que equivocarme y tragarme todas estas palabras. Y que en vez de que la Corte nos declare formalmente como un país de irresponsables, emitiera un fallo histórico para hacer justicia en el caso ABC. Y que el TRI en lugar de quedarse en la primera ronda, llegue siquiera al tan anhelado quinto partido. Palabra que hasta compro una tele y se la regalo al Vasco antes de que se regrese a España.
Detrás de la Noticia
17 de junio de 2010
La Corte y el Tri: apuestas fallidas
Se parecen tanto entre sí, que no pueden engañarnos. Ni falta que les hace. Para engañarnos estamos nosotros mismos. Una y otra vez les apostamos la esperanza y una y otra vez nos desilusionan con sus resultados. En ese sentido parecen entidades idénticas y no sólo porque los miembros de una y otra coinciden en ponerse la negra.
A ver, cuántas veces la Corte ha suscitado expectativas de justicia en la mayoría de nosotros. Ahí está el caso de Lydia Cacho donde el vergonzantemente célebre góber precioso Mario Marín, salió indemne a pesar de los escatológicos testimonios en su contra. Y qué decir del caso Oaxaca, en el que no obstante el cúmulo de evidencias, Ulises Ruiz —el góber ruinoso— quedó como ciudadano ejemplar gracias a los ministros.
Por si quedara alguna duda, el caso ABC nos lo está restregando en la cara: la Corte actual —salvo contadísimas excepciones— es un instrumento más del poder político y económico de este país. Por eso sus ministros reciben sin recato alguno no sólo sueldos gigantescos sino a los funcionarios acusados del crimen más horrendo de que se tenga memoria. Por eso han dicho que a ellos no les toca ni lo ético ni lo moral. Por eso y ante la inocultable realidad, reconocen a regañadientes que sí, que se violaron garantías de los 49 niños muertos y más de 100 marcados para siempre; pero que no hay nombres, ni siquiera responsables, tan sólo involucrados. Y así en un involuntario ejercicio de congruencia demuestran que ellos no son los responsables de la justicia, si acaso están involucrados con ella.
Algo parecido ocurrirá con el equipo mexicano de futbol. Del fracaso nadie será responsable. Ni directivos, ni Aguirre, ni los jugadores; puros involucrados. Tampoco el gobierno ni los medios se harán responsables de la gigantesca expectativa despertada por mensajes repetidos hasta la náusea asociando una imagen ficticia de equipo ganador al honor nacional, la reinvención de la patria, los cien de revolución, los doscientos de independencia y los diez de gobiernos panistas. Y ni qué reprocharles a los señores fabricantes, comerciantes y banqueros. Era lógica, dirán, la utilización de los seleccionados para anunciar y vender todo tipo de productos y servicios. Lo mismo sonrientes detrás de la caja de un banco que haciendo como que se rasuran o atiborrándose de sándwiches aunque seamos país taquero. Nosotros —se justificarán los publicistas— qué culpa tenemos de que los jugadores la rieguen en la cancha y que los que se amarran a la tele sean tan borregos.
Y que conste que escribo todo esto antes del partido contra Francia y antes del fallo final de la Corte. Así que nada me daría más gusto que equivocarme y tragarme todas estas palabras. Y que en vez de que la Corte nos declare formalmente como un país de irresponsables, emitiera un fallo histórico para hacer justicia en el caso ABC. Y que el TRI en lugar de quedarse en la primera ronda, llegue siquiera al tan anhelado quinto partido. Palabra que hasta compro una tele y se la regalo al Vasco antes de que se regrese a España.
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