“Chismorreos”
Pedro Miguel
Reconforta saber que todos esos miles de personas violadas por curas no son más que chismorreos, como los definió este domingo de Pascua Angelo Sodano, actual decano del Colegio Cardenalicio, amigo entrañable de Pinochet, secretario de Estado del Vaticano y siempre protector amantísimo del Opus Dei y de los legionarios de Cristo.
Chismorreos: a eso se reducen las denuncias por agresiones sexuales procedentes de Estados Unidos, México, Argentina, Brasil, Irlanda, Polonia, Alemania... Eso son las acusaciones contra Joseph Murphy por haber violado a unos 200 niños discapacitados, conocidas en su momento, y silenciadas, por este atribulado Benedicto XVI que hoy sufre la embestida de “campañas de propaganda vulgar” y que prefiere concentrarse en hablar del narcotráfico y de los terremoteados Haití y Chile.
Chismorreos han de ser las andanzas de Marcial Maciel, de Peter Hullermann, de Nicolás Aguilar, por cuya culpa monseñor Rivera ya andaba yéndose al bote en Gringolandia; habladurías, el informe presentado en 1998 por María O’Donohue y Maura McDonald –con firma de recibido de Joseph Ratzinger– acerca de las agresiones sexuales cometidas por curas, obispos y arzobispos contra centenares de monjas en 23 países; invento, la condición de esclavitud sexual a que fue sometida una monja por el nuncio Girolamo Prigione en la misma residencia de la ciudad de México en la que se hospedaba, en el curso de sus viajes pastorales, el ínclito Karol Wojtyla.
Será un mero infundio, por supuesto, la epístola secreta De delictis gravioribus, redactada en 2001 por Ratzinger y su compinche Tarcisio Bertone, en la que se desalentaba la denuncia ante autoridades seculares de delitos sexuales cometidos por integrantes del clero. Mentira, entonces, lo que enunció públicamente el propio Bertone: “No tiene fundamento que un obispo, por ejemplo, sea obligado a ir a la magistratura civil para denunciar al sacerdote”.
Qué bien. Reconforta saber que éstos y muchísimos otros episodios de pesadilla son meras maquinaciones de los enemigos de Cristo y de la Iglesia; no descarten que también lo sean las atrocidades perpetradas antaño por el Santo Oficio, la colaboración pasiva de Pío XII en los genocidios hitlerianos, la vinculación del Vaticano con las mafias y el narcotráfico en las postrimerías del papado de Paulo VI.
O sea que la Iglesia y su máximo dirigente están limpios de culpa. Lo dicho por Sodano es una noticia edificante, muy apropiada para un domingo de Pascua, porque eso significa que el mal no está tan extendido en el mundo como habría podido pensarse. No existen los niños, las niñas, las mujeres víctimas de abuso sexual por religiosos católicos. No hay obispos ni cardenales encubridores de pederastas. Las cerca de mil 700 investigaciones judiciales que se realizan en Brasil –sólo en Brasil– contra curas pedófilos serán sobreseídas. Todo eso es falso y el Papa es bueno. Albricias. Aleluya.
navegaciones@yahoo.com - http://navegacionesblogspot.com/
Chismorreos: a eso se reducen las denuncias por agresiones sexuales procedentes de Estados Unidos, México, Argentina, Brasil, Irlanda, Polonia, Alemania... Eso son las acusaciones contra Joseph Murphy por haber violado a unos 200 niños discapacitados, conocidas en su momento, y silenciadas, por este atribulado Benedicto XVI que hoy sufre la embestida de “campañas de propaganda vulgar” y que prefiere concentrarse en hablar del narcotráfico y de los terremoteados Haití y Chile.
Chismorreos han de ser las andanzas de Marcial Maciel, de Peter Hullermann, de Nicolás Aguilar, por cuya culpa monseñor Rivera ya andaba yéndose al bote en Gringolandia; habladurías, el informe presentado en 1998 por María O’Donohue y Maura McDonald –con firma de recibido de Joseph Ratzinger– acerca de las agresiones sexuales cometidas por curas, obispos y arzobispos contra centenares de monjas en 23 países; invento, la condición de esclavitud sexual a que fue sometida una monja por el nuncio Girolamo Prigione en la misma residencia de la ciudad de México en la que se hospedaba, en el curso de sus viajes pastorales, el ínclito Karol Wojtyla.
Será un mero infundio, por supuesto, la epístola secreta De delictis gravioribus, redactada en 2001 por Ratzinger y su compinche Tarcisio Bertone, en la que se desalentaba la denuncia ante autoridades seculares de delitos sexuales cometidos por integrantes del clero. Mentira, entonces, lo que enunció públicamente el propio Bertone: “No tiene fundamento que un obispo, por ejemplo, sea obligado a ir a la magistratura civil para denunciar al sacerdote”.
Qué bien. Reconforta saber que éstos y muchísimos otros episodios de pesadilla son meras maquinaciones de los enemigos de Cristo y de la Iglesia; no descarten que también lo sean las atrocidades perpetradas antaño por el Santo Oficio, la colaboración pasiva de Pío XII en los genocidios hitlerianos, la vinculación del Vaticano con las mafias y el narcotráfico en las postrimerías del papado de Paulo VI.
O sea que la Iglesia y su máximo dirigente están limpios de culpa. Lo dicho por Sodano es una noticia edificante, muy apropiada para un domingo de Pascua, porque eso significa que el mal no está tan extendido en el mundo como habría podido pensarse. No existen los niños, las niñas, las mujeres víctimas de abuso sexual por religiosos católicos. No hay obispos ni cardenales encubridores de pederastas. Las cerca de mil 700 investigaciones judiciales que se realizan en Brasil –sólo en Brasil– contra curas pedófilos serán sobreseídas. Todo eso es falso y el Papa es bueno. Albricias. Aleluya.
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