Oscurantismo
Pedro Miguel
Todos los años, en el invierno y en el otoño, el valle de México es azotado por vientos intensos que causan derribos de cables y consecuentes apagones y nos llenan los ojos de basuritas. A cambio, nos hacen el favor de limpiar la atmósfera de toda la inmundicia acumulada durante meses y nos permiten contemplar el cielo azul, tal como era hace unas décadas, o como realmente es.
Los cortes de energía eléctrica eran, hasta este año, una molestia muy menor: en 15 minutos, en una hora, o como máximo en tres, el servicio era restablecido y las actividades laborales y domésticas volvían a la normalidad. La culpa no es del viento: el pasado fin de semana, además de los cuerpos extraños en los ojos, los vientos dejaron a oscuras, durante un día entero, o dos, o tres, a cientos de miles de personas a las que, paradójicamente, la Comisión Federal de Electricidad (CFE) les ha requerido un pago mucho más elevado que en meses anteriores a cambio de un servicio infame.
Ahora mismo, mientras tecleo estas líneas, la acometida llega a 139 voltios –12 por encima del voltaje regular– con caídas ocasionales a 85 o menos. La culpa no es, por supuesto, de los dos centenares de infortunados trabajadores que la CFE subcontrató por medio de coyotajes outsourcing (y de cuyas pésimas condiciones laborales da cuenta un reportaje publicado en La Jornada del domingo: entre 4 y 6 mil pesos mensuales de paga, sabrá Dios qué condiciones de (in)seguridad y en documentada situación de hacinamiento), traídos de Hidalgo, Guanajuato y Querétaro para que se enfrenten, como puedan, con cables de alta tensión serpenteantes y transformadores rejegos.
En Cuba, en tiempos del “periodo especial”, la población sufría apagones constantes provocados por la falta de combustible para las termoeléctricas, por carencia de refacciones, por idioteces burocráticas o por todas esas causas juntas. Hoy en día, los habitantes del centro del país se enfrentan a cortes de energía causados por la insensible glotonería del calderonato y sus asociados, que quieren quedarse, a costa de lo que sea, con la red de fibra óptica de Luz y Fuerza del Centro y, de paso, hacerse de unos miles de millones de pesos adicionales mediante alzas de facto a las tarifas eléctricas.
Desde luego, en Los Pinos y en las oficinas y casas de los funcionarios del régimen, la luz no se va nunca, y nadie ahí se entera de lo que significa pasar un día sin electricidad en la colonia: en los hogares falla el abasto de agua, la comunicación telefónica se vuelve imposible o muy ardua y la comida fresca se echa a perder. Además colapsan las micro y pequeñas empresas: imaginen lo que pasa, sin luz, en un changarro de venta de celulares, en una “estética”, en un centro de copiado, en una abarrotería, en una carpintería, en un taller mecánico. hasta el presidente de la Coparmex, Juan de Dios Barba, está que trina: “Horas perdidas, imposibilidad de prestar servicios, afectación y daño a instalaciones y equipos eléctricos, pérdida de información, imposibilidad para efectuar transacciones bancarias, caos vial e inseguridad, entre otras”, son las consecuencias”, dijo, y deslizó que “un verdadero servicio de calidad mundial –como le llama Calderón a su CFE– debe comprender la garantía de indemnización o pago de daños y perjuicios ocasionados a las empresas como consecuencia de las fallas en el suministro”. ¡Ah!, y por cierto: decenas de miles de familias de electricistas despedidos a la mala llevan tres meses sin ingresos.
Aparte del calificativo que merece la campaña oficiosa que se abate por todo el país contra los derechos sexuales y reproductivos de las personas, en el valle de México el calderonato es, literalmente, oscurantista: dejar sin luz a sus habitantes es la más reciente de sus agresiones contra la capital del país, isla de libertad en la república.
Pagar los recibos espurios distribuidos por la CFE implica convalidar el triple atropello a los electricistas sindi- calizados, a los usuarios del servicio y a los ciudadanos que han perdido, por un golpe de pluma de Calderón, una entidad pública. El recurso de inconformidad por esos cobros aberrantes está en www.sme1914.org/?p=1135.
navegaciones@yahoo.com http://navegaciones.blogspot.com/
Los cortes de energía eléctrica eran, hasta este año, una molestia muy menor: en 15 minutos, en una hora, o como máximo en tres, el servicio era restablecido y las actividades laborales y domésticas volvían a la normalidad. La culpa no es del viento: el pasado fin de semana, además de los cuerpos extraños en los ojos, los vientos dejaron a oscuras, durante un día entero, o dos, o tres, a cientos de miles de personas a las que, paradójicamente, la Comisión Federal de Electricidad (CFE) les ha requerido un pago mucho más elevado que en meses anteriores a cambio de un servicio infame.
Ahora mismo, mientras tecleo estas líneas, la acometida llega a 139 voltios –12 por encima del voltaje regular– con caídas ocasionales a 85 o menos. La culpa no es, por supuesto, de los dos centenares de infortunados trabajadores que la CFE subcontrató por medio de coyotajes outsourcing (y de cuyas pésimas condiciones laborales da cuenta un reportaje publicado en La Jornada del domingo: entre 4 y 6 mil pesos mensuales de paga, sabrá Dios qué condiciones de (in)seguridad y en documentada situación de hacinamiento), traídos de Hidalgo, Guanajuato y Querétaro para que se enfrenten, como puedan, con cables de alta tensión serpenteantes y transformadores rejegos.
En Cuba, en tiempos del “periodo especial”, la población sufría apagones constantes provocados por la falta de combustible para las termoeléctricas, por carencia de refacciones, por idioteces burocráticas o por todas esas causas juntas. Hoy en día, los habitantes del centro del país se enfrentan a cortes de energía causados por la insensible glotonería del calderonato y sus asociados, que quieren quedarse, a costa de lo que sea, con la red de fibra óptica de Luz y Fuerza del Centro y, de paso, hacerse de unos miles de millones de pesos adicionales mediante alzas de facto a las tarifas eléctricas.
Desde luego, en Los Pinos y en las oficinas y casas de los funcionarios del régimen, la luz no se va nunca, y nadie ahí se entera de lo que significa pasar un día sin electricidad en la colonia: en los hogares falla el abasto de agua, la comunicación telefónica se vuelve imposible o muy ardua y la comida fresca se echa a perder. Además colapsan las micro y pequeñas empresas: imaginen lo que pasa, sin luz, en un changarro de venta de celulares, en una “estética”, en un centro de copiado, en una abarrotería, en una carpintería, en un taller mecánico. hasta el presidente de la Coparmex, Juan de Dios Barba, está que trina: “Horas perdidas, imposibilidad de prestar servicios, afectación y daño a instalaciones y equipos eléctricos, pérdida de información, imposibilidad para efectuar transacciones bancarias, caos vial e inseguridad, entre otras”, son las consecuencias”, dijo, y deslizó que “un verdadero servicio de calidad mundial –como le llama Calderón a su CFE– debe comprender la garantía de indemnización o pago de daños y perjuicios ocasionados a las empresas como consecuencia de las fallas en el suministro”. ¡Ah!, y por cierto: decenas de miles de familias de electricistas despedidos a la mala llevan tres meses sin ingresos.
Aparte del calificativo que merece la campaña oficiosa que se abate por todo el país contra los derechos sexuales y reproductivos de las personas, en el valle de México el calderonato es, literalmente, oscurantista: dejar sin luz a sus habitantes es la más reciente de sus agresiones contra la capital del país, isla de libertad en la república.
Pagar los recibos espurios distribuidos por la CFE implica convalidar el triple atropello a los electricistas sindi- calizados, a los usuarios del servicio y a los ciudadanos que han perdido, por un golpe de pluma de Calderón, una entidad pública. El recurso de inconformidad por esos cobros aberrantes está en www.sme1914.org/?p=1135.
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