13 dic 2009



La difícil recomposición interna del PRD



Arnaldo Córdova

Nadie que estuviera en su sano juicio podía haber pensado de verdad que el PRD se refundaría” en su 12 congreso nacional, como rezaba esa idiotez que ni sus propios sostenedores pudieron explicar jamás qué demonios quería decir. Ninguno iba pensando en esa tontería. Sólo se buscaba un reacomodo interno de fuerzas y una que otra definición política, pero, de ninguna manera, algo que significara un replanteamiento global y total de lo que el partido debía ser para el futuro. Todos, además, sabían a qué iban y lo que cada uno sacaría para sí. Los que salieron raspados sin remedio fueron los que esperaban algo más del evento. De hecho, allí perdieron la cabeza.

Basta ver los documentos básicos que se aprobaron (y también el modo como fueron elaborados), auténticos adefesios incomprensibles e inútiles, para entender que en este proceso lo que menos hubo fueron ideas y propuestas iluminadoras. Una declaración de principios, por ejemplo, que es una especie de resumen de lo que se pretende como programa de acción, en el que cada grupo trató de poner sus ocurrencias y fantasías y en el que no hay nada que se parezca a un principio de definición política. Un programa que no es programa sino una retahíla de otras ocurrencias que no tienen nada que ver con la realidad nacional. Una llamada línea de acción que es otro amasijo de propuestas sin sentido cuyo objetivo es confuso y poco claro. Unos estatutos, en fin, que son sólo el resultado del toma y daca de los que se pelearon el botín interno.

Para entender la situación interna del PRD hay que hacer un poco de memoria. Después de las elecciones de 2006, se perfilaba un enfrentamiento, que finalmente se dio, entre dos componentes de la alianza electoral de izquierda de ese año: aquellos que habían apoyado abiertamente a López Obrador y aquellos que se habían servido de su movimiento para cosechar puestos de elección y de poder interno del PRD. Lópezobradoristas y chuchos, para decirlo claramente. Los primeros vivieron pasmados después de la derrota por fraude; los segundos se aprestaron a apoderarse del partido y de su peculio y en ello usaron todas las palancas que ahora tenían en la mano.

Los lópezobradoristas reaccionaron a tiempo para hacer lo que no habían hecho: enfrentar a los chuchos dentro del PRD. De última hora surgió una alianza en el partido que reunía a todos aquellos que habían sido afectados por el poder de esa corriente ya ampliamente hegemónica. Se pusieron del lado de López Obrador y éste los apoyó. Así nació Izquierda Unida con el liderazgo de Alejandro Encinas. Las elecciones de 2009 fueron una prueba de fuego para esa nueva y tan variopinta corriente interna. Sus grupos coaligados ganaron en fuerza y poder. En el DF derrotaron en sus principales bastiones a los chuchos y en el resto del país, en gran medida también. El problema ahora se trasladó al seno del PRD.

La lucha interna es un fenómeno permanente e ineludible de todo grupo político. Los comunistas, desde Lenin, lo consideraron, además, necesario. Sólo así se puede construir un partido, en una lucha interna perenne y renovadora. Pero debería ser siempre una lucha de ideas, de principios, y no sólo de intereses por posicionamientos dentro y fuera del partido. En el Congreso perredista hubo únicamente ajuste de cuentas y reacomodos. En el proceso, empero, se dio una confrontación que estaba cantada desde el principio: la corriente Nueva Izquierda, de los chuchos, le jugó, temerariamente, a una liquidación de posiciones con los partidarios de López Obrador dentro del PRD. Eso permitió la formación de Izquierda Unida y fue el principio del desmoronamiento de la alianza chuchista.

Los chuchos primero perdieron a sus socios de Alianza Democrática Nacional, de Héctor Bautista en el estado de México, cuando la confrontación empezó en el DF. Bautista no quiso o temió jugar la carta antiobradorista y dejó a Arce y sus huestes solos en Iztapalapa. Estos perdieron su antiguo bastión. Dolidos por el descalabro, Arce y su gente en el DF trataron de empujar a los chuchos por el despeñadero de la confrontación total con los lópezobradoristas. Los chuchos fueron reconsiderando el asunto y, al final, estuvieron más dispuestos a entenderse en el Congreso con sus oponentes y dejar a su suerte a sus antiguos aliados en el DF. Arce y compañía se van y nadie lo va a lamentar.

Apoderarse del partido e imponer su ley, incluso a los mismos líderes naturales y carismáticos, fue el sueño primigenio de Ortega y Zambrano. A Cárdenas lo hicieron añicos y volvieron a coquetear con él cuando el enemigo pasó a ser López Obrador. Se apoderaron del partido y, lo más importante, de sus órganos de dirección, de sus puestos de elección popular y, en consecuencia, de su patrimonio. Eso fue lo que los perdió en su afán por desmarcarse de López Obrador y de su movimiento cívico. Pero los perredistas que eran partidarios del tabasqueño pudieron unirse y se fueron a la lucha interna. Todo mundo anticipó un congreso absolutamente dominado por Ortega, Navarrete y Acosta Naranjo. Este último jamás pudo terminar un discurso por los continuos abucheos. No perdieron, pero no ganaron más que un poco de tiempo para despedirse de su hegemonía.

Que Encinas, finalmente, se hubiera impuesto como coordinador de los diputados perredistas fue un anuncio de lo que iba a pasar en el 12 Congreso. Los chuchos renunciaron a la confrontación y sólo obtuvieron que no hubiera, como debió ser, una decisión congresual de no ir en ningún caso en alianza con el PAN y con el PRI. Eso lo pueden explotar en lugares en que son hegemónicos. Obtuvieron también, como dije antes, un plazo cómodo para que abandonen la dirección del partido (todos los órganos de dirección partidista tendrán que ser renovados en el transcurso del año próximo). A muchos eso no les gustó. Lo mejor de todo: se obtuvo una revalidación de la política de alianzas que dio lugar al Frente Amplio Progresista y que ahora se llamará de otro modo.

Eso fue el canto del cisne del chuchismo como corriente hegemónica del PRD. No creo que nadie tome en serio a Carlos Navarrete cuando dice que está listo para ser candidato presidencial de la izquierda para 2012. Algo no debe funcionarle bien. Claro que los suyos siguen siendo dueños de buena parte de la estructura de mando del PRD, pero ya no como antes.

El movimiento cívico sigue su marcha. López Obrador tendrá sus razones para decir que nosotros no peleamos por el cambio de poder en 2012 y que el movimiento va más allá. Esto último yo también lo creo, pero todo sería inútil si no nos esperara en el camino la próxima estación que es, justamente, 2012.




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