Honor a Quien Honor Merece
Epigmenio Ibarra
17 octubre 2008
Diario Libertad
eibarra@milenio.com
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La resistencia civil pacìfica
No han escatimado editorialistas, en éste y otros diarios, conductores de la radio y la televisión, calificativos contra las turbas de López Obrador. De irracionales, intransigentes, locos, no cesan de tachar a quienes militan, sobre todo en las calles, en el movimiento en defensa del petróleo. Se les considera; a los brigadistas, a las adelitas, enemigos decididos del orden público, saboteadores de la vida institucional del país. Personajes histéricos que sólo saben protestar, destruir, oponerse; que quieren conducirnos a la barbarie. Son estridentes, indecentes, molestos; dicen unos. Son fanáticos, ciegos, peligrosos, dicen otros. Y sin embargo hoy el país; las instituciones del Estado, el Congreso en particular, tiene con ellos una enorme deuda.
Nunca como antes, en un asunto tan vital como el de la reforma energética, había sido tan intenso, abierto y plural el debate legislativo. Nunca como antes tan soberano el Congreso y tan lejano de ser sólo oficialía de partes del Ejecutivo; que en este sector estratégico, del que depende el destino de la nación, hacía, desde hace décadas, sólo lo que le venía en gana. Nunca como antes el Senado, una casa tan abierta al debate, a la opinión de los ciudadanos de todas las corrientes; tan sensible al pulso de la sociedad, tan obligado, a la hora de discutir y votar las leyes, a rendirle cuentas a sus electores. Nunca como antes, vaya paradoja, pues esto es resultado de la acción de esas turbas, tan firme y respetable esa institución de la República y nunca como antes tan libre Pemex –si se legisla con patriotismo y sensatez–, de invertir sus propios recursos para volverse, al fin, después de tantas décadas de corrupción e ineficiencia, detonador real de un desarrollo que pueda alcanzar, ahora sí y más allá de las arcas del sindicato y de la SHCP, a millones de mexicanos. Había que apretar, hay que seguir haciéndolo para lograrlo.
La resistencia civil no es, no puede ser “agradable”, “amable”, “mesurada”. No se consigue impedir los abusos del poder pensando en las curules que habrán de ganarse en las próximas elecciones; no se trata sólo de rentabilidad electoral. No se alza la ciudadanía frente al gobierno con buenas maneras. Menos con uno que ha llegado al poder “haiga sido como haiga sido”. La resistencia debe doler, vetar, lastrar al poder que, empecinado en la defensa de sus intereses particulares, no baja la testa por las buenas.
No se evita la entrega del patrimonio de la nación sólo alzando la voz en la tribuna parlamentaria; a veces es preciso tomarla por asalto. El gobierno, que ha lanzado una ofensiva propagandística inédita y brutal para hacer prevalecer sus intereses por sobre los intereses de la nación, no ha tenido recato; ha sido despiadado en su esfuerzo por aplastar la oposición a su reforma. Muchos han habido, sin embargo, que no han cedido. Muchos han habido que en la calle y en la tribuna se han alzado. Enhorabuena. La valiente resistencia de esos ha terminado por servirnos a todos.
Estoy consciente de la herejía. El elogio a la resistencia civil pacifica resulta harto impopular por estos lares. No puedo, sin embargo, dejar de hacerlo. Hay una enorme dignidad en esa lucha; una lucha que va más allá, ciertamente, del puro resentimiento, de la incapacidad de aceptar –por diminutos diría la Santa Inquisición– la derrota de López Obrador en el 2006 y en consecuencia el dogma de la legitimidad democrática del gobierno de Felipe Calderón.
Ya entonces, en esos aciagos días en que se negó a la democracia la oportunidad del recuento voto por voto, muchos de esos mismos que han salido a las calles a defender el petróleo habían demostrado, plegándose a la protesta pacifica, su vocación democrática. Se plantaron en Reforma es cierto; pero no asaltaron Palacio y no lo hicieron en un país que se alzó en armas reclamando sufragio efectivo. Hoy dan una nueva lección. Han defendido con tanta decisión el petróleo que han terminado por devolver majestad y soberanía a ese quehacer legislativo del que muchos los consideran adversarios.
Todo parece indicar que la articulación entre la resistencia en las calles, la actividad desplegada por destacados intelectuales, dirigentes políticos y académicos y el trabajo parlamentario de los senadores del FAP ha frenado, hasta ahora, el intento de privatización de la industria petrolera. Faltan aun, es cierto, aristas delicadas: PAN y PRI, unos lo traen cargado en su ADN, otros lo ven como la forma de asegurar la restauración, pueden todavía reventar la negociación e intentar una privatización enmascarada y conducir al país a la debacle. Porque debacle sería y más todavía en medio de la crisis económica –no es sólo un catarro Señor Calderón– entregar el petróleo; Más vale, sin embargo, que lo piensen dos veces; para eso están quienes han protagonizado la resistencia; para que los que están en el poder no se desmanden y de eso también se trata la democracia.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com/
Epigmenio Ibarra
17 octubre 2008
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La resistencia civil pacìfica
No han escatimado editorialistas, en éste y otros diarios, conductores de la radio y la televisión, calificativos contra las turbas de López Obrador. De irracionales, intransigentes, locos, no cesan de tachar a quienes militan, sobre todo en las calles, en el movimiento en defensa del petróleo. Se les considera; a los brigadistas, a las adelitas, enemigos decididos del orden público, saboteadores de la vida institucional del país. Personajes histéricos que sólo saben protestar, destruir, oponerse; que quieren conducirnos a la barbarie. Son estridentes, indecentes, molestos; dicen unos. Son fanáticos, ciegos, peligrosos, dicen otros. Y sin embargo hoy el país; las instituciones del Estado, el Congreso en particular, tiene con ellos una enorme deuda.
Nunca como antes, en un asunto tan vital como el de la reforma energética, había sido tan intenso, abierto y plural el debate legislativo. Nunca como antes tan soberano el Congreso y tan lejano de ser sólo oficialía de partes del Ejecutivo; que en este sector estratégico, del que depende el destino de la nación, hacía, desde hace décadas, sólo lo que le venía en gana. Nunca como antes el Senado, una casa tan abierta al debate, a la opinión de los ciudadanos de todas las corrientes; tan sensible al pulso de la sociedad, tan obligado, a la hora de discutir y votar las leyes, a rendirle cuentas a sus electores. Nunca como antes, vaya paradoja, pues esto es resultado de la acción de esas turbas, tan firme y respetable esa institución de la República y nunca como antes tan libre Pemex –si se legisla con patriotismo y sensatez–, de invertir sus propios recursos para volverse, al fin, después de tantas décadas de corrupción e ineficiencia, detonador real de un desarrollo que pueda alcanzar, ahora sí y más allá de las arcas del sindicato y de la SHCP, a millones de mexicanos. Había que apretar, hay que seguir haciéndolo para lograrlo.
La resistencia civil no es, no puede ser “agradable”, “amable”, “mesurada”. No se consigue impedir los abusos del poder pensando en las curules que habrán de ganarse en las próximas elecciones; no se trata sólo de rentabilidad electoral. No se alza la ciudadanía frente al gobierno con buenas maneras. Menos con uno que ha llegado al poder “haiga sido como haiga sido”. La resistencia debe doler, vetar, lastrar al poder que, empecinado en la defensa de sus intereses particulares, no baja la testa por las buenas.
No se evita la entrega del patrimonio de la nación sólo alzando la voz en la tribuna parlamentaria; a veces es preciso tomarla por asalto. El gobierno, que ha lanzado una ofensiva propagandística inédita y brutal para hacer prevalecer sus intereses por sobre los intereses de la nación, no ha tenido recato; ha sido despiadado en su esfuerzo por aplastar la oposición a su reforma. Muchos han habido, sin embargo, que no han cedido. Muchos han habido que en la calle y en la tribuna se han alzado. Enhorabuena. La valiente resistencia de esos ha terminado por servirnos a todos.
Estoy consciente de la herejía. El elogio a la resistencia civil pacifica resulta harto impopular por estos lares. No puedo, sin embargo, dejar de hacerlo. Hay una enorme dignidad en esa lucha; una lucha que va más allá, ciertamente, del puro resentimiento, de la incapacidad de aceptar –por diminutos diría la Santa Inquisición– la derrota de López Obrador en el 2006 y en consecuencia el dogma de la legitimidad democrática del gobierno de Felipe Calderón.
Ya entonces, en esos aciagos días en que se negó a la democracia la oportunidad del recuento voto por voto, muchos de esos mismos que han salido a las calles a defender el petróleo habían demostrado, plegándose a la protesta pacifica, su vocación democrática. Se plantaron en Reforma es cierto; pero no asaltaron Palacio y no lo hicieron en un país que se alzó en armas reclamando sufragio efectivo. Hoy dan una nueva lección. Han defendido con tanta decisión el petróleo que han terminado por devolver majestad y soberanía a ese quehacer legislativo del que muchos los consideran adversarios.
Todo parece indicar que la articulación entre la resistencia en las calles, la actividad desplegada por destacados intelectuales, dirigentes políticos y académicos y el trabajo parlamentario de los senadores del FAP ha frenado, hasta ahora, el intento de privatización de la industria petrolera. Faltan aun, es cierto, aristas delicadas: PAN y PRI, unos lo traen cargado en su ADN, otros lo ven como la forma de asegurar la restauración, pueden todavía reventar la negociación e intentar una privatización enmascarada y conducir al país a la debacle. Porque debacle sería y más todavía en medio de la crisis económica –no es sólo un catarro Señor Calderón– entregar el petróleo; Más vale, sin embargo, que lo piensen dos veces; para eso están quienes han protagonizado la resistencia; para que los que están en el poder no se desmanden y de eso también se trata la democracia.
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