Mi derechismo incomprendido por AMLO y Colosio
Federico Arreola
“El coraje para ser utópicos”, dice Friedrich A. Hayek, ha permitido a los izquierdistas ganar el apoyo de tantos intelectuales.
Cuando, al finalizar 1997, yo encabezaba el lanzamiento de la revista Milenio, recordaba ese juicio de Hayek cada vez que charlaba con Ciro Gómez Leyva, entonces un periodista valiente e independiente, y con Rafael Barajas, El Fisgón, uno de los hombres más lúcidos que conozco y sin duda una persona absolutamente honesta.
Los dos elogiaban sin medida a Andrés Manuel López Obrador, un izquierdista con el que nunca había yo charlado y que no me simpatizaba en lo más mínimo porque me cegaba, lo admito, mi ideología neoliberal.
Tres años atrás, otro amigo, Luis Donaldo Colosio, había expresado en mi presencia juicios muy favorables hacia López Obrador: “Parece radical, y tal vez lo sea, pero es un hombre de principios al que no hay que perder de vista; busca lo mismo que nosotros, el mejor México posible”.
Ya en el año 2003, cuando el periódico Milenio vivía sus mejores momentos, en una cafetería del hotel Presidente, en Polanco, desayunando Carlos Marín, Antonio Helguera, José Hernández y yo, Marín pidió a los moneros: “Critiquen a López Obrador, ustedes son durísimos con todos, menos con López Obrador”.
Helguera le preguntó a Marín: “¿Y por qué chingados quieres que critiquemos al Peje si no se nos pega la gana hacerlo, si lo consideramos de lo más decente que hay en la política?”.
Marín insistió y Hernández, más mesurado que Helgeura, terminó la conversación con estas palabras: “No lo vamos a hacer, Marín, creo que no hay más que hablar. Si no vemos criticable al Peje no lo vamos a criticar”.
Al retirarnos del restaurante, ya a solas, Carlos Marín me dijo: “Pinches moneros insolentes, tienen que empezar a partirle la madre al Peje para que ganen credibilidad”.
Le dije a Marín que se olvidara de eso: los moneros, que nunca han recibido un solo favor de AMLO, no iban a caer en la trampa de la credibilidad: criticar por criticar a un personaje, aunque no se le vean defectos mayores, solo para exhibir “objetividad”.
Soy como los moneros. Si no veo criticable a alguien, no lo critico, y me importa poco lo que se diga de mí.
Mientras estuvo vivo, no encontré razones para hablar mal de Luis Donaldo Colosio, con quien me unió una, para mí, extraordinaria amistad, a pesar de que Donaldo invariablemente me reprochaba mi neoliberalismo extremo.
En 2003 yo no era todavía amigo de López Obrador, pero a partir de ese año, debido a los ataques desleales que le lanzaba el gobierno de Vicente Fox apoyado por Carlos Salinas de Gortari, empecé a dejar de verlo criticable.
Los videoescándalos y el desafuero, que combatí abiertamente como director de Milenio, poco a poco me acercaron a Andrés Manuel, de quien con el paso del tiempo me he hecho amigo, a pesar de que este invariablemente me reprocha mi neoliberalismo extremo.
¿Por qué soy neoliberal?
Porque creo en la lilbre empresa.
Porque pienso que es mejor universidad el Tecnológico de Monterrey que la UNAM.
Porque estoy convencido de que las innovaciones verdaderamente revolucionarias son obra de empresarios privados enfermos de afán de lucro.
Porque opino que la historia ha demostrado que solo la creación de riqueza puede acabar con la pobreza.
Porque soy partidario de las privatizaciones.
Porque las empresas de Monterrey, antes del nacimiento del Seguro Social, ofrecían excelentes servicios de salud a sus trabajadores.
Porque las empresas regiomontamas, antes de que empezara a operar el Infonavit, entregaban viviendas realmente dignas a sus empleados.
Porque rechazo los monopolios, sobre todo el que ha pretendido establecer en México la iglesia católica.
Porque pienso que las empresas excesivamente grandes deben ser partidas por el estado en varias compañías de menor tamaño.
Luis Donaldo no coincidía conmigo. Éste pensaba que el gobierno debía jugar un rol mucho más activo como regulador de la economía que el que a mí me parecía prudente.
López Obrador, evidentemente, tampoco piensa lo mismo que yo. Desde luego, Andrés Manuel está muy cerca del socialismo, que en lo personal detesto.
¿Por qué lo apoyo, entonces?
Porque es un político honesto.
Porque, para bajarlo al nivel de inmoralidad de otros políticos, se le calumnia en exceso.
Porque busca acabar con la corrupción.
Porque pretende que paguen impuestos todos los grandes empresarios que los evaden.
Porque si bien no va a privatizar, tampoco va a nacionalizar.
Porque está a favor de mucha más competencia económica de la que actualmente existe.
Porque si bien no está convencido de que la generación de riqueza es la única forma de acabar con la pobreza, sabe que en un país como México, lleno de gente desheredada, lo más urgente que el gobierno debe hacer es tender una mano a los que menos tienen. No por ideología, y ni siquiera por justicia, sino por elemental conveniencia para todos, en particular para los ricos que han perdido la seguridad por vivir en medio de la miseria.
Creo que Andrés, a pesar de su izquierdismo, es el líder que México necesita en este momento.
En 1994 pensaba que el gobernante que México necesitaba era Donaldo Colosio. Lo mataron, y se nos vino la peor crisis encima.
En 2006 Andrés Manuel sobrevivió, pero no lo dejaron llegar a la Presidencia, y nos arrasó otra enorme crisis.
Si en 2012 AMLO no gana, va a ser terrible para el país. Porque un nuevo gobierno panista o, todavía peor, el regreso de la mafia del PRI será sencillamente catastrófico.
Bien, voy a responder aquí, con sinceridad, una pregunta que durante todos estos años me ha hecho mucha gente:
¿A quién prefiero, a AMLO o a Colosio?
A Colosio, por supuesto.
Por eso, en su campaña presidencial, Andrés Manuel me invitó a acompañarlo a hacer una guardia de honor en la tumba de Luis Donaldo.
Por eso, sí, porque voy a ser siempre leal a mi amigo asesinado hace ya tantos años.
Y es por lealtad con aquel personaje que luchaba por el mejor de los Méxicos posibles y que murió víctima de las balas de la traición, que ahora me la juego con el izquierdista que persigue la misma o incluso una mayor utopía.
“El coraje para ser utópicos”, dice Friedrich A. Hayek, ha permitido a los izquierdistas ganar el apoyo de tantos intelectuales.
Cuando, al finalizar 1997, yo encabezaba el lanzamiento de la revista Milenio, recordaba ese juicio de Hayek cada vez que charlaba con Ciro Gómez Leyva, entonces un periodista valiente e independiente, y con Rafael Barajas, El Fisgón, uno de los hombres más lúcidos que conozco y sin duda una persona absolutamente honesta.
Los dos elogiaban sin medida a Andrés Manuel López Obrador, un izquierdista con el que nunca había yo charlado y que no me simpatizaba en lo más mínimo porque me cegaba, lo admito, mi ideología neoliberal.
Tres años atrás, otro amigo, Luis Donaldo Colosio, había expresado en mi presencia juicios muy favorables hacia López Obrador: “Parece radical, y tal vez lo sea, pero es un hombre de principios al que no hay que perder de vista; busca lo mismo que nosotros, el mejor México posible”.
Ya en el año 2003, cuando el periódico Milenio vivía sus mejores momentos, en una cafetería del hotel Presidente, en Polanco, desayunando Carlos Marín, Antonio Helguera, José Hernández y yo, Marín pidió a los moneros: “Critiquen a López Obrador, ustedes son durísimos con todos, menos con López Obrador”.
Helguera le preguntó a Marín: “¿Y por qué chingados quieres que critiquemos al Peje si no se nos pega la gana hacerlo, si lo consideramos de lo más decente que hay en la política?”.
Marín insistió y Hernández, más mesurado que Helgeura, terminó la conversación con estas palabras: “No lo vamos a hacer, Marín, creo que no hay más que hablar. Si no vemos criticable al Peje no lo vamos a criticar”.
Al retirarnos del restaurante, ya a solas, Carlos Marín me dijo: “Pinches moneros insolentes, tienen que empezar a partirle la madre al Peje para que ganen credibilidad”.
Le dije a Marín que se olvidara de eso: los moneros, que nunca han recibido un solo favor de AMLO, no iban a caer en la trampa de la credibilidad: criticar por criticar a un personaje, aunque no se le vean defectos mayores, solo para exhibir “objetividad”.
Soy como los moneros. Si no veo criticable a alguien, no lo critico, y me importa poco lo que se diga de mí.
Mientras estuvo vivo, no encontré razones para hablar mal de Luis Donaldo Colosio, con quien me unió una, para mí, extraordinaria amistad, a pesar de que Donaldo invariablemente me reprochaba mi neoliberalismo extremo.
En 2003 yo no era todavía amigo de López Obrador, pero a partir de ese año, debido a los ataques desleales que le lanzaba el gobierno de Vicente Fox apoyado por Carlos Salinas de Gortari, empecé a dejar de verlo criticable.
Los videoescándalos y el desafuero, que combatí abiertamente como director de Milenio, poco a poco me acercaron a Andrés Manuel, de quien con el paso del tiempo me he hecho amigo, a pesar de que este invariablemente me reprocha mi neoliberalismo extremo.
¿Por qué soy neoliberal?
Porque creo en la lilbre empresa.
Porque pienso que es mejor universidad el Tecnológico de Monterrey que la UNAM.
Porque estoy convencido de que las innovaciones verdaderamente revolucionarias son obra de empresarios privados enfermos de afán de lucro.
Porque opino que la historia ha demostrado que solo la creación de riqueza puede acabar con la pobreza.
Porque soy partidario de las privatizaciones.
Porque las empresas de Monterrey, antes del nacimiento del Seguro Social, ofrecían excelentes servicios de salud a sus trabajadores.
Porque las empresas regiomontamas, antes de que empezara a operar el Infonavit, entregaban viviendas realmente dignas a sus empleados.
Porque rechazo los monopolios, sobre todo el que ha pretendido establecer en México la iglesia católica.
Porque pienso que las empresas excesivamente grandes deben ser partidas por el estado en varias compañías de menor tamaño.
Luis Donaldo no coincidía conmigo. Éste pensaba que el gobierno debía jugar un rol mucho más activo como regulador de la economía que el que a mí me parecía prudente.
López Obrador, evidentemente, tampoco piensa lo mismo que yo. Desde luego, Andrés Manuel está muy cerca del socialismo, que en lo personal detesto.
¿Por qué lo apoyo, entonces?
Porque es un político honesto.
Porque, para bajarlo al nivel de inmoralidad de otros políticos, se le calumnia en exceso.
Porque busca acabar con la corrupción.
Porque pretende que paguen impuestos todos los grandes empresarios que los evaden.
Porque si bien no va a privatizar, tampoco va a nacionalizar.
Porque está a favor de mucha más competencia económica de la que actualmente existe.
Porque si bien no está convencido de que la generación de riqueza es la única forma de acabar con la pobreza, sabe que en un país como México, lleno de gente desheredada, lo más urgente que el gobierno debe hacer es tender una mano a los que menos tienen. No por ideología, y ni siquiera por justicia, sino por elemental conveniencia para todos, en particular para los ricos que han perdido la seguridad por vivir en medio de la miseria.
Creo que Andrés, a pesar de su izquierdismo, es el líder que México necesita en este momento.
En 1994 pensaba que el gobernante que México necesitaba era Donaldo Colosio. Lo mataron, y se nos vino la peor crisis encima.
En 2006 Andrés Manuel sobrevivió, pero no lo dejaron llegar a la Presidencia, y nos arrasó otra enorme crisis.
Si en 2012 AMLO no gana, va a ser terrible para el país. Porque un nuevo gobierno panista o, todavía peor, el regreso de la mafia del PRI será sencillamente catastrófico.
Bien, voy a responder aquí, con sinceridad, una pregunta que durante todos estos años me ha hecho mucha gente:
¿A quién prefiero, a AMLO o a Colosio?
A Colosio, por supuesto.
Por eso, en su campaña presidencial, Andrés Manuel me invitó a acompañarlo a hacer una guardia de honor en la tumba de Luis Donaldo.
Por eso, sí, porque voy a ser siempre leal a mi amigo asesinado hace ya tantos años.
Y es por lealtad con aquel personaje que luchaba por el mejor de los Méxicos posibles y que murió víctima de las balas de la traición, que ahora me la juego con el izquierdista que persigue la misma o incluso una mayor utopía.
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