Voto en blanco: distractivo
Luis Linares Zapata
La caída en el empleo durante mayo se cuenta con los grandes números de los cientos de miles. Aunque cada uno de ellos acarrea penurias y angustias varias, un drama social que se viene gestando sin que se abran puertas para la esperanza. El producto interno bruto mostrará, en este trimestre que termina, una caída con cifras de dos dígitos. Para una economía ya maltrecha todo esto apunta hacia la profundización de la crisis económica, ya bien adentrada en este negro año electoral. La mortandad de empresas, sobre todo medianas y pequeñas, afectará con dureza la planta laboral, pues son ellas las que la mantienen en orden. Una verdadera hecatombe que, sin embargo, parece lejana a las preocupaciones de un bloque de opinadores que desparraman, sin contemplaciones ni titubeos, sus juicios sobre el electorado que atiende sus comentarios radiotelevisivos y artículos publicados en los medios que dan entrada a una pluralidad condicionada.
Los aparatos de comunicación, y una abrumadora mayoría de los que en ellos encuentran lugar y ecos, parecen menospreciar esa terrible realidad que se desprende de la crisis que azota sin contemplaciones a México. Lo laboral ya se esperaba hasta por razones técnicas de estacionalidad. En parte lo anticiparon los mercados bursátiles que han crecido, pero no restituyen las minusvalías sufridas en los haberes de los trabajadores (Afore). Pero los vaivenes bursátiles no atemperan esa otra crisis, más destructiva y ya ramificada por todo el país: la productiva.
Los difusores que dominan el espacio público y que respaldan al oficialismo se concentran, por el contrario o consigna, en lo que juzgan trascendente: la insatisfacción con la partidocracia que tergiversó las originales intenciones de la ciudadanía para mejorar la vida democrática. Impulsos colectivos que pretendían avanzar en la transición y que, alegan con enjundia poco vista, se frustraron con la última y malhadada reforma electoral. Esa que califican de ser una vengativa reforma dirigida contra los medios y que, de pasada, acusan de facciosa, pues sometió al Instituto Federal Electoral (IFE) y a sus consejeros al designio de los partidos poderosos.
En medio de esta batalla mediática, las baterías de calado se enfocan, qué duda cabe, contra la libertad de expresión que se cree conculcada. Exigen su restitución a los ciudadanos. Una especie refinada y sui generis de tal categoría social, precisamente la que puede hacer oír sus reclamos y posturas en los (caros y controlados) medios masivos, en especial durante los procesos electorales.
La reciente propuesta de ciertas ONG para que los candidatos se comprometan, con firma por delante, a derogar la reciente reforma al artículo 41 constitucional es muestra palpable del meollo sujeto a disputa. Alejandro Martí, erigido ahora en paladín ciudadano por sus particulares méritos y el apoyo de la extrema derecha (Coparmex, México Unido y otros membretes adicionales), lanza la propuesta con energía inusitada. El llamado es tomado, de inmediato, por las grandes bocinas electrónicas que lo agrandan hasta la desmesura, no sin antes darle el necesario tinte de melodrama ocasional. De esta manera, agrupaciones formadas por grupúsculos que aprovechan resquicios y quiebres sociales y de gobernabilidad se colocan como abanderados de un progresismo vigilante de las causas ciudadanas que muy pocos le depositaron.
Tal parece que cunde, por estos días aciagos de inseguridad desbordada, esta versión difundida y publicada del voto en blanco cimentado en ese desaliento generalizado. La especie hace extensiva sus intenciones denostadoras contra todos los políticos. Los actores públicos, enjuiciados de manera tan grosera, son, según la narración oficialista, de un calado despreciable. Los políticos se empeñan, dicen, en sus particulares asuntos, en hacer avanzar sus propios negocios, defender sus prerrogativas y concesiones de toda clase y tamaño. La corrupción que inunda el espacio público y privado es, entonces, propiciada y alimentada con verdadera pasión insana por las atrincheradas burocracias partidarias. Ellas son las causantes de tales desaguisados y no se cansan de denunciarlos una y otra vez, artículo tras artículo o comentario seguido de doctas opiniones que, además, reproducen en sus páginas de Internet por si alguien quiere consultarlas.
Todo un movimiento de distracción montado, de manera consciente o no, malintencionada o de forma inocente, en medio de la mayor crisis económica de que se tenga memoria. Una crisis que parece afectar las mismas raíces de un sistema de conducción política, económica, cultural y social y que se ramifica hasta los fundamentos ideológicos que lo sustentan. Pero esa profunda crisis económica, a pesar del ninguneo, es el tema de actualidad. Y por eso el gobierno (o lo que aparenta presidir el señor Calderón) se empeña en desplazarlo por una valentía inexistente. Y por eso también todas las elites partidarias, las difusivas y las privadas que lo acompañan, trastocan y relegan a una trastienda horripilante que en nada ayudará a la tranquilidad de las buenas o de las malas conciencias.
Ante tamaña serie de distractores hay que llamar la atención y volver, en los pocos días que todavía sobran, a fijar la mirada del electorado donde debe reposar. Es preciso decir que para eso se puede y debe usar el poder del voto. Para ello es indispensable orientar a todos aquellos que se encuentran en situación desesperada por contar con informes realistas. Algo que les alumbre, aunque sea un poco, esos caminos que se ven tan oscuros, tan cerrados, antes de que los millones de angustiados mexicanos de hoy opten por conductas antisociales o emigren.
En el horizonte partidario actual hay agrupaciones y personajes que proponen y sostienen posturas opuestas al modelo que ha ocasionado que la crisis económica mundial se ensañe con furia inaudita sobre México. Son distintas a las que propagan y han impuesto el PRI o el PAN para continuar con el modelo propiciatorio de esta tragedia. Esos partidos son los que han metido al país en tamaña debacle, sin duda mayor en consecuencias disolventes que la inseguridad reinante. Hay, por tanto, opciones varias y se deben escoger a la hora de votar
La caída en el empleo durante mayo se cuenta con los grandes números de los cientos de miles. Aunque cada uno de ellos acarrea penurias y angustias varias, un drama social que se viene gestando sin que se abran puertas para la esperanza. El producto interno bruto mostrará, en este trimestre que termina, una caída con cifras de dos dígitos. Para una economía ya maltrecha todo esto apunta hacia la profundización de la crisis económica, ya bien adentrada en este negro año electoral. La mortandad de empresas, sobre todo medianas y pequeñas, afectará con dureza la planta laboral, pues son ellas las que la mantienen en orden. Una verdadera hecatombe que, sin embargo, parece lejana a las preocupaciones de un bloque de opinadores que desparraman, sin contemplaciones ni titubeos, sus juicios sobre el electorado que atiende sus comentarios radiotelevisivos y artículos publicados en los medios que dan entrada a una pluralidad condicionada.
Los aparatos de comunicación, y una abrumadora mayoría de los que en ellos encuentran lugar y ecos, parecen menospreciar esa terrible realidad que se desprende de la crisis que azota sin contemplaciones a México. Lo laboral ya se esperaba hasta por razones técnicas de estacionalidad. En parte lo anticiparon los mercados bursátiles que han crecido, pero no restituyen las minusvalías sufridas en los haberes de los trabajadores (Afore). Pero los vaivenes bursátiles no atemperan esa otra crisis, más destructiva y ya ramificada por todo el país: la productiva.
Los difusores que dominan el espacio público y que respaldan al oficialismo se concentran, por el contrario o consigna, en lo que juzgan trascendente: la insatisfacción con la partidocracia que tergiversó las originales intenciones de la ciudadanía para mejorar la vida democrática. Impulsos colectivos que pretendían avanzar en la transición y que, alegan con enjundia poco vista, se frustraron con la última y malhadada reforma electoral. Esa que califican de ser una vengativa reforma dirigida contra los medios y que, de pasada, acusan de facciosa, pues sometió al Instituto Federal Electoral (IFE) y a sus consejeros al designio de los partidos poderosos.
En medio de esta batalla mediática, las baterías de calado se enfocan, qué duda cabe, contra la libertad de expresión que se cree conculcada. Exigen su restitución a los ciudadanos. Una especie refinada y sui generis de tal categoría social, precisamente la que puede hacer oír sus reclamos y posturas en los (caros y controlados) medios masivos, en especial durante los procesos electorales.
La reciente propuesta de ciertas ONG para que los candidatos se comprometan, con firma por delante, a derogar la reciente reforma al artículo 41 constitucional es muestra palpable del meollo sujeto a disputa. Alejandro Martí, erigido ahora en paladín ciudadano por sus particulares méritos y el apoyo de la extrema derecha (Coparmex, México Unido y otros membretes adicionales), lanza la propuesta con energía inusitada. El llamado es tomado, de inmediato, por las grandes bocinas electrónicas que lo agrandan hasta la desmesura, no sin antes darle el necesario tinte de melodrama ocasional. De esta manera, agrupaciones formadas por grupúsculos que aprovechan resquicios y quiebres sociales y de gobernabilidad se colocan como abanderados de un progresismo vigilante de las causas ciudadanas que muy pocos le depositaron.
Tal parece que cunde, por estos días aciagos de inseguridad desbordada, esta versión difundida y publicada del voto en blanco cimentado en ese desaliento generalizado. La especie hace extensiva sus intenciones denostadoras contra todos los políticos. Los actores públicos, enjuiciados de manera tan grosera, son, según la narración oficialista, de un calado despreciable. Los políticos se empeñan, dicen, en sus particulares asuntos, en hacer avanzar sus propios negocios, defender sus prerrogativas y concesiones de toda clase y tamaño. La corrupción que inunda el espacio público y privado es, entonces, propiciada y alimentada con verdadera pasión insana por las atrincheradas burocracias partidarias. Ellas son las causantes de tales desaguisados y no se cansan de denunciarlos una y otra vez, artículo tras artículo o comentario seguido de doctas opiniones que, además, reproducen en sus páginas de Internet por si alguien quiere consultarlas.
Todo un movimiento de distracción montado, de manera consciente o no, malintencionada o de forma inocente, en medio de la mayor crisis económica de que se tenga memoria. Una crisis que parece afectar las mismas raíces de un sistema de conducción política, económica, cultural y social y que se ramifica hasta los fundamentos ideológicos que lo sustentan. Pero esa profunda crisis económica, a pesar del ninguneo, es el tema de actualidad. Y por eso el gobierno (o lo que aparenta presidir el señor Calderón) se empeña en desplazarlo por una valentía inexistente. Y por eso también todas las elites partidarias, las difusivas y las privadas que lo acompañan, trastocan y relegan a una trastienda horripilante que en nada ayudará a la tranquilidad de las buenas o de las malas conciencias.
Ante tamaña serie de distractores hay que llamar la atención y volver, en los pocos días que todavía sobran, a fijar la mirada del electorado donde debe reposar. Es preciso decir que para eso se puede y debe usar el poder del voto. Para ello es indispensable orientar a todos aquellos que se encuentran en situación desesperada por contar con informes realistas. Algo que les alumbre, aunque sea un poco, esos caminos que se ven tan oscuros, tan cerrados, antes de que los millones de angustiados mexicanos de hoy opten por conductas antisociales o emigren.
En el horizonte partidario actual hay agrupaciones y personajes que proponen y sostienen posturas opuestas al modelo que ha ocasionado que la crisis económica mundial se ensañe con furia inaudita sobre México. Son distintas a las que propagan y han impuesto el PRI o el PAN para continuar con el modelo propiciatorio de esta tragedia. Esos partidos son los que han metido al país en tamaña debacle, sin duda mayor en consecuencias disolventes que la inseguridad reinante. Hay, por tanto, opciones varias y se deben escoger a la hora de votar
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