La ciencia mexicana ante el aborto
Javier Flores
Apenas iniciado el nuevo año, la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) hizo público un pronunciamiento en el que se refiere explícitamente a la decisión de los congresos de 18 entidades federativas del país por la que se penaliza el aborto. No se trata de un asunto menor. La principal organización científica del país fija su postura, y llama a los organismos políticos y jurídicos con competencia en este caso, así como a la sociedad en su conjunto, a reflexionar sobre las consecuencias de estos hechos ... y a detenerlos a tiempo, antes de que lleven al país a etapas de confrontación que a todos dañarían”.
Esta postura es de la mayor importancia, pues en las decisiones adoptadas en los 18 estados, cuyos legisladores han estado guiados por la Iglesia católica, se ha argumentado que, desde un punto de vista científico, la persona es tal desde el momento de la concepción o la fecundación. Es decir, es esta Iglesia la que habla en nombre de la ciencia, pero no son los propios científicos los que piensan de esta manera. Se trata claramente de una usurpación.
El comunicado señala que, desde el punto de vista científico, la definición de la vida y de la persona que ha estado presente en las reformas de los estados, con el apoyo expreso de líderes religiosos, es “simplista, arbitraria y poco informada”. El documento señala: “El efecto inmediato de dichas reformas consiste en penalizar el aborto, convirtiendo, contra toda lógica, en delincuentes a las mujeres que toman tal decisión por razones respetables y, en último caso, en uso de su legítimo derecho a decidir sobre cuestiones que atañen a su propio cuerpo y a su dignidad personal”.
Es importante observar que quienes firman el comunicado de la AMC son y han sido representantes indiscutibles de la comunidad científica del país. Además de su actual presidenta, la doctora Rosaura Ruiz, suscriben estos planteamientos 16 ex presidentes de ese organismo: Francisco G. Bolívar Zapata, José Antonio de la Peña, René Drucker Colín, Jorge Flores Valdés, Mauricio Fortes Besprosvani, Carlos Gual Castro, Ismael Herrera Revilla, Juan Pedro Laclette San Román, Adolfo Martínez Palomo, Raúl Ondarza Vidaurreta, Octavio Paredes López, Antonio Peña Díaz, Daniel Reséndiz Núñez, Pablo Rudomín Zevnovaty, José Sarukhán Kermez y Guillermo Soberón Acevedo.
Todos ellos son grandes científicos mexicanos. Entre los firmantes se encuentran dos galardonados con el Premio Príncipe de Asturias: Bolívar Zapata y Rudomín; dos ex rectores de la UNAM: Sarukhán y Soberón, el último además, ex secretario de Salud; Martínez Palomo, quien preside nada menos que el Comité de Bioética de la UNESCO y actualmente encabeza el Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República; Laclette, actual coordinador del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, y Reséndiz, ex director del Consejo Nacional de Ciencia y tecnología. Cinco de los firmantes son miembros de El Colegio Nacional, y más de la mitad han recibido el Premio Nacional de Ciencias.
El pronunciamiento es apabullante. Yo no sé en qué agujero se van a meter los representantes de la Iglesia católica que en México hablan en nombre de la ciencia. Los herederos de quienes en la Edad Media y el Renacimiento llevaron a la hoguera a los protocientíficos y obligaron a Galileo a retractarse de sus descubrimientos. Los que se apoyan ahora en la autoridad de médicos conservadores y en algunas maestras de embriología, a quienes no les queda ya más remedio que dar la cara abiertamente y reconocer que obedecen los lineamientos, no de la ciencia, sino de una potencia extranjera: el Vaticano.
La manifestación de la AMC es muy oportuna, pues además se produce en el momento en que la Suprema Corte de Justicia de la Nación decide si ejerce su capacidad de atracción sobre los recursos de amparo que han sido interpuestos por mujeres en algunos estados de la República en los que esta aberración se ha producido, como en el caso de Jalisco. Habrá que ver cómo reacciona la Corte, pues después de su histórica decisión en la que declaró constitucionales las reformas en el Distrito Federal que despenalizan el aborto, ha sufrido cambios en su composición.
Como sea, el pronunciamiento de los representantes de la comunidad científica de México constituye una pieza de enorme valor que difícilmente puede ser ignorada, pues deja en claro, de una vez por todas, cuál es la postura de la ciencia mexicana en torno a este debate.
Esta postura es de la mayor importancia, pues en las decisiones adoptadas en los 18 estados, cuyos legisladores han estado guiados por la Iglesia católica, se ha argumentado que, desde un punto de vista científico, la persona es tal desde el momento de la concepción o la fecundación. Es decir, es esta Iglesia la que habla en nombre de la ciencia, pero no son los propios científicos los que piensan de esta manera. Se trata claramente de una usurpación.
El comunicado señala que, desde el punto de vista científico, la definición de la vida y de la persona que ha estado presente en las reformas de los estados, con el apoyo expreso de líderes religiosos, es “simplista, arbitraria y poco informada”. El documento señala: “El efecto inmediato de dichas reformas consiste en penalizar el aborto, convirtiendo, contra toda lógica, en delincuentes a las mujeres que toman tal decisión por razones respetables y, en último caso, en uso de su legítimo derecho a decidir sobre cuestiones que atañen a su propio cuerpo y a su dignidad personal”.
Es importante observar que quienes firman el comunicado de la AMC son y han sido representantes indiscutibles de la comunidad científica del país. Además de su actual presidenta, la doctora Rosaura Ruiz, suscriben estos planteamientos 16 ex presidentes de ese organismo: Francisco G. Bolívar Zapata, José Antonio de la Peña, René Drucker Colín, Jorge Flores Valdés, Mauricio Fortes Besprosvani, Carlos Gual Castro, Ismael Herrera Revilla, Juan Pedro Laclette San Román, Adolfo Martínez Palomo, Raúl Ondarza Vidaurreta, Octavio Paredes López, Antonio Peña Díaz, Daniel Reséndiz Núñez, Pablo Rudomín Zevnovaty, José Sarukhán Kermez y Guillermo Soberón Acevedo.
Todos ellos son grandes científicos mexicanos. Entre los firmantes se encuentran dos galardonados con el Premio Príncipe de Asturias: Bolívar Zapata y Rudomín; dos ex rectores de la UNAM: Sarukhán y Soberón, el último además, ex secretario de Salud; Martínez Palomo, quien preside nada menos que el Comité de Bioética de la UNESCO y actualmente encabeza el Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República; Laclette, actual coordinador del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, y Reséndiz, ex director del Consejo Nacional de Ciencia y tecnología. Cinco de los firmantes son miembros de El Colegio Nacional, y más de la mitad han recibido el Premio Nacional de Ciencias.
El pronunciamiento es apabullante. Yo no sé en qué agujero se van a meter los representantes de la Iglesia católica que en México hablan en nombre de la ciencia. Los herederos de quienes en la Edad Media y el Renacimiento llevaron a la hoguera a los protocientíficos y obligaron a Galileo a retractarse de sus descubrimientos. Los que se apoyan ahora en la autoridad de médicos conservadores y en algunas maestras de embriología, a quienes no les queda ya más remedio que dar la cara abiertamente y reconocer que obedecen los lineamientos, no de la ciencia, sino de una potencia extranjera: el Vaticano.
La manifestación de la AMC es muy oportuna, pues además se produce en el momento en que la Suprema Corte de Justicia de la Nación decide si ejerce su capacidad de atracción sobre los recursos de amparo que han sido interpuestos por mujeres en algunos estados de la República en los que esta aberración se ha producido, como en el caso de Jalisco. Habrá que ver cómo reacciona la Corte, pues después de su histórica decisión en la que declaró constitucionales las reformas en el Distrito Federal que despenalizan el aborto, ha sufrido cambios en su composición.
Como sea, el pronunciamiento de los representantes de la comunidad científica de México constituye una pieza de enorme valor que difícilmente puede ser ignorada, pues deja en claro, de una vez por todas, cuál es la postura de la ciencia mexicana en torno a este debate.
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