Julio Hernández López
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■ Iluminar, ¿hasta dónde?
■ Que no sea llamarada de oportunidad
■ En pie, la defensa del petróleo
Contra la intención original de dar al voluntarismo ciudadano un carácter transformador casi mágico (que, visto así, sería capaz de reformar estructuras de máxima corrupción a través de marchas cuatrianuales sin posterior organización y seguimiento, quedando más bien en peligro de acabar como manipulaciones de la justificada irritación social para beneficio de propósitos políticos de ciertos gobernantes y grupos empresariales), la marcha sabatina que buscará iluminar a México con veladoras está desde ahora frente a un cuadro que requiere replanteamientos básicos: como si fuese un preámbulo intencional a esa caminata que se realizará en varias ciudades del país y el extranjero, han aumentado las ejecuciones de mexicanos pertenecientes a los bandos policiales, narcotraficantes o inocentemente ciudadanos (ayer, 12 decapitados en Yucatán, más el resto de asesinados del país, diez de ellos en Guerrero) y, al mismo tiempo, una de las facciones criminales en pugna ha desatado una campaña propagandística mediante mantas colocadas en notables sitios urbanos de la República para acusar directamente al ocupante principal de Los Pinos y a relevantes autoridades militares y policiales de ser los responsables concretos del terrible baño de sangre que vive la nación, según eso porque desde siete años atrás, es decir, al principio del gobierno de Vicente Fox, durante toda su administración y en lo que va de la actual, las autoridades formales se han dedicado a proteger a uno de los cárteles, el jefaturado por el famoso Chapo con cuya fuga se inauguró el foxismo, y a perseguir a los que siempre han sido sus adversarios o que se han enemistado con él en las tandas de alianzas y rupturas que ese negocio ha vivido aceleradamente desde que Felipe Calderón decidió emprender una guerra contra el narcotráfico que sólo ha servido para militarizar el país, establecer un rodante y discrecional estado de excepción que lo mismo sirve para enfrentar delincuentes que disidentes, y llenar al país de muertes crueles que han envenenado la convivencia social y demostrado sin duda que las leyes y las instituciones han entrado en un estado de supervivencia apenas discursiva.
Centrar, en ese contexto, la caminata sabatina en el punto de los secuestros, y pretender que con reformas procesales o instrumentales se podrá resolver el grave problema estructural de la múltiple inseguridad pública será una manera de conducir la inconformidad ciudadana hacia terrenos falsos y decepcionantes. La protesta de las veladoras debe iluminar ese espacio nigérrimo de las complicidades de los gobernantes y sus equipos de trabajo con determinados bandos de lo que llaman la delincuencia organizada. No se trata, desde luego, de creer a pie juntillas lo que interesadamente uno de los grupos en pugna denuncia, sino de atender las evidencias y los indicios disponibles, con mantas o sin ellas. La grave descompostura nacional fue desatada por Calderón al declarar una “guerra” para la que no pidió permiso a nadie y la que va perdiendo escandalosamente no en función de los intereses particulares que pudieran animarle, sino en razón de las vidas sacrificadas, del miedo colectivo inyectado, de la violación creciente de derechos humanos y de la pérdida acelerada de control y vigencia del Estado. Iluminar, sí, pero todo y a fondo. De otra manera, nuevamente esas movilizaciones quedarán en llamarada de oportunidad (o en visita programada a Los Pinos al día siguiente, con Calderón, para afinar detalles de la siguiente etapa de trabajo conjunto).
Desplazada del foco mediático justamente por la peculiar irrupción del movimiento organizado desde la elite para protestar contra la inseguridad pública, sesionará el domingo, también en diversas ciudades del país, la estructura organizativa de la resistencia civil pacífica contra la persistente y casi decidida intención de privatizar más las actividades de Pemex. Así como después de julio de 2006 se estatuyó mediáticamente como delito social e intelectual el dudar de la limpieza de las elecciones que llevaron a Los Pinos a Calderón, ahora se ha desarrollado una intensa y sucia campaña que pretende satanizar la defensa de los recursos nacionales. Frente a una serie de maniobras de desgaste (en las que han jugado un papel destacado los Chuchos comprobadamente colaboracionistas con el calderonismo) se ha sostenido un segmento de mexicanos que cree necesario luchar contra las causas de las desgracias del país y no sólo contra las consecuencias. El tamaño y la fuerza de ese movimiento habrá de verse en este septiembre en puerta.
Astillas
Como uno de los últimos favores contra el lopezobradorismo que pudo hacer desde la presidencia de la mesa directiva de San Lázaro, Ruth Zavaleta reveló el pasado miércoles que el primero de diciembre de 2006 había en la Cámara de Diputados “un arsenal de bombas molotov, y lo que se le hubiera ocurrido a los compañeros meter, por si había guerrita adentro de la cámara”. Con ligereza, sonriente, pues dice que el tipo de política que ejerce la divierte, la novoizquierdista comentó que, al ver el riesgo de que su arsenal inflamable fuese detectado por los perros entrenados por militares que revisaban San Lázaro, los “compañeros” que se oponían a la toma de protesta de Felipe Calderón le pidieron a ella que negociara el retiro de esos animales, y así “terminaron metiéndolo debajo de unos colchones”. Ayer mismo, Zavaleta reconoció que sus palabras fueron un “error” y una “irresponsabilidad”, porque ni le constó ni vio que hubiera las mencionadas bombas molotov aquel primero de diciembre en que ella, en cambio, ocupó largamente en el podio un lugar estratégico que cedió a un gesto de Manlio Fabio Beltrones para que pudiese darse la ceremonia de protesta de Calderón... Por cierto, quedó como presidente de la mesa directiva del Senado el felipista Gustavo Madero, con lo que el citado Beltrones se mantendrá como poder tras las sombras y Carlos Navarrete como comprensivo acompañante malpagado... ¡Feliz fin de semana!
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