2012
Víctor Flores Olea
Para muchos 2012 es el año de la recuperación. Pero ¿cuál recuperación? Algunos se refieren a lo económico, pero los más, con suficiencia de infalibles, al retorno del PRI al poder, garantizando que sería bajo la batuta de Peña Nieto. Por mi parte, no he escuchado a nadie mínimamente serio que pronostique la permanencia del PAN en la función presidencial.
¿Tendrán razón los augures? Superficialmente sus argumentos no son deleznables: después de la desviación nacional en favor del PAN durante 12 años, de tan atroces resultados, el pueblo mayoritario regresaría con entusiasmo al PRI, por el que ya siente nostalgia. Claro que el entusiasmo es ciego y no se preocupa por un mayor análisis: por ejemplo, el hecho de que en estos 12 años el PRI no mostró voluntad alguna de renovación, sino más bien la de su acercamiento casi completo a las políticas, a la visión del PAN. Lo cual no es difícil de explicar porque ambos partidos viven sometidos a los mandatos de la oligarquía en el poder, a los intereses del gran capital, de dentro y de fuera.
Pero hay más: la creencia en su triunfo se funda en el olvido, en el abandono de lo que un día significó el PRI como promesa de futuro. Ahora hay que negar las viejas creencias y ajustarse a las exigencias del nuevo tiempo, un tiempo en que, como se ha dicho, las ideas de soberanía y autonomía serían precisamente el fardo que impide el crecimiento. La dócil adhesión y (casi) anexión con Estados Unidos serían la salida clave de un crecimiento garantizado con democracia, abriéndose sobre todo la posibilidad de una clase media que todos deseamos.
Los ensayos de José Córdoba, de Jorge Castañeda y Héctor Aguilar, sobre todo el de estos últimos, en recientes números de la revista Nexos, serían, debe reconocerse, el portaestandarte intelectual más refinado que se ha elaborado de la campaña para el regreso del PRI a Los Pinos.
Pero el hecho es que en estos 12 años de ostracismo de la casa presidencial el PRI no ha vivido ninguna importante actualización teórica (salvo la que ahora le llega de sus amigos cercanos), ni alguna novedad apreciable en su modus operandi. Sin embargo, debe reconocerse, tal práctica de décadas le resulta todavía altamente provechosa.
Al PRI pertenecen la gran mayoría de gobernadores y un importante número de senadores y diputados, pero, sobre todo, mantiene una importante cohesión de intereses, inmediatos y de todo tipo a lo largo y ancho del país, una urdimbre de voluntades que le proporcionan innegable influencia (gracias también a los intereses corporativos), y que son ellos más bien los reales cerrojos que en México bloquean un desarrollo más pujante y democrático.
Pero frente a este panorama que algunos consideran hecho se perfila de manera cada vez más seria la posibilidad de que la izquierda social, con inclusión de los partidos que la representan con mayor o menor fidelidad (Partido del Trabajo, Convergencia y PRD), el conjunto bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador (el recambio, por excepción y en caso extremo, pudiera ser Marcelo Ebrard), se levante como un adversario formidable. En este frente popular han de coincidir también los movimientos sociales y el conjunto ha de mantenerse rigurosamente unido.
La izquierda se beneficia también del catastrófico desempeño del PAN en los últimos sexenios, y más en estos últimos años de crisis que deja en los huesos a la gran mayoría de mexicanos, agravados por los acelerados costos de la vida y la dramática reducción de los empleos. Y por la pandémica desigualdad en México, que es motivo de escándalo dentro y fuera, incluidos los organismos internacionales que observan el desempeño de las economías.
Referencia fundamental es la tarea organizativa impresionante que ha desarrollado Andrés Manuel López Obrador desde el día siguiente a 2006, visitando ciudad por ciudad, barrio por barrio, casa por casa a lo largo y ancho del país. Tarea que ni remotamente ha efectuado ninguno de sus adversarios y que le otorga una superioridad electoral y de popularidad indiscutible.
Los más escépticos desconfían de la posibilidad electoral por la decisión del fraude que marcaría también la elección de 2012. Y por la capacidad de la derecha de llegar a otros extremos. 2006 fue ya un ensayo general. Sin embargo, las condiciones del país han llegado a extremos tan escandalosos que no debería asombrarnos demasiado la posibilidad de que las clases populares se vuelquen en favor de un gran movimiento de ruptura y cambio.
La posibilidad del fraude está presente. Por ello la votación de la izquierda en 2012, para frustrarlo o dificultarlo al máximo, ha de llegar más lejos de la simple mayoría hasta un margen adicional de 5 por ciento de ventaja, por ejemplo. Si fuera así, el intento de fraude sería una enorme papa caliente para el poder, que tal vez haría imposible su objetivo.
Pero será necesario un enorme vuelco de la voluntad popular en favor del cambio. Voluntad popular que ha de imponerse también a las campañas de descrédito e injurias que seguramente desatarán los medios contra la izquierda y sus líderes y voceros.
Difícil, pero no imposible, en vista de la situación catastrófica que ha vivido el pueblo de México en los últimos años.
¿Tendrán razón los augures? Superficialmente sus argumentos no son deleznables: después de la desviación nacional en favor del PAN durante 12 años, de tan atroces resultados, el pueblo mayoritario regresaría con entusiasmo al PRI, por el que ya siente nostalgia. Claro que el entusiasmo es ciego y no se preocupa por un mayor análisis: por ejemplo, el hecho de que en estos 12 años el PRI no mostró voluntad alguna de renovación, sino más bien la de su acercamiento casi completo a las políticas, a la visión del PAN. Lo cual no es difícil de explicar porque ambos partidos viven sometidos a los mandatos de la oligarquía en el poder, a los intereses del gran capital, de dentro y de fuera.
Pero hay más: la creencia en su triunfo se funda en el olvido, en el abandono de lo que un día significó el PRI como promesa de futuro. Ahora hay que negar las viejas creencias y ajustarse a las exigencias del nuevo tiempo, un tiempo en que, como se ha dicho, las ideas de soberanía y autonomía serían precisamente el fardo que impide el crecimiento. La dócil adhesión y (casi) anexión con Estados Unidos serían la salida clave de un crecimiento garantizado con democracia, abriéndose sobre todo la posibilidad de una clase media que todos deseamos.
Los ensayos de José Córdoba, de Jorge Castañeda y Héctor Aguilar, sobre todo el de estos últimos, en recientes números de la revista Nexos, serían, debe reconocerse, el portaestandarte intelectual más refinado que se ha elaborado de la campaña para el regreso del PRI a Los Pinos.
Pero el hecho es que en estos 12 años de ostracismo de la casa presidencial el PRI no ha vivido ninguna importante actualización teórica (salvo la que ahora le llega de sus amigos cercanos), ni alguna novedad apreciable en su modus operandi. Sin embargo, debe reconocerse, tal práctica de décadas le resulta todavía altamente provechosa.
Al PRI pertenecen la gran mayoría de gobernadores y un importante número de senadores y diputados, pero, sobre todo, mantiene una importante cohesión de intereses, inmediatos y de todo tipo a lo largo y ancho del país, una urdimbre de voluntades que le proporcionan innegable influencia (gracias también a los intereses corporativos), y que son ellos más bien los reales cerrojos que en México bloquean un desarrollo más pujante y democrático.
Pero frente a este panorama que algunos consideran hecho se perfila de manera cada vez más seria la posibilidad de que la izquierda social, con inclusión de los partidos que la representan con mayor o menor fidelidad (Partido del Trabajo, Convergencia y PRD), el conjunto bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador (el recambio, por excepción y en caso extremo, pudiera ser Marcelo Ebrard), se levante como un adversario formidable. En este frente popular han de coincidir también los movimientos sociales y el conjunto ha de mantenerse rigurosamente unido.
La izquierda se beneficia también del catastrófico desempeño del PAN en los últimos sexenios, y más en estos últimos años de crisis que deja en los huesos a la gran mayoría de mexicanos, agravados por los acelerados costos de la vida y la dramática reducción de los empleos. Y por la pandémica desigualdad en México, que es motivo de escándalo dentro y fuera, incluidos los organismos internacionales que observan el desempeño de las economías.
Referencia fundamental es la tarea organizativa impresionante que ha desarrollado Andrés Manuel López Obrador desde el día siguiente a 2006, visitando ciudad por ciudad, barrio por barrio, casa por casa a lo largo y ancho del país. Tarea que ni remotamente ha efectuado ninguno de sus adversarios y que le otorga una superioridad electoral y de popularidad indiscutible.
Los más escépticos desconfían de la posibilidad electoral por la decisión del fraude que marcaría también la elección de 2012. Y por la capacidad de la derecha de llegar a otros extremos. 2006 fue ya un ensayo general. Sin embargo, las condiciones del país han llegado a extremos tan escandalosos que no debería asombrarnos demasiado la posibilidad de que las clases populares se vuelquen en favor de un gran movimiento de ruptura y cambio.
La posibilidad del fraude está presente. Por ello la votación de la izquierda en 2012, para frustrarlo o dificultarlo al máximo, ha de llegar más lejos de la simple mayoría hasta un margen adicional de 5 por ciento de ventaja, por ejemplo. Si fuera así, el intento de fraude sería una enorme papa caliente para el poder, que tal vez haría imposible su objetivo.
Pero será necesario un enorme vuelco de la voluntad popular en favor del cambio. Voluntad popular que ha de imponerse también a las campañas de descrédito e injurias que seguramente desatarán los medios contra la izquierda y sus líderes y voceros.
Difícil, pero no imposible, en vista de la situación catastrófica que ha vivido el pueblo de México en los últimos años.
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